sábado, 20 de abril de 2024 00:02h.

La Barcelona del artista y pedagogo oscense Ramón Acín

Ramón Acín (Huesca 1888 – ibídem, 1936) fue uno de los artistas aragoneses más interesantes de la primera mitad del siglo XX, así como un docente que realizó una notable labor muy vinculada a la Institución Libre de Enseñanza. Igualmente, fue un ideólogo fundamental del anarquismo de la región. Por su oficio, vivió en distintas ciudades, una de ellas, Barcelona, en donde no perdió la ocasión de seguir desarrollando su actividad política. A ello, y a las vinculaciones que se establecieron entre la ciudad y él, se dedica el siguiente artículo. 

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Ramón Acín

Ramón Acín residió en Barcelona el año 1913, y de manera intermitente en 1914 y 1915, años durante los cuales vivió a caballo entre Barcelona, Madrid, Toledo, Zaragoza y Granada.

Barcelona era la gran ciudad aragonesa más allá del Pirineo y del Ebro. Se calcula que ya en 1900, antes de las grandes oleadas inmigratorias del siglo XX, la mitad de los nacidos o residentes barceloneses tenía al menos uno de los cuatro abuelos o abuelas nacido en Aragón. Las obras de la Exposición Internacional de 1929, que duraron más de una década, y la construcción del Gran Metro, el ferrocarril subterráneo que unió Gràcia con el Eixample y La Rambla, atrajeron a la capital catalana una ingente mano de obra de las regiones vecinas, singularmente de Aragón.

Aunque la inmigración aragonesa era en su mayoría obrera y se estableció fundamentalmente en los barrios obreros de entonces ꟷel Poble Sec (entre Montjuïc y el Paralelo), el Raval (entre el Paralelo y La Rambla), el desaparecido barrio de Sant Pere i Santa Caterina (junto al Palau de la Música), y el Clot (“el hoyo” en catalán, en Sant Martí)ꟷ, tampoco faltaban los estudiantes, empleados, comerciantes y en general, una amplia representación de la pequeña burguesía urbana o rural aragonesa en la que abundaban los revolucionarios jóvenes, ilustrados y furiosos por la situación en que vivía su tierra de origen.

Cuando Ramón Acín llegó a Barcelona, la ciudad vivía en un estado de fuerte efervescencia. Hacía solo cuatro años de los sucesos del verano de 1909, la mal llamada Semana Trágica de Barcelona, sublevación popular espontánea contra la Guerra de Marruecos, violentamente reprimida por el ejército, que dejó tras de sí decenas de muertos, centenares de heridos y dos millares de detenidos, aunque lo único que se recuerde de ella sean algunas iglesias y conventos quemados precisamente por la cólera popular. En noviembre de 1910 se había creado la CNT en un Congreso celebrado en esta ciudad, en la que el anarcosindicalismo había enraizado desde el principio como en ninguna otra urbe de Europa y América, quizá con la excepción de Zaragoza.

Anarquista al cabo, Acín debió sentir en Barcelona que aquel era el sitio y el momento en que debía estar, aunque sus intereses tuvieran una prioridad en principio de carácter artístico y formativo. En la capital catalana residían, cómo no, un sinfín de aragoneses amigos y conocidos suyos y otros por conocer, con los cuales Ramón debió echar sus buenas tertulias en los cafés de la ciudad. Uno de esos aragoneses residentes en la capital catalana era Ángel Samblancat, periodista republicano de prosa jupiterina, con quien Acín fundó el semanario La Ira –subtitulado “Órgano de expresión del asco y de la cólera del pueblo”, por si el nombre no dejaba suficientemente claras las intenciones que lo animabanꟷ, al que por su temática y tono cabe considerar como un precedente del mítico Talión oscense. El primer número, aparecido el 18 de julio, inserta una viñeta de Acín y en el interior aparece su primera colaboración escrita, “Id vosotros”, un artículo en contra de la guerra de Marruecos.

Ramón Acín Aquilué (Fuente: Fundación Ramón y Katia Acín) 

El segundo número de La Ira conmemoraba el cuarto aniversario de la llamada Semana Trágica barcelonesa. En ese número Ramón Acín firmó el artículo “No Riáis”, una ardorosa crítica dirigida contra los representantes de la Iglesia. En respuesta, el gobernador civil de Barcelona ordenó el cierre de la revista y, según costumbre de la época, envió a los redactores a pasar una temporada en la cárcel. Así acabó la aventura de La Ira en el verano de 1913. Por entonces Acín colabora también con L’Esquella de la Torratxa, semanario republicano y anticlerical de larga trayectoria y muy apreciado en los ambientes populares barceloneses por la crudeza de su humor dirigido contra la monarquía, los políticos del sistema y la Iglesia.

El 10 de agosto, festividad de san Lorenzo y Fiesta Mayor de su ciudad de origen, Huesca, Ramón diseñó a todo color la primera plana de El Diario de Huesca, el periódico portavoz del liberalismo caciquil oscense, en el que colaboraba desde algún tiempo atrás.

Ese año también realiza la primera página del Programa Oficial de las Fiestas de San Lorenzo. Y el 2 de octubre, la Diputación provincial de Huesca le concede una pensión para ampliar sus estudios artísticos. Hay que recordar que la Diputación era un coto cerrado en el que reinaba el Directorio liberal de Huesca, el triunvirato sucesor de Manuel Camo, cacique de caciques en esa provincia y fundador de El Diario de Huesca, fallecido en 1911.

La sorprendente ꟷy ambivalenteꟷ relación de Acín con las élites oscenses, que al parecer le admiraban como artista a la par que odiaban su ideología, acabaría teniendo consecuencias trágicas para el gran artista. La “Huesqueta” de la derecha sociológica local ꟷprovinciana, clerical, reaccionaria y arrogante hasta el ridículoꟷ nunca perdonó a Acín, y se cobró los supuestos agravios en sangre suya y de su mujer en el criminal verano de 1936.

Años antes de todo aquello, de que se desencadenara la gran masacre, Ramón Acín regresó a Barcelona en su madurez humana y artística, cuando el Régimen monárquico comenzaba a capotar. En 1928 presentó la muestra de fotografías de Ricardo Compairé en el Centro Aragonés de Barcelona, y en enero de 1930 expuso en la Galería Dalmau, uno de los santuarios pictóricos de la burguesía catalana.

El Diario de Huesca se hizo eco de las alabanzas que la prensa barcelonesa dedicó a su colaborador con motivo de esa exposición en solitario. Para el diario El Progreso (republicano lerrouxista), “Con sus obras ha conquistado Acín, en nuestra ciudad, un señalado triunfo”. El Diluvio, el principal diario republicano barcelonés, escribió: “Pintura esencial podríamos llamar a la pintura de Acín, arte trascendental. Arte trascendental, no porque tenga el fin fuera de sí mismo, sino por lo que nos revela de lo hondo y oculto de la realidad interior y exterior”. Para el crítico de La Vanguardia (monárquico conservador), “Ramón Acín presenta labor de diverso carácter. Lo que de todo preferimos, es alguno de los dibujos hechos a trazo de pincel, con el objeto de hacer triunfar el sentido de la línea”. Finalmente, la revista de la emigración aragonesista El Ebro saludaba así el triunfo del artista: “Por ello ha triunfado Acín; su potente inspiración, que se desborda en el estrecho cauce los trazos nerviosos y entrecortados, la sutil ironía que rezuman unas composiciones o el romanticismo modernizado que sueña en otras, la difícil facilidad de sus ágiles líneas trenzadas en volutas”.

La única voz discordante fue, cómo no, La Veu de Catalunya, el portavoz de la Lliga Catalana de Francesc Cambó, es decir el órgano de expresión de la derecha catalanista, más rancia aún que los partidos dinásticos: “Este artista aragonés es una muestra de cómo las inquietudes vanguardistas pueden modificar las apariencias de una producción que encierra los caracteres más típicos del academismo de escuela oficial”. Tenía mérito descalificar a Acín por inquieto vanguardista, y a la vez llamarle academicista del montón...

Llegó la Segunda República y Ramón Acín, entre homenajes y estancias en la cárcel, siguió yendo y viniendo a Barcelona. En 1935, Acín fue uno de los artistas a quienes el pintor turolense Eleuterio Blasco Ferrer y el escritor y político también turolense José Aced, invitaron a participar en el Salón de Artistas Aragoneses organizado por el Centro Obrero Aragonés de Barcelona, con motivo de la reforma de su local en la calle Sant Pere Més Baix, núm. 55, adonde se había trasladado la entidad en febrero de 1931.

Escena de la serie "Guerra a guerra" (1919-1921) (Fuente: Fundación Ramón y Katia Acín) 

La siguiente celebración barcelonesa del pintor oscense llegó justo un año después de su asesinato, que tuvo lugar el 6 de agosto de 1936 en las tapias del cementerio de Huesca. Fue el 20 de agosto de 1937 cuando el Ayuntamiento de Barcelona, a instancias de diversas entidades aragonesas de la capital catalana, lideradas por el Centro Obrero Aragonés (no confundir con el Centro Aragonés de la misma ciudad), decidió aceptar la propuesta de cambiar el nombre de la calle donde se ubicaba éste, Sant Pere Més Baix, en el barrio de Sant Pere i Santa Caterina, otra zona de la ciudad tan poblada por aragoneses que muchos años antes tuvo en ella su sede la Juventud Republicana Aragonesa (la organización lerrouxista liderada por los hermanos Ulled, que con más de 400 afiliados fue el mayor y más activo de los grupos armados integrantes de los llamados Jóvenes Bárbaros), renombrando la vía como calle de Ramón Acín.

En aquella ocasión, Acín formó parte del grupo de mártires cuyos nombres se incorporaron al callejero de la ciudad por voluntad popular: el propio Ramón Acín, el poeta García Lorca (fusilado en Granada), Lina Odena (la primera miliciana muerta en combate, en Andalucía), Elisa García (miliciana enfermera muerta en el frente de Aragón), Francisco Ascaso (dirigente anarquista aragonés muerto el 19 de julio del 36 en el asalto al cuartel de Drassanes) y alguno más, entre los que figuraba el también aragonés Joaquín Maurín, el Quimet dirigente del POUM, al que todos daban por muerto cuando en realidad estaba preso en una cárcel secreta franquista bajo nombre falso.

Asesinados Acín y la democracia, la larga noche de piedra del franquismo se abatió sobre el país. Durante la inacabable postguerra Barcelona pagó un cruel tributo de sangre, en forma de fusilados en los fosos del castillo de Montjuïc y en las tapias del Camp de la Bota, donde entre otros militantes de origen aragonés fue ejecutado Justo Bueno Pérez, el hombre que en abril de 1936 libró a los trabajadores catalanes de los crímenes de los hermanos Badia.

Tras la restauración de la democracia en 1977, Barcelona fue de las pocas ciudades que desde un primer momento comenzó a recuperar su callejero anterior al franquismo. Aunque se disponía de información sobre la nominación de la calle Baja de San Pedro (Sant Pere Més Baix) como calle de Ramón Acín durante la Guerra Civil, no fue hasta marzo de 2011 cuando el Archivo Histórico del Ayuntamiento de Barcelona localizó el acta de la Comissió d’Urbanització i Obres que acredita tal dato con fecha 20 de agosto de 1937 y propone el cambio de nombres de diferentes calles. A fecha de hoy, sin embargo, la calle barcelonesa dedicada en su día a Acín sigue ocupada nominalmente por el primer Papa, hecho que de poder conocerlo seguro le inspiraría a Ramón alguna viñeta humorística.

Con todo, y aunque siga sin recuperar el nombre de la calle que le dedicara en su día, Barcelona recuerda al insigne artista altoaragonés a través de una copia de sus famosas Pajaritas ꟷcuyos originales están en el Parque de Huesca desde 1929ꟷ, gracias a la iniciativa de un grupo de vecinos del Distrito Sant Martí, quienes en 1991 solicitaron que las copias donadas por Katia Acín a la ciudad se instalaran en la remozada Rambla del Clot, entre la calle Aragó y la Avenida Meridiana, durante la intensa remodelación urbanística que vivió la ciudad con motivo de los Juegos Olímpicos de 1992.

Símbolo como son de paz y de humanismo, una de las dos Pajaritas, la que está en el cruce de Aragó con Meridiana, lleva una placa con el primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

El viejo Clot, el barrio cuya identidad del último siglo se cimenta en buena parte en la inmigración aragonesa y en el anarquismo como ideología de sus antiguos vecinos, cierra por ahora el círculo de la relación entre Ramón Acín y Barcelona.

* Joaquim Pisa Carilla es escritor, viajero, fotógrafo y publicista. Es autor de varios libros, en donde ha cultivado la investigación histórica (Un castillo en la niebla, 2011; Las cenizas del sueño eterno, 2013); la antropología local y cultural (Florilegio de términos, modismos, dichos y refranes, 2012); el cuento (Tres cuentos monegrinos, 2018) y la novela (El cierzo y las luces, 2014).