Siete poemas de Jorge Guillén

(Valladolid, 18 de enero de 1893 - Málaga, 6 de febrero de 1984)

Residió en Valladolid toda su infancia y juventud, pero al completar el año de Bachillerato fue a Madrid para estudiar Filosofía y Letras, que completaría, finalmente, en Granada. Luego viajó por Europa, realizando distintas tareas, hasta que en 1917 entró como lector de español en La Sorbona sustituyendo al poeta Pedro Salinas. En esos años conoció a Germaine Cahen, con quien terminó casándose y teniendo dos hijos, Claudio y Teresa Guillén.

En 1924 obtuvo el doctorado con una tesis dedicada a Góngora y en 1925 ocupó la Cátedra de Literatura de la Universidad de Murcia. Allí, más vinculado al mundo poético, fundó la revista Verso y Prosa. También, entró en contacto, gracias a la Residencia de Estudiantes, con los miembros de la Generación del 27, entre ellos, Rafael Alberti y Federico García Lorca. Todo ello le animó a publicar, en 1928, con 35 años, su primer libro de poemas: Cántico.

Cuando estalló la Guerra Civil española residía en Valladolid y, por su ideología afín a las izquierdas, pasó brevemente por la cárcel de Pamplona. También fue sometido a un expediente de depuración que le inhabilitó para ejercer la docencia; así que, para labrarse un mejor futuro, se exilió en julio de 1938 al continente americano. Allí ejerció como profesor en las Universidades de Middlebury (Estados Unidos) y McGill (Canadá), así como en el Wellesley College (Estados Unidos).

Permaneció en el país hasta la muerte su esposa, en 1947, momento en que se trasladó a Italia y a España. No permaneció, sin embargo, mucho tiempo aquí, pues posteriormente, tras casarse por segunda vez, volvió a su destino de exiliado para ejercer como profesor en Harvard y Puerto Rico.

Fue en la segunda mitad de su vida cuando más activo se mostró como poeta. Así, a las nuevas ediciones de Cántico, que fue ampliando con el paso de los años, pasando así de los 75 poemas iniciales a los 334 de su versión de 1950, hay que sumar obras y compilaciones como Huerto de Melibea (1954), Del amanecer y el despertar (1956), Clamor (1957), Lugar de Lázaro (1957), Clamor… Que van a dar en la mar (1960), Historia natural (1960), Las tentaciones de Antonio (1962), Según las horas (1962), Clamor. A la altura de las circunstancias (1963), Homenaje. Reunión de vidas (1967), Aire nuestro (1968), Guirnalda Civil (1970), Al margen (1972), Y otros poemas (1973), Convivencia (1975), Historia muy natural (1980), El poeta ante su obra (1980), Final (1981) y La expresión (1981). Por ellas recibiría el Premio Cervantes en 1976 y el Premio Internacional Alfonso Reyes.

Fallecería en 1984, a los 91 años.

Como poeta, ofrece temas optimistas, pues aún reconociendo los males de la sociedad (no en vano, su poesía recorre periodos vinculados a guerras, postguerras y existencialismos), igual desea manifestar en sus obras la alegría de vivir. Ahora bien, eso no le impide utilizar un lenguaje muy elaborado y despojado de musicalidades sencillas. Por su inclinación a la “poesía pura” muchos le han considerado como el discípulo más directo de Juan Ramón Jiménez.

ADVENIMIENTO

¡Oh luna, cuánto abril,
qué vasto y dulce el aire!
Todo lo que perdí
volverá con las aves.

Sí, con las avecillas
que en coro de alborada
pían y pían, pían
sin designio de gracia.

La luna está muy cerca,
quieta en el aire nuestro.
El que yo fui me espera
bajo mis pensamientos.

Cantará el mi señor.
En la cima del ansia.
Arrebol, arrebol.
Entre el cielo y las auras.

¿Y se perdió aquel tiempo
que yo perdí? La mano
dispone, dios ligero,
de esta luna sin año.

 AMOR DORMIDO

Dormías, los brazos me tendiste y por sorpresa
rodeaste mi insomnio. ¿Apartabas así
la noche desvelada, bajo la luna presa?
tu soñar me envolvía, soñado me sentí.

EL MAR ES UN OLVIDO...

El mar es un olvido,
una canción, un labio;
el mar es un amante,
fiel respuesta al deseo.

Es como un ruiseñor,
y sus aguas son plumas,
impulsos que levantan
a las frías estrellas.

Sus caricias son sueños,
entreabren la muerte,
son lunas accesibles,
son la vida más alta.

Sobre espaldas oscuras
las olas van gozando.

PLENO AMOR

¿Amor envuelve en las formas
de un viento? Se transfigura
bajo un viento nuestro abrazo:
concentrándose está en lucha.
Triunfo habrá para los dos,
gocémonos. ¡Oh, no hay burla
contra la fe ya animal
de toda la criatura!
Desaparece la estancia.
Una luz de anhelo y súplica
crea un ámbito al amor
con muros de sombras juntas.
Infinita, sí, trascurre
la noche. Pero se ajusta
-con la precisión de un mundo
soñado por la absoluta
claridad- a este clarísimo
destino: nuestra ventura.
Y la ventura despacio
va confiándose -nunca
más estrellas en el cielo-
a una pesadumbre suya.
Mientras -la carne es también
alma, reina tu blancura-
un ritmo acoge y acrece
la obstinación -¡qué profunda
masa tanta noche en vela!-
de esta casi calentura,
de este buen ardor.
                                   Palpitan,
humildemente nocturnas,
las estrellas como si
regalasen una luna
de paz.
             Paz en la verdad.

II
En la verdad.
                        Y se anuncia
lo más fabuloso. ¿Tumba
para una resurrección,
para llegar a ser pluma
casi indistinta del aire,
aire sobre el mar, espuma
que fuese nube en un cielo
con voz de mar?
                            No hay más ruta
que este más allá mortal:
vértigo de una dulzura
que de más vida en más vida
se atropella, se derrumba,
-¡llega a tal embriaguez
el ser que desde su altura
conspira al derrumbamiento!-
y va a la noche desnuda
con un ansia de catástrofe,
o de postrer paz, en fuga
final ¿hacia qué reposos,
qué aplanamientos, qué anchuras?
¿O hacia la aniquilación
desesperada?
                           Concluya,
concluya tanta inminencia.
Todo se confía -nunca
más estrellas en el cielo--
a su pesadumbre muda,
fatal.

            ¡Sea!

                         Fatalmente
puede más que yo la angustia
que me entrega a la catástrofe,
-todo conmigo sucumba-
que no será... que no es
una catástrofe -¡brusca
perfección!- por más que abdique,
y se desplome y se hunda
-amor, amor realizado-
el alma en su carne: puras.

TRÉBOLES

Cada vez que me despierto
mi boca vuelve a tu nombre
como el marino a su puerto.

*

Este volver a empezar
cada jornada sin ti,
esta sensación de mar
que navego y ya perdí...

*

Como si mi voz te alcanzase,
murmura: Amour adoré,
¿No puedes oírme? No sé.

*

Vivos estamos en la frase.
¡Qué lejos ayer de hoy!
Hondo ayer: dos fuimos uno.
Hoy no estás y yo no soy.

*

Gentes que me son extrañas:
esas que me creen solo
sin ver que tú me acompañas.

*

Así voy sin ti: perdido
por entre gentes que anulan
nuestro amor bajo su olvido.

*

La Patria, lejos, en el lodo.
Soledades alrededor.
Navidad a pesar de todo:
hijos, su recuerdo, mi amor.

*

La memoria, malla a malla,
me cubre armando su mundo.
Interior, mi noche calla.
En tu recuerdo me hundo.

*


Ya te lo decía yo.
Era imposible el olvido.
Fuimos verdad. Y quedó.

*

Sobre esta misma almohada
me acompañó su cabeza.
Sé ya ahora cómo empieza
la blancura de la nada.

*

Despierto y como no estás,
no me suena el mundo a mundo:
nunca a solas no hay compás.

*

¡Estaba yo tan contento
de ser yo, yo para ti!
¡Qué alegría ser así
dos historias en un cuento!

*

Lo que un día me dijiste
de nuevo suena en mi oído.
La soledad no es tan triste.
Ser es también no haber sido.

TÚ, TÚ, MI INCESANTE...

¡Tú, tú, tú, mi incesante
primavera profunda
mi río de verdor
agudo y aventura!

¡Tú, ventana a lo diáfano:
desenlace de aurora,
modelación del día:
mediodía en su rosa,

tranquilidad de lumbre:
siesta del horizonte,
lumbres en lucha y coro:
poniente contra noche,

constelación del campo,
fabulosa, precisa,
trémula hermosamente,
universal y mía!

¡Tú más aún: tú como
tú, sin palabras toda
singular, desnudez
única, tú, sola!

DESNUDO

Blancos, rosas... Azules casi en veta,
dos, mentales.
Puntos de luz latente dan señales
de una sombra secreta.
Pero el color, infiel a la penumbra,
se consolida en masa.
Yacente en el verano de la casa,
una forma se alumbra.
Claridad aguzada entre perfiles,
de tan puros tranquilos
que cortan y aniquilan con sus filos
las confusiones viles.
Desnuda está la carne. Su evidencia
se resuelve en reposo.
Monotonía justa: prodigioso
colmo de la presencia.
¡Plenitud inmediata, sin ambiente,
del cuerpo femenino!
Ningún primor: ni voz ni flor. ¿Destino?
Oh absoluto presente!