La larga odisea de los dibujos de Franz Kafka

'Un mendigo y un hombre generoso y elegante', de Franz Kafka

Cuando Franz Kafka supo que estaba gravemente enfermo pidió a su amigo Max Brod que tras su deceso destruyera todos sus manuscritos y trabajos no publicados. Brod, sin embargo, prefirió desoír la petición y dedicó el resto de sus días a conocer todas las vertientes del trabajo de Kafka. También, sus peculiares dibujos. Esta es la historia de una de las expresiones más desconocidas del gran escritor checo.  

“Queridísimo Max, mi último ruego: todo lo que se encuentre en mi legado (es decir, en el baúl de los libros, armario ropero, escritorio, en casa y en la oficina, o cualquier sitio en que pudiera estar y se te ocurra) en cuanto a diarios, manuscritos, cartas propias y ajenas, dibujos, etc., debe ser quemado sin excepción y sin ser leído, igual que todo escrito o dibujo que tú u otros, a los que deberás pedirlos en mi nombre, tengan en su poder”.

Esta fue la carta que Franz Kafka dedicó a su amigo Max Brod tras ser consciente de que había contraído tuberculosis y le quedaba poco tiempo de vida. A su parecer, esos manuscritos que mencionaba no tenían suficiente calidad y merecían desaparecer sin más. Quizá porque temía que, de darse a conocer, demostrarían uno de sus grandes miedos: el de no tener el talento suficiente para escribir textos mejores.

Max Brod pensaba exactamente lo contrario. Estaba convencido de que su amigo era un escritor brillante a quien únicamente lastraban su autoexigencia y su timidez. De hecho, ya desde que lo había conocido en la universidad había buscado ser una influencia positiva para él, recordándole en numerosas ocasiones su gran talento y animándole a hacerlo público. Por eso cuando Kafka murió fue incapaz de obedecer su última petición. Máxime cuando, tras hojear los papeles, descubrió auténticas joyas, entre ellas una de las grandes obras literarias del siglo XX, El proceso.


Max Brod (izquierda) y Franz Kafka (derecha) en la playa

Con los dibujos obró igual. No en vano, hubiera sido una incongruencia destruirlos cuando en vida de Kafka había hecho lo posible por rescatarlos. Como el mismo Brod afirmó: “Lo que yo no he salvado, ha sucumbido. Hacía que me regalara sus ‘borrones’, o los sacaba de la papelera… incluso he recortado cierto número de ellos de los márgenes de sus libros jurídicos”.  

Pensó, incluso, muchas veces en publicarlos y varias veces anunció que estaba a punto de hacerlo. Pero las circunstancias no se lo pusieron fácil. Al principio porque lo primordial era dar a conocer su obra literaria, pero luego porque la situación se hizo cada vez más complicada. Sobre todo después de que, con la llegada de los nazis a Checoslovaquia en marzo de 1939, Brod se viera obligado a dejar el país, iniciando una fuga dramática a Palestina durante la cual llevó en una maleta los papeles y dibujos de Kafka. Luego, una vez asentado, entregó parte del legado a las cuatro sobrinas del escritor –únicas herederas de su patrimonio- y depositó en una caja de seguridad de un banco de Tel Aviv aquellos dibujos que le pertenecían. Hasta que con la Crisis de Suez en 1956 decidió trasladarlos a un banco de Suiza.


El pensador 

En ese tiempo el mundo conoció unos pocos dibujos de Kafka, pues Max decidió moverlos para despertar el interés del público, pero nunca llegó a cumplir su deseo de verlos reunidos en un libro. A su muerte, en 1968, solo unos pocos privilegiados conocían estos trabajos, entre ellos su secretaria Esther Hoffe, que fue quien recibió su parte del legado de Kafka. Y aunque con el paso del tiempo se dieron a conocer algunos dibujos más, los distintos poseedores legales no lograron ponerse de acuerdo para publicarlos en su totalidad. Solo medio siglo después de la muerte de Brod, y tras un largo proceso de diez años, las distintas partes llegaron a un pacto y se preparó una edición con todo el material inédito.

Seguramente, a Kafka no le hubiera gustado verlos, principalmente porque nunca vio en ellos valor alguno. “No son dibujos para mostrar a nadie”, escribió. “Tan sólo son jeroglíficos muy personales y, por tanto, ilegibles. (…) Mis figuras carecen de las proporciones espaciales adecuadas. No tienen un verdadero horizonte. Los dibujos son rastros de una pasión antigua (…) Vienen de la oscuridad para desvanecerse en la oscuridad”.

Sea como sea, hoy podemos conocer esta faceta del gran escritor checo gracias a la publicación de The drawings (en español, Los dibujos, Galaxia Gutenberg, 2021). Son trabajos sencillos pero que llaman la atención por resultar una expresión del mismo  sentimiento atormentado que aparece en los libros de su autor. Y aunque seguramente, no sean fundamentales para conocer el lado literario de Kafka, sí ayudan a expresar mejor algunas de sus circunstancias.

Caprichos de la riqueza (hacia 1905)

Un mendigo y un hombre elegante y generoso (1906)

Retrato (hacia 1911)


Hombre entre barrotes 

Dibujo 

Dibujo 

Autorretrato (hacia 1911)