Siete poemas de Juan Ramón Jiménez

Juan Ramón Jiménez

(Moguer, España, 23 de diciembre de 1881 – San Juan, Puerto Rico, 29 de mayo de 1958)

Era hijo de Víctor Jiménez y Purificación Mantecón, un matrimonio dedicado al comercio de vinos. De joven quiso ser pintor, y tras estudiar en el Instituto La Rábida de Huelva se trasladó a Sevilla en 1896 para formarse. Sin embargo, lo que realmente halló allí fue su inspiración como poeta, escribiendo allí sus primeros textos y colaborando en varios periódicos de la región. Entretanto, inició Derecho obligado por su padre, pero abandonó poco después.

En 1900 viajó a Madrid, en donde, ese mismo año, publicaría sus primeros libros: Ninfeas y Almas de violeta. Sin embargo, la muerte de su padre, poco después, junto a los graves problemas económicos que a partir de ese momento sufrió la familia, cambiaron totalmente su rumbo. Tanto que se sumió en una grave depresión por la cual fue ingresado en dos sanatorios de Burdeos y Madrid.  

En 1902, año en que abandonó este último centro, se integró en el equipo fundador de la revista Helios. En 1903 publicó su Arias tristes y al año siguiente Jardines lejanos. Poco después, sin embargo, se vio obligado a regresar a su natal Moguer para atender los problemas de la familia, en donde continuaría dando rienda suelta a su creatividad. Así, son de estos años publicaciones como Pastorales (1903-1905); Olvidanzas (1906-1907); Baladas de primavera (1907); Elegías (1907-1908); La soledad sonora (1908); Poemas májicos y dolientes (1909); Arte menor (1909); Poemas agrestes (1910-1911); Laberinto (1910-1911); Melancolía (1910-1911); Poemas impersonales (1911); y su Libros de amor (1911-1912), resultado de los muchos noviazgos y relaciones que mantuvo durante su juventud (estuvo, como señalan sus biógrafos, con mujeres casadas y solteras, con una norteamericana madre de una hija, con la esposa del psiquiatra que trataba su depresión e incluso con monjas).

En 1913 conoció a Zenobia Camprubí Aymar, con quien se casaría tres años después. En 1914 fue nombrado director de las Ediciones de la Residencia de Estudiantes y empezó a realizar traducciones de autores como Rabindranath Tagore en colaboración con su esposa. También en 1914 publicó la que fue su obra más conocida, Platero y yo.

A partir de 1918 encabezó distintos movimientos de renovación poética que tuvieron gran influencia en la generación del 27. Desde entonces publicó libros como Diario de un poeta recién casado (1917), Piedra y cielo (1919), Belleza (1923) o Canción (1935).

Con el estallido de la guerra civil en España Juan Ramón apoyó a la República, y tras residir en Madrid, marchó al extranjero junto a Zenobia, instalándose en Washington como agregado cultural. Luego, fueron ambos a distintas poblaciones de los Estados Unidos. Sin embargo, las sucesivas depresiones que padeció le llevaron a ser hospitalizado en 1940 y 1946. Aún así, pudo dar clases y continuó escribiendo, publicando Voces de mi copla (1945), La estación total (1946), Romances de Coral Gables (1948) o Animal de fondo (1940).

En 1956 recibió el Premio Nobel de Literatura, tres días antes de que falleciera su esposa. Sumido en la tristeza, no acudió a recoger personalmente el premio. Fallecería en 1958, a los 76 años.

Su poesía no resulta de fácil clasificación, pues por su riqueza y experimentación ofrece etapas muy distintas. Así, evolucionó de las influencias simbolistas y modernistas de su juventud a la poesía intelectual (e incluso metafísica) de su etapa adulta. Esto es, a medida que pasaron los años fue suprimiendo la aparatosidad de las composiciones iniciales para sumirse en lo puro, lo bello y esencial: la poesía interior, en donde el poema sería una pequeña manifestación de todo lo demás.

ADOLESCENCIA

En el balcón, un instante
nos quedamos los dos solos.
desde la dulce mañana
de aquel día éramos novios.

-El paisaje soñoliento
dormía sus vagos tonos,
bajo el cielo gris  y rosa
del crepúsculo de otoño-.

Le dije que iba a besarla;
bajó, serena, los ojos
y me ofreció sus mejillas
como quien pierde un tesoro.

-Caían las hojas muertas,
en el jardín silencioso,
y en el aire erraba aún
un perfume de heliotropos-.

No se atrevía a mirarme;
le dije que éramos novios,
...y las lágrimas rodaron
de sus ojos melancólicos.

ALEGRÍA NOCTURNA

¡Allá va el olor
de la rosa!
¡Cójelo en tu sinrazón!
¡Allá va la luz
de la luna!
¡Cójela en tu plenitud!
¡Allá va el cantar
del arroyo!
¡Cójelo en tu libertad!

ESTOY TRISTE, Y MIS OJOS NO LLORAN...

Estoy triste, y mis ojos no lloran
y no quiero los besos de nadie;
mi mirada serena se pierde
en el fondo callado del parque.

¿Para qué he de soñar en amores
si está oscura y lluviosa la tarde
y no vienen suspiros ni aromas
en las rondas tranquilas del aire?

Han sonado las horas dormidas;
está solo el inmenso paisaje;
ya se han ido los lentos rebaños;
flota el humo en los pobres hogares.

Al cerrar mi ventana a la sombra,
una estrena brilló en los cristales;
estoy triste, mis ojos no lloran,
¡ya no quiero los besos de nadie!

Soñaré con mi infancia: es la hora
de los niños dormidos; mi madre
me mecía en su tibio regazo,
al amor de sus ojos radiantes;

y al vibrar la amorosa campana
de la ermita perdida en el valle,
se entreabrían mis ojos rendidos
al misterio sin luz de la tarde...

Es la esquila; ha sonado. La esquila
ha sonado en la paz de los aires;
sus cadencias dan llanto a estos ojos
que no quieren los besos de nadie.

¡Que mis lágrimas corran! Ya hay flores,
ya hay fragancias y cantos; si alguien
ha soñado en mis besos, que venga
de su plácido ensueño a besarme.

Y mis lágrimas corren... No vienen...
¿Quién irá por el triste paisaje?
Sólo suena en el largo silencio
la campana que tocan los ángeles.

JARDÍN

Yo no sé cómo saltar
desde la orilla de hoy
a la orilla de mañana.

El río se lleva, mientras,
la realidad de esta tarde,
a mares sin esperanza.

Miro al oriente, al poniente,
miro al sur y miro al norte.

Toda la verdad dorada
que cercaba al alma mía,
cual con un cielo completo,
se cae, partida y falsa.

Y no sé cómo saltar
desde la orilla de hoy
a la orilla de mañana.

NOCTURNO
                                                                                A G. Martínez Sierra
Aun soñaba en las dulzuras de esta tarde.
Estoy solo; mis amores están lejos;
y mi alma que se muere de tristeza,
de nostalgia y de recuerdos,
se sumía fatigada
en la bruma de los sueños.

Esta tarde han florecido
los vergeles de los cielos;
los crepúsculos pasados fueron grises
cual monótonos crepúsculos de invierno.
Esta tarde renació la primavera:
los velados horizontes descubrieron
sus aldeas indecisas;
hubo rosas y violetas en lo azul del firmamento,
hubo magia fabulosa de colores y de esencias;
fue un crepúsculo de aquellos
de las dulces primaveras que mi alma
ve vagar en sus recuerdos.

En la nada flotó un algo de profundas transparencias
y los giros de las brisas, un momento
dibujáronse temblando;
una onda ensombrecía los misterios
de la tarde...
En el cielo religioso
las estrellas del crepúsculo entreabrieron;
y mi alma se perdió en la vaga bruma
de los últimos jardines melancólicos y quietos...

Aun soñaba en las dulzuras de esta tarde.
Estoy solo; mis amores están lejos.

He entreabierto mi balcón:
por oriente ya la luna va naciendo;
las fragantes madreselvas
dan al aire de la noche las unciones de sus frescos
y balsámicos perfumes;
están tristes los luceros.
En mi oído vibra el ritmo de las voces que se aman.
Me da horror de estar a solas con mi cuerpo...
El silencio me contagia;
estoy mudo..., en mis labios no hay acentos...
Me parece que no hay nadie sobre el mundo,
Me parece que mi cuerpo
se agiganta; siento frío, tengo fiebre,
en la sombra me amenazan mil espectros...

He sentido que la vida se ha apagado
sólo viven los latidos de mi pecho:
es que el mundo está en mi alma;
las ciudades son ensueños...

Sólo turba la quietud solemne y honda
el temblor de los diamantes de los cielos.
Estoy solo con mi alma
que se muere de tristeza, de nostalgia y de recuerdos.

¿A quién cuento mis pesares?
Me da miedo de turbar este silencio
con sollozos. ¡Si escuchara algún suspiro!
¡Mis amores están lejos!

Por los árboles henchidos de negruras
hay terrores de unos monstruos soñolientos,
de culebras colosales arrolladas
y alacranes gigantescos;
y parece que del fondo de las sendas
unos hombres enlutados van saliendo...
Los jardines están llenos de visiones;
hay visiones en mi alma..., siento frío,
estoy solo, tengo sueño...
Los recuerdos se amontonan en mi mente,
los suavísimos recuerdos
de las tardes que me dieron sus colores,
sus esencias y sus besos.
¡Son tan dulces esas tardes de la tierra!,
(¡ah, las tardes de los cielos!)

Ya la luna amarillenta
va subiendo.
Mis pupilas, anegadas por el llanto,
se han cuajado de luceros.
Siento frío...¡Quién pudiera
dormitar eternamente en su ensueño,
olvidarse de la tierra
y perderse en lo infinito de los cielos!
Llega un aire perfumado, caen mis lágrimas;
estoy solo; mis amores están lejos...

NOSTALGIA

Al fin nos hallaremos. Las temblorosas manos
apretarán, suaves, la dicha conseguida,
por un sendero solo, muy lejos de los vanos
cuidados que ahora inquietan la fe de nuestra vida.

Las ramas de los sauces mojados y amarillos
nos rozarán las frentes. En la arena perlada,
verbenas llenas de agua, de cálices sencillos,
ornarán la indolente paz de nuestra pisada.

Mi brazo rodeará tu mimosa cintura,
tú dejarás caer en mi hombro tu cabeza,
¡y el ideal vendrá entre la tarde pura,
a envolver nuestro amor en su eterna belleza!

NUBES

Nevada de los cielos, pareciste
la luna trastornada en primavera.
Vi una vez, no sé dónde, una pradera
así, blanca cual tú te apareciste.

En un sueño más sueño aún, volviste
de nuevo a mí como la mensajera
del último blancor que el alma espera...
Me desperté dos veces, triste y triste.

No sé si desvelada va o dormida
mi esperanza contigo. Sobrepasa
unas veces, con luz, tu mismo albor,

cuando estoy más despierto que en la vida...
Ya veces es como que me traspasa
la negra sombra de un almendro en flor...