jueves, 28 de marzo de 2024 00:05h.

La triste historia de Delmira Agustini, la poetisa que buscó la libertad y halló la muerte

Por sus versos modernistas, de gran carga erótica y totalmente novedosos por ofrecer los sentimientos íntimos desde la perspectiva de una mujer, recibió la admiración de personajes como Rubén Darío o Miguel de Unamuno. Su muerte, muy probablemente a manos de su marido, trastocó una carrera que en pocos años le había permitido estar entre las principales figuras poéticas de su época. Esta es su trágica historia.

Delmira Agustini
Delmira Agustini

Cuando la uruguaya Delmira Agustini publicó en 1913, a los 27 años, su libro de versos Los cálices vacíos muchos se escandalizaron al leer el contenido. El amor, el sexo, el placer, el erotismo y el anhelo se unían allí, sin apenas camuflajes,  deseos todos demasiado impúdicos para una sociedad en donde las mujeres estaban obligadas a quedarse en las segundas filas, mudas muchas veces, sin dar su opinión y limitándose a cumplir el papel que tradicionalmente se les había dado. 

Y, sin embargo, la poetisa se había caracterizado por haber llevado una vida acorde a los principios puritanos de su tiempo. De un modo, además, especialmente incisivo. Había nacido el 24 de octubre de 1886 en el seno de una familia burguesa de clase media que deseaba que su hija les hiciera formar parte de las elites de Montevideo. Por eso, con el objetivo de que cuando estuviera en edad de casarse se emparentara con alguna familia destacada, recibió una esmerada educación que incluyó clases de francés, piano, pintura y dibujo, Y a tal punto llegó esto que pasó su infancia prácticamente así, sin que apenas pudiera relacionarse con otros niños. De modo que, al final, Delmira se convirtió en una joven solitaria y sumisa a los requerimientos de sus padres. Especialmente de la madre, que siempre ejerció sobre ella una determinante influencia.

En tal contexto, la poesía se convirtió para ella una forma de hallar la libertad que se le negaba y, sobre todo, de dar rienda suelta a sus verdaderos deseos y a su excepcional sensibilidad. Alos diez años componía versos y, con tan solo dieciséis ya le publicaron algunos en la revista Alborada. Fue el inicio de una carrera que le revelaría como una de las voces más importantes del modernismo de su tiempo, además de una de las precursoras del vanguardismo en Uruguay. De hecho, pronto impresionó, no solo a quienes la habían conocido, que no podían creer que esa joven tan retraída se atreviera a escribir algo así, también a autores consagrados como Rubén Darío o Miguel de Unamuno. Y esto, ya desde su primer libro, El libro blanco, de 1907, en donde había poemas como “Explosión”, en donde revelaba su despertar sexual, o “Íntima”, en el que podían leerse versos como:

“Hoy abriré a tu alma el gran misterio;
Ella es capaz de penetrar en mí.
En el silencio hay vértigos de abismo:
Yo vacilaba, me sostengo en ti.

Muero de ensueños; beberé en tus fuentes
Puras y frescas la verdad: yo sé
Que está en el fondo magno de tu pecho
El manantial que vencerá mi sed”.

Poco después de la aparición de esta obra Delmira conoció a Enrique Job Reyes, un joven rematador de hacienda con el que, tras cinco años de convencional noviazgo, se casó el 14 de agosto de 1913. Poco antes esta había escrito, al respecto, a su ya amigo Rubén Darío: “He resuelto arrojarme al abismo medroso del casamiento. No sé: tal vez en el fondo me espera la felicidad”. Vaticinio que, desafortunadamente, no se cumplió. Cincuenta y tres días después ella se apartaba de su esposo y solicitaba el divorcio –algo excepcional para la época- amparándose en los malos tratos que le había dado mientras habían estado juntos. Algo que él negó diciendo que la actitud de Delmira se debía a las presiones de su madre, que nunca le quiso como yerno. Ahora bien, pese a todo, este no fue el fin de su relación, pues, sorprendentemente, los dos siguieron viéndose y manteniendo relaciones furtivas.  

Ese mismo año se publicó la mencionada Los cálices vacíos, en donde había versos tan directos como: “Tú te inclinabas más y más... y tanto,/ y tanto te inclinaste,/que mis flores eróticas son dobles,/y mi estrella es más grande desde entonces”. Una obra extraordinaria que prologó el mismísimo Ruben Darío con afirmaciones como la siguiente: “De todas las mujeres que hoy escriben en verso ninguna ha impresionado mi ánimo como Delmira Agustini… es la primera vez que en lengua castellana aparece un alma femenina en el orgullo de su inocencia y de su amor, a no ser Santa Teresa de Jesús en su exaltación…”. El libro, además, visto con perspectiva, parece tender puentes hacia una nueva etapa en la que Delmira buscaba, al fin, ser ella misma. Pero lo que debió ser una apertura y un cambio hacia una vida más libre, se trocó pronto en tragedia. El año siguiente, el 6 de julio, apenas un mes después de que se hiciera definitivamente efectiva ante un juez su disolución de matrimonio, se encontró en una casa el cuerpo inerte de Delmira con dos impactos de bala en su cabeza y, a su lado, también sin vida, el del hombre que había sido su esposo. Algunos hablaron de pacto suicida, pero la idea general, tras la investigación, fue que había sido su ex marido quien, por celos, le había quitado la vida, para luego, tras ser consciente de lo que había hecho, suicidarse.

Los últimos versos que dejó escritos Delmira aparecerían en la póstuma El rosario de Eros (1924), en donde se mantiene su idea de que el amor, el placer y el sexo son una salida a la oscuridad del mundo. Y es que, aunque a Delmira no le permitieron ser la persona que deseaba, igual buscó modos de expresarse y de combatir contra todas las dificultades que se le presentaban. Y todo, con un deseo. El de llegar a un tiempo, como ella misma decía, en “donde los sueños tienen/lagos de luz para bañar sus alas” sin “el espectro destructor del Tiempo”. No le fue posible hallarlo pero, al menos, en varias ocasiones, gracias a su poesía, estuvo a punto de conseguirlo.