viernes, 19 de abril de 2024 10:44h.

Carmen Laforet, la "grafofobia" y la búsqueda de la libertad

Carmen Laforet (1921-2004) ganó, con tan solo 23 años, el Premio Nadal con su magnífica novela Nada. Una obra madura y sorprendente que le valió los elogios de algunos de los más eximios escritores de la España del momento. Sin embargo, la obra fue también para ella un lastre que le provocó numerosas presiones y problemas. Hoy  recordamos algunas de las circunstancias que dieron lugar a esta obra y las siguientes, así como el miedo que, al final, acabó desarrollando ante el simple hecho de escribir.

Llegó al ámbito literario español casi de repente. Con una novela, Nada (1945), que redactó cuando tenía 23 años  y estudiaba en la Universidad. Y con la que viajaba a todas partes, para así poder escribirla en cualquier instante en que surgiera la inspiración: entre las clases, en los cafés, en la misma calle... Y al terminarla no supo muy bien qué hacer con ese borrador. Fue entonces cuando le hablaron de que se acababa de poner en marcha el Premio Nadal y que, quizá, podría enviarla a concurso. 

Luego, llegó la gran sorpresa. Le comunicaron que se le había concedido el primer premio. Y al descubrir los miembros del jurado que quien había escrito esa obra tan madura, perfecta y moderna, era una mujer tan joven, no pudieron ocultar su admiración. Y de este modo Carmen Laforet se convirtió de la noche a la mañana en una figura literaria a  la que los más destacados y conocidos hombres de la cultura dedicaban sus halagos. Y Nada pasó a ser uno de los grandes clásicos de la literatura del XX, además de una biografía invisible de la propia Laforet. Y es que allí están muchas de las circunstancias que le habían acompañado en los años pasados; sobre todo la muerte de su madre a los 13 años de edad, la llegada de una madrastra que nunca quiso y el inicio de la guerra civil que tantas hambrunas y miserias iba a provocar en los años siguientes. De hecho, ese es en realidad el contexto de Nada, en donde el dolor y la crueldad atraviesan las historias de sus personajes, también, su protagonista, la pasiva e infeliz Andrea, que no logra hallar un modo de escapar de ese entorno en el que el idealismo choca con la existencia difícil y mediocre.

Luego de Nada Carmen tuvo que enfrentarse a dos grandes problemas. El primero, su propio éxito, pues esto le puso el listón tan alto que sintió una constante presión por dar lo mejor de sí en sus textos. Y el segundo, la contradicción que le persiguió desde entonces entre sus obligaciones familiares (tuvo, además, cinco hijos) y su constante deseo de libertad.

Carmen Laforet

Todas esas circunstancias se encuentran en sus siguientes novelas. La isla de los demonios (1950) le costó seis años escribirla, y aunque obtuvo buenas críticas, quedó siempre a la sombra del éxito de Nada; y en cuanto a La mujer nueva (1955), esta fue el resultado de las contradicciones que sentía en torno al papel que se daba entonces a la mujer, la  importancia de la religión y las circunstancias del que se entendía como el hogar perfecto. Que resolvió de la forma contraria que había dado en Nada: apoyando las posturas más tradicionalistas. 

Con su siguiente novela, La insolación (1963), buscó construir algo nuevo. Pero esa pretensión acabó hundiéndola en constantes crisis en las que, tras escribir los textos, decía romperlos por no considerarlos suficientemente buenos. Algo que se repitió con su siguiente novela, Al volver la esquina, a tal punto que, pese a estar trabajando en ella desde los años sesenta, nunca logró terminarla. Además, a sus dificultades para crear se sumó el hecho de que su marido le exigió que no hablara de la vida familiar en sus obras. Y todo, a través de esta amenaza: si lo hacía, no le daría el permiso que necesitaba para salir de España, pues, hay recordarlo, entonces era necesaria la autorización del esposo para algo así. 

Ahora bien, esa dificultad fue también una lucha entre el deseo de ser escritora y los miedos que le ocasionaba el hecho de escribir. Y aunque se sintió feliz por el hecho de poder viajar, pues sentía que así alcanzaba la libertad que buscaba, luego, al volver a España se sentía desanimada. Y escribía y escribía para, de nuevo, destruirlo todo. De hecho, a tal punto llegó su desánimo que durante largos periodos de tiempo ni siquiera abrió las cartas que recibía (entre ellas, una que le llegó desde Hollywood y en donde se le proponía llevar Nada a la gran pantalla). Y hasta llegó a decir que tenía “grafofobia”, un concepto con el que expresaba el terror que acabaría desarrollando ante el propio hecho de escribir. Solo tras su muerte, el 28 de febrero de 2004, tras varios años apartada de la vida pública por sus problemas de salud, se publicaría la que fue su última novela, por deseo de sus hijos.

Así fue la vida de una mujer que anduvo siempre en busca de la libertad. Y que tuvo que vivir con sus contradicciones, incluidas, las de su propio cuerpo. También, las provocadas por esos miedos que a veces genera el éxito. Pero, al menos, luchó para tratar de encontrarse y sentirse como deseaba y de no querer dejarse llevar por las imposiciones de los demás. Y eso, a veces, es suficiente.