viernes, 19 de abril de 2024 17:51h.

El fraude del ‘hombre de Piltdown’: una de las grandes vergüenzas de la comunidad científica

Durante cuarenta años se creyó que el denominado “Hombre de Piltdown” era el eslabón perdido que Darwin había mencionado en sus escritos. Su descubridor Charles Dawson (1864-1916) logró gracias a este homínido, que mezclaba rasgos humanos y simiescos, una fama y un reconocimiento reservados a muy pocos investigadores. Sin embargo, lo hizo manipulando los restos para fabricar una gran mentira que la comunidad científica apoyó durante varias décadas. Esta es su sorprendente historia.

Cuadro conmemorativo del descubrimiento (1915)
Cuadro conmemorativo del descubrimiento (1915)

Todo empezó cuando unos trabajadores de una cantera ubicada en Piltdown (Inglaterra) hallaron un cráneo aplastado y decidieron informar de ello a un abogado y arqueólogo aficionado llamado Charles Dawson que, emocionado por el descubrimiento, comenzó a excavar en la zona. Pronto encontró algunas piezas llamativas, así que las llevó al  conservador de paleontología del Museo de Historia Natural de Londres, Arthur Smith Woodward, quien, al verlas pensó en la posibilidad de estar ante un descubrimiento capaz de cambiar la historia de la humanidad: el eslabón perdido que había mencionado Darwin en su teoría de la evolución. Un ser de cráneo humano y mandíbula de simio capaz de crear artefactos de forma consciente.

La teoría, presentada al público el 18 de diciembre de 1812, encontró al principio el rechazo de gran parte de la comunidad científica, sobre todo la francesa, que con el paleontólogo Marcellin Boule como principal objetor, consideró extraño el hallazgo, más aún cuando el territorio inglés nunca había destacado por ofrecer restos tan antiguos. Pero después de que expertos en anatomía como Arthur Keith y Grafton Elliot Smith aseguraran que esas piezas pertenecían a un mismo individuo; y el paleontólogo, filósofo y jesuita francés Teilhard de Chardin hallara en 1913 un canino similar al de los monos con marcas de desgaste parecidas a las humanas, muchos empezaron a tomar en serio la teoría. Y cuando Dawson presentó nuevos restos, esta vez, de otro individuo, todos, hasta los más reticentes, creyeron que estos eran, en efecto, manifestaciones del eslabón perdido. 

Tras nuevos estudios se consideró que los restos tenían dos millones de años y se decidió llamar a la nueva especie Eoanthropus dawsoni en homenaje a su descubridor. Y, de este modo durante cuarenta años se afirmó que “el hombre de Piltdown” (tal y como se le conoció popularmente) había sido el primer ser dotado de inteligencia en la historia de la humanidad. Se habló de él en numerosos libros y artículos e Inglaterra lo empezó a ver como una manifestación más de sus orgullos patrios.  

Reconstrucción realizada en 1913 del hombre de Piltdown

Pero en 1953 el Times publicó una noticia que lo cambió todo: afirmaba tener pruebas evidentes de que “el hombre de Piltdown” jamás había existido. Después de acceder a las piezas varios investigadores habían llegado a la conclusión de que se habían manipulado a propósito, mezclándose restos de seres humanos y de monos y llegándose a limar los dientes para hacer creer que pertenecían a un estado de evolución entre las dos especies. Además, al datarlo con nuevos instrumentos descubrieron que si bien esos restos eran prehistóricos, no superaban en edad a los hallados en otras partes del mundo. Un hallazgo que resultó tan humillante para Inglaterra que los miembros de la Cámara de los Comunes llegaron a proponer una reducción de los fondos del Museo de Historia Natural por no haber sabido descubrir antes el engaño.

En parte, esto se explica por ese deseo nacionalista inglés de contar con un gran hallazgo que en estudios prehistóricos le pusiera al nivel de otros países. Pero, de cualquier modo, sorprende la ingenuidad de la comunidad científica mundial ante un grupo de oportunistas deseosos de alcanzar la gloria. De hecho, de aquel episodio, al final, solo nos ha quedado un misterio, el verdadero: ¿quiénes fueron los urdidores del engaño? ¿Fue todo obra de Dawson? ¿O participaron los investigadores que avalaron la autenticidad de las piezas? Al respecto, se han dado distintos nombres y hasta se ha considerado a Sir Arthur Conan Doyle, el creador de la saga de Sherlock Holmes, como uno de los posibles causantes, pues era vecino de Dawson y tenía gran interés por la paleontología. Pero esto son simplemente conjeturas, el resultado de una historia en donde se testimonia la ambición de una serie de personas dispuestas a hacer cualquier cosa para alcanzar el reconocimiento y que, por un tiempo, creyeron salir airosas. Sin embargo su fraude, al final, se descubrió. Y el nombre de al menos una de ellas, Charles Dawson, quedó manchado para siempre.