martes, 23 de abril de 2024 00:06h.

Un espíritu de lucha a prueba de todo desaliento: Roald Amundsen, el primer hombre que alcanzó el Polo Sur

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Roald Amundsen

Nadie había apostado por él. Y menos, tras saber que iba a competir con el oficial de la Marina Real Británica Robert Falcon Scott. Pero, al final, Roald Amundsen contradijo a todos y acabó convirtiéndose en el primer hombre en alcanzar el Polo Sur. Y lo hizo con unos tiempos sorprendentes: 35 días antes que su rival.

A partir de ese momento, todos empezaron a conocer el atípico nombre de ese desconocido noruego que había nacido en la localidad de Borge en 1872. Su familia estaba vinculada con el mar y, de hecho, su padre había alcanzado el grado de capitán de barco. Sus hermanos habían seguido sus pasos pero con Roald su madre quiso hacer una excepción e hizo todos los sacrificios que le fueron posibles para que tuviera otra oportunidad en la vida. Sin saber que, en realidad, él no quería esa oportunidad. Que lo único que quería era explorar los mares, y, como su principal modelo durante la adolescencia, Fridtjof Nansen, caminar sobre los hielos más recónditos.

Amundsen, sin embargo, se plegó a los deseos familiares y entró en la Universidad. Para, poco después, descubrir que aquello no era lo suyo. Que estaba más interesado por el ejercicio físico que por cultivar la mente. Y que, entretanto, no dejaba de mirar el mar. Como si le llamara. Por eso cuando su madre falleció, cuando él tenía 21 años, decidió abandonar sus estudios y convertirse en marino. Y así, fue adquiriendo experiencia, hasta que en 1897 entró como Primer Oficial en una expedición que iba a la Antártida. Un viaje que le demostró la dureza del mar, pues el barco quedó atrapado en el hielo y tuvieron todos que sufrir allí el crudo invierno. Muchos, afectados por el escorbuto, y alimentándose con carne cruda de animales marinos.  

La vivencia, contra todo pronóstico, hizo que Amundsen se sintiera aún más fascinado por los desafíos de la naturaleza. Y a su regreso decidió organizar el que sería su primer gran desafío: una expedición a los helados mares del norte que le permitiera descubrir un paso entre el Atlántico y el Pacífico. Una propuesta ambiciosa que, además, orquestó con unos recursos mínimos: un barco pequeño (el “Gjöa”) y una tripulación de seis hombres. Así, partió el 17 de junio de 1903, pero tiempo después el barco quedó inmovilizado en el estrecho de Ross. Algo que le llevó a pasar el invierno en la cercana isla de King William junto a los esquimales.

Fue una de las decisiones más importantes de su vida porque allí aprendió las técnicas que este pueblo utilizaba para sobrevivir, así como algo que iba a ser fundamental: el uso de perros con trineos. De hecho, Amundsen decidió quedarse un año más para aumentar su aprendizaje. De  tal modo que no fue hasta el 13 de agosto de 1905 cuando reemprendió la navegación y logró completar su reto de alcanzar el océano Pacífico.

Fue, sin embargo, el siguiente desafío el que le dio la fama mundial. Y todo, pese a que se inició con un gran engaño. Porque, tras conseguir el apoyo de patrocinadores, un barco y una tripulación para alcanzar el Polo Norte, supo que el explorador Robert Peary se le había adelantado. Así que Amundsen decidió cambiarlo todo y alcanzar al Polo Sur. Pero lo hizo sin avisar a nadie. Engañando a sus patrocinadores y a su propia tripulación, que partieron hacia su destino creyendo que iban al hemisferio norte. Un engaño en el que persistió varias semanas, hasta que, el 9 de septiembre de 1910, les dijo la verdad. Poco después, además, avisaba al mundo. Con un lacónico mensaje en el que simplemente decía: “Voy hacia el sur”.

Las cosas, como hemos dicho, le salieron bien. Y Roald Amundsen completó su gran hazaña el 14 de diciembre de 1911. Sin sufrir ni una sola baja y valiéndose de las enseñanzas que había acumulado, sobre todo, las impartidas por los esquimales. No sucedió lo mismo con su rival Scott: aunque llegó, y leyó la carta que Amundsen le había dejado, falleció en el viaje de regreso, y con él, parte de su equipo.

Sin embargo, el destino guardaba también un final trágico para Amundsen. Y todo, a partir de la que fue su última hazaña, pues, tras aprender a pilotar, logró sobrevolar en 1925 y 1926 el Polo Norte en avión. Y es que, a partir de esto, se le pidió en 1928 que fuera de nuevo allí para realizar un rescate. Algo que afrontó con buen ánimo y tranquilidad, pero esta vez algo falló durante el viaje y su avión, el 18 de junio, desapareció. Y pese a los esfuerzos que luego se realizaron, ya nunca se pudo hallar su cuerpo.

Fue el fin de una vida consagrada a la aventura. De alguien que, aunque se le ha pintado muchas veces con los rasgos de los héroes, tuvo mucho de antihéroe. Alguien que, además, supo aprender de todos los pueblos, sin prejuicios, para poder crecer como explorador. Alguien que compensó sus carencias con un espíritu de lucha a prueba de todo desaliento. Y que, con todo ello, alcanzó una gloria que estaba reservada a muy pocos.