viernes, 19 de abril de 2024 00:01h.

Caroline “Callie” Barr, la niñera que moldeó el arte de William Faulkner

La  infancia del escritor William Faulkner transcurrió en el seno de una familia sureña tradicional, con una madre que le enseñó a leer antes de ir a la escuela, y una niñera, Caroline Barr, afrodescendiente, que no solo le brindó un afecto especial, también le narró constantemente historias y le impulsó a hacer lo mismo. 

Caroline Barr y Jill, la hija de William Faulkner
Caroline Barr y Jill, la hija de William Faulkner

Nació en la década de 1840, como esclava, y trabajó en la plantación Barr hasta que consiguió salir de allí durante la Guerra de Secesión. Luego, años después, en un tiempo en que pese a los cambios sociales todavía se mantenían muchos de los rasgos racistas del sur, llegó a la residencia de una familia, los Falkner, con quienes se quedó hasta el último de sus días. Ella crió a los niños, quienes le llamaron siempre “Mammy Callie”, como si fuera una segunda madre. Entre ellos, el pequeño William, futuro escritor, que halló en ella a una figura de autoridad y respeto.

Caroline fue la primera en mostrarle el arte de contar historias. Le explicó, con el niño escuchando fascinado, su infancia, su esclavitud, su liberación y todo lo que había visto durante la guerra. Además, le animó a utilizar su imaginación y a construir sus propias historias o, incluso, a sumarse a las que ella contaba. Circunstancias que, junto a todo lo contado por sus familiares en torno al pasado de los Falkner, le permitieron crear argumentos, historias y personajes que luego añadiría a sus libros, los cuales, por cierto, decidió firmar alterando su apellido y presentándose como “Faulkner”.

William Faulkner junto a sus hermanos. Es el más alto de todos

Sin Caroline difícilmente se podría entender la sensibilidad de William hacia los temas raciales, ni tampoco la fuerza de obras como ¡Absalón, Absalón!, Luz de agosto o, por supuesto, la compleja El ruido y la furia. Así lo asegura la biógrafa Judith L. Sensibar, añadiendo, además, que Faulkner tomó a Caroline como modelo para el personaje de Dilsey Gibson”, la niñera negra de la familia Compson que aparece en esta última obra. Ella se muestra en el libro más activa en la educación de los niños que la madre real, contándoles cuentos, llevándolos a la iglesia y dándoles un ejemplo luminoso de comportamiento muy distinto al ofrecido por otros personajes, tanto, que Dilsey podría calificarse como el “centro moral” de la historia.

Caroline vio como William se convertía, cada vez más, en un hombre de éxito. Vivió sus relaciones, su boda y hasta tuvo la oportunidad de ejercer de protectora de las hijas del escritor. Se mantuvo fuerte y activa, tanto mental como físicamente –era habitual verla caminando-, pero un día de enero de 1940, cuando tenía cien años (hay fuentes que le dan 107) cayó de su asiento en la cocina y entró en un coma del cual nunca despertó.

Caroline Barr

En su funeral William le dedicó algunas palabras calificándola como una “fuente no solo de autoridad, e información, también de afecto, respeto y seguridad”, así como “una de mis primeras asociadas”. Palabras que, conociendo el significado de Caroline para él, quizá puedan resultarnos un tanto escasas, pero que se explican por las convenciones sociales seguidas en este tipo de eventos. Por eso el auténtico homenaje hacia su niñera llegó dos años después, con la publicación de Desciende, Moisés, en donde se ofrece un significativo argumento: la historia de un niño huérfano de madre que encuentra en su cuidadora negra, Molly Beauchamp, a su verdadero modelo, pasando desde entonces más tiempo en la casa de ella que en la de él. El tiempo, sin embargo, junto a las circunstancias raciales, le obligarán en la novela a irse apartando de ella y de los niños negros con quienes siempre ha comido, dormido y jugado; hasta pasar a formar parte del sistema racista que rechaza a los negros. Un argumento valiente en donde es posible que Faulkner pusiera algo de su propia vida. En cualquier caso, un mensaje emocionado a la labor de una mujer que había sido para él una madre más y a quien quiso dedicar explícitamente el libro asegurando que le había dado “una devoción y un amor inconmensurables”.

* Más sobre esta historia en Judih L. Sensibar, Faulkner and Love: The Women Who Shaed His Art.