La triste historia de Nadia Anjuman, la poeta que desafió el Afganistán de los talibanes para poder ser ella misma

Con la caída de Kabul ante las fuerzas talibanas los versos de la afgana Nadia Anjuman han vuelto a la actualidad.  Pese a que nunca, en realidad, se fueron. La poeta y estudiante de Literatura, que aspiraba a formar parte de esa generación de mujeres que pensaban cambiar el país, murió, según señalan todos los  indicios, asesinada por su marido. Dejó tras de sí un hijo, un legado de bellas poesías en donde reflejaba la situación de muchas de las mujeres de su país y el recuerdo de su constante batalla por ser ella misma.

Cantaba a la libertad en sus versos. La misma que en numerosas ocasiones le habían privado. Y cantaba por su derecho a buscar la poesía y sentirla sin frenos. Al igual que muchas otras mujeres afganas que habían vivido los cambios de finales del XX y creyeron que con el XXI al fin había llegado su momento.  

Había nacido en 1980 en Herat, y había conocido, desde niña, el resultado de los enfrentamientos armados que el gobierno sostenía con los grupos opositores. Luego, había visto la disolución de la URRS, la caída del gobierno pro soviético, la llegada de los muyahidínes y una guerra civil que provocó la toma de Herat en 1995 por los talibanes. El momento en que ella sintió que se le despojaba de su sentido. Porque, con ese nuevo régimen, ya no valían sus años de excelente estudiante. Ni sus talentos. Ni todo lo que había aprendido. Le dijeron que las niñas no tenían derecho a educarse, ni siquiera en sus casas, y tuvo que dejar la escuela. Y le dijeron que, a partir de cierta edad, debería ocultar su cuerpo; y que ya no podría trabajar en oficios de hombre. Hasta le dijeron que ya no podría reír en voz alta.

Pero Nadia no quería ser esa persona que le obligaban a ser. Así que se las arregló para seguir estudiando. Y hasta logró formar parte de un centro clandestino en el que, bajo la apariencia de una academia de corte y confección, se impartían clases de poesía y literatura. Por eso pudo leer a autores prohibidos, como Shakespeare, Joyce o Dostoyevski; y debatir, en libertad, con profesores que creían en su causa. Consciente, como todas las estudiantes, que si la descubrían sería encarcelada y torturada. Quizá, incluso, ahorcada. Por eso rápidamente ocultaba sus libros cada vez que los hijos de las otras estudiantes entraban en el centro para informar de que se acercaban los guardias.

Con el 2001 llegaron las buenas noticias para ella: la intervención de la OTAN llevó a que los talibanes salieran de Herat.Y, así, Nadia cumplió su gran sueño de entrar en la Universidad para estudiar Literatura. Aunque igual tuviera que aceptar el matrimonio que le prepararon sus padres Algo a lo que se había negado desde que de adolescente, con 14 ó 15 años, le habían empezado a exigir que se casara. Y al final, el elegido fue un hombre llamado Farid Ahmad Majad Mia, con el que ella se sintió desde muy pronto atrapada y desgraciada.

Por eso la poesía de Nadia es un canto a la libertad en un mundo todavía difícil para una mujer. “Qué mano ladrona saqueó la estatua de oro puro de tus sueños?”, se preguntaba en sus poesías. “¿Dónde se ha marchado tu barca, tu serena plateada luna de embarcación?”, insistía. Por eso hablaba de su cárcel en el que es uno de sus poemas más célebres: “Estoy enjaulada en esta esquina/llena de melancolía y pena.../Mis alas están cerradas y no puedo volar./Soy una mujer afgana y debo lamentarme”.

Por eso es el dolor otro de los temas de sus poesías: “sus atormentados cuerpos, chicas criadas en el dolor/la alegría alejada de sus rostros/corazones viejos y alineados de grietas/no surgen sonrisas en los inhóspitos océanos de sus labios”; o también, “Nací para nada/La boca se debe precintar”, o también la sobrecogedora “No tiene sentido”:

La música ya no tiene sentido, por qué debería componer, el tiempo.
me abandona, ya sea que cante o me quede inmóvil.
Cuando las palabras son veneno para la lengua, ¿para qué probar?
Cantar canciones es la habilidad más fuerte de mi abusador.
Nadie en ningún lugar se da cuenta o le importa si
lloro, si me río, si muero o sigo
aquí, en la celda de este cautivo con pena y remordimiento;
Por qué vivir, si mi lengua está sellada, todavía
(…)

Dicen algunos que sus poesías causaron su muerte. Y es que, pocos meses antes de su triste fin, había publicado su primer poemario, Gol-e-Duda (“Flor de humo”), que había gozado de excelentes críticas y ventas, pero que también había puesto en público sus sentimientos y sus angustias, para gran enfado del marido. De hecho, cuando falleció, se proponía sacar un segundo libro en que iba a repetir esos temas.

Pero no hubo tiempo para que lo terminara. El 4 de noviembre su esposo llevó a Nadia al hospital, posiblemente, ya fallecida, con signos de haber recibido numerosos golpes. La policía detuvo entonces al marido, que confesó ser el causante de los moratones que tenía, pero no de haberla matado. Así, aseguró que Nadia a había tomado veneno y que ella misma se lo había confesado. Sin embargo, en esa confesión había un sinsentido: había llevado a su mujer al hospital cuatro horas después de que ella hiciera su confesión.

Una autopsia podría haber aclarado todo. Pero la familia se negó a que se la hicieran. Y, sin pruebas, apenas un mes después de ser detenido el esposo salió en libertad.

Nadia dejó un hijo, sus poesías y el recuerdo de esa batalla que libró para poder expresarse, ser poeta y, sobre todo, ser ella misma. En unos tiempos en que hacerlo era un pecado digno de castigo.

Ahora es agosto de 2021 y Kabul ha caído. Y los versos de Nadia se impregnan de un sentido que muchos creían desterrado.