viernes, 29 de marzo de 2024 00:05h.

Carl Sagan y Ann Druyan: una historia de amor que viaja por el espacio

En agosto y septiembre de 1977 se enviaron dos sondas Voyager al espacio con la esperanza de que, algún día, alcancen una forma de vida extraterrestre capaz de descifrar los dos discos de oro que guardan en su interior. En ellos están registradas algunas de las representaciones más relevantes de la cultura humana, pero también, algo que llama la atención: un testimonio del amor que Ann Druyan (1949) sentía por su esposo, el famoso cosmólogo Carl Sagan (1934-1996). Hoy, en el 25 aniversario del fallecimiento de este último, recordamos esta romántica historia.

Carl Sagan y Ann Druyan (Fuente. portada carlsagan.com)
Carl Sagan y Ann Druyan (Fuente. portada carlsagan.com)

Hacía tiempo que se conocían, pero nunca habían confesado sus sentimientos. Él era Carl Sagan, el prestigioso astrónomo y cosmólogo; ella, la escritora y activista, Ann Duryan. Y aquel año 1977 preparaban un gran proyecto: la grabación de dos discos de oro que reflejaran la vida y la cultura de la Tierra y que pensaban enviar a bordo de las sondas especiales Voyager. Como náufragos que arrojan una botella a un océano cósmico. A la espera de que algún día, un tiempo futuro, pueda encontrarla alguien capaz de descifrar la información.  

En aquel entonces Carl Sagan ya se había convertido en uno de los principales divulgadores científicos de los Estados Unidos gracias a publicaciones como Los dragones del Edén (1977), ganadora de un Premio Pulitzer. Ella, por su parte, había publicado la novela A Famous Broken Heart y era directora creativa del Proyecto de mensajes interestelares Voyager de la NASA. Por eso habían pasado muchas horas juntos, debatiendo cuáles podían ser las represtaciones terrestres que merecía dar a conocer al universo. Habían elegido sonidos, saludos, idiomas; habían seleccionado fotografías; y estaban buscando canciones de las distintas culturas del mundo. De allí que el 1 de junio de ese 1977 Ann decidiera llamar a Carl por teléfono para comunicarle que acababa de encontrar una pieza musical china perfecta para el disco. Pero como él estaba de viaje, solo le dejó un mensaje diciéndole que le había tratado de contactar.  

Cuando él le devolvió la llamada y comenzaron a hablar, ella, durante la conversación, decidió confesar sus sentimientos y para sorpresa de Carl, le propuso matrimonio. Él no tuvo dudas y aceptó. Se habían guardado los dos su amor hasta ese momento, sin atreverse a exponerlo. Como explicó la misma Ann años después: “Nunca nos habíamos besado. Jamás, antes de este momento, habíamos tenido una conversación personal. Los dos colgamos el teléfono y lo único que yo pude hacer fue gritar con todas mis fuerzas, de felicidad, como si hubiera hecho un gran descubrimiento científico, un momento de ¡eureka!”. Luego de eso, el teléfono de Ann volvió a sonar. Era Carl, de nuevo, para decirle: “Solo para estar seguro, ¿esto de verdad acaba de ocurrir? ¿Nos vamos a casar...?”.

Modelo de la sonda Voyager enviada en 1977

El 20 de agosto despegó la primera de las sondas Voyager. Y, dos días después, la pareja comunicó a sus familiares y amigos su compromiso. Desde entonces, ambos unieron trabajo y amor: crearon la mítica serie de divulgación Cosmos (en donde ella ejerció de guionista) y escribieron libros conjuntos. Además en 1997, después de fallecer su esposo, Ann produjo la adaptación al cine de la novela Contact, que Carl había publicado doce años atrás. 

Pero de todas esas manifestaciones de amor hubo una que no tiene parangón. Y tiene que ver con el proyecto de enviar en el Voyager una grabación de los latidos y ondas cerebrales de Ann por si los extraterrestres eran capaces de interpretar los pensamientos. Y es que, como ella realizó la grabación muy poco después de declararse a su futuro esposo, dejó registrados todos sus sentimientos. Tal y como explicó la propia Ann: “Aquel junio todos aquellos sonidos de mi corazón y las ondas de mis pensamientos se grabaron. Fue tan solo dos días después de las llamadas en las que Carl y yo nos declaramos mutuamente nuestro amor. (…) Y no puedo evitar recordar que durante la grabación de mis ondas alfa yo estaba absorta en aquella meditación sobre la maravilla que es el amor, y estar enamorada. Eso es lo que despegó en las dos naves Voyager. Y cuando estoy triste me animo pensando que todavía están viajando”.

Por eso ahora los discos del Voyager no solo contienen saludos en 56 idiomas, sonidos de la tierra, piezas musicales y 116 fotografías que muestran las formas de vida en la Tierra. También incluyen algo muy inusual: los sentimientos de Ann Druyan por Carl Sagan. Una historia de amor que, ahora mismo, surca el espacio, a 35.000 millas por hora, para llegar mucho más allá de lo que cualquier otra ha podido llegar jamás.