jueves, 28 de marzo de 2024 09:38h.

Siete poemas de Josefina de la Torre Millares

Josefina de la Torre
Josefina de la Torre

(Las Palmas de Gran Canaria, 25 de septiembre de 1907 – Madrid, 12 de julio de 2002)

Perteneció a la llamada Generación del 27 y a la corriente vanguardia hispánica de la primera mitad del siglo XX. Era hija del matrimonio formado por el hombre de negocios Bernardo de la Torre y Francisca Millares Cubas, que siempre se mostró interesada por las artes y cuyo padre fue el historiador, novelista y músico Agustín Millares. Eso, en parte, explica el temprano interés de Josefina por las letras y los ambientes del arte. Con siete años ya escribió un poema de homenaje a Benito Pérez Galdós; y con solo trece años ya empezó a publicar en revistas. Su hermano Claudio, novelista y dramaturgo, además, ejerció gran influencia sobre ella. Aún más después de que este ganara en 1924 el Premio Nacional de Literatura y ella se desplazara con él a Madrid.  

A partir de todo ello Josefina empezó a relacionarse con hombres como Pedro Salinas, Rafael Alberti, Luis Buñuel, Federico García Lorca o Ernestina de Champourcin. De hecho, fue Salinas quien prologó el primer poemario de Josefina, Versos y estampas (1927), en donde demostró la influencia que la generación del 27 había dejado en ella. Luego, publicaría Poemas en la isla (1930); y después, un tercer libro de versos, Marzo incompleto, que apareció en la revista Azor en 1933 (en 1968 se publicó como libro) en donde ya muestra un tono más maduro y consciente del paso del tiempo.

En esos años, además, terminó de formarse como soprano (sabía, además, tocar la guitarra, el piano y el violín) e inició una carrera como cantante. De hecho, formó parte de la Orquesta Sinfónica de Madrid -llegó a ser solista- y de la compañía de zarzuelas de Sorozábal. Incluso llegó a componer sus propias partituras.

No se quedaba allí su talento. En los años treinta también comenzó a trabajar como actriz, primero, de doblaje, encargándose de dar voz a Marlene Dietrich, y luego en el teatro –formó parte de la María Guerrero- y en el cine, trabajando además como ayudante de dirección y guionista. Como resultado de todo ello apareció en  películas como Primer amorLa blanca palomaMisterio en la marisma (las tres de Claudio de la Torre), El camino del amor (de José María Castellví) o La vida en un hilo (Edgar Neville).

Durante la Guerra Civil, y con el objetivo de ganar algo de dinero, se estrenó como novelista, con principalmente obras breves pertenecientes al género romántico y al misterio. De estas obras destacan Memorias de una estrella y En el umbral, que aparecieron originalmente en 1954 (se reeditaron en 2020).

Desde ese momento se dedicó totalmente al teatro, llegando a formar en 1946 su propia Compañía de Comedias junto a su marido, el actor Ramón Corroto. Igualmente, trabajó como actriz en televisión. Y aunque dejó desde entonces un tanto de lado la escritura, tampoco la abandonó del todo. A finales de los años ochenta publicó su cuarto y último poemario, Medida del tiempo. La muerte de su marido, sin embargo, le apartó del público. Al final de su vida le dedicaron algunos homenajes e incluso en el año 2000 se le nombró académica honoraria de la Academia Canaria de la Lengua. En 2002 recibió la Cruz de la Orden Islas Canarias y fue nombrada Hija Predilecta de las Palmas. Moriría ese mismo año, el 12 de julio.

La poesía de Josefina de la Torre se vincula en sus inicios con sus recuerdos de infancia y juventud; y pone especial relieve en los paisajes nostálgicos de las Islas Canarias (por eso Pedro Salinas la denominó como "la muchacha isla"). De hecho, sus dos primeros libros testimonian su optimismo juvenil y sus ganas de sentir. Con el tercero, sin embargo, ya apela más a sentimientos como la soledad y el dolor, y da cuenta de un mayor deseo de introspección. Se le ha considerado como “la última voz del 27”.

LLEVABAS...

Llevabas
en los pies arena blanca
de una playa desconocida.
Por eso
cuando a mí llegaste
no sentí tus pisadas.
Llevabas
en la voz desnuda
un compás de espera.
Por eso
cuando me hablaste
no pude medir tu voz.
Llevabas
en las manos abiertas
espuma blanca de aquel mar.
Por eso
de tu bienvenida
no pude conservar la huella.
Todo tú
venías en mi busca
y no pude reconocerte.
¡Arena blanca, compás de espera, espuma blanca!
¡Inquieto sueño de la verde orilla,
rizado de preguntas...!

ME VOY A HACER UN COLLAR

Me voy a hacer un collar
con lágrimas de mujeres.
Campanitas que me canten
el mal que nunca se duerme.
Con toda lágrima inútil
del querer de los quereres.
Desde el primero hasta el último.
- ¡Amorcito de mi frente!-
¡Qué collar de siemprevivas
para mi garganta y sienes!
¡Estrellitas de los cielos,
luceritos de las fuentes!
Me voy a hacer un collar
precioso, que no se pierde.

LA TARDE TIENE SUEÑO

La tarde tiene sueño
y se acuesta en las copas de los árboles.
Se le apagan los ojos
de mirar a la calle
donde el día ha colgado sus horas
incansable.
La tarde tiene sueño
y se duerme mecida por los árboles.
El viento se la lleva
oscilando su sueño en el aire.

ME BUSCO Y NO ME ENCUENTRO

Me busco y no me encuentro.
Rondo por las oscuras paredes de mí misma,
interrogo al silencio y a este torpe vacío
y no acierto en el eco de mis incertidumbres.
No me encuentro a mí misma
y ahora voy como dormida a las tinieblas,
tanteando la noche de todas las esquinas,
y no pude ser tierra, ni esencia, ni armonía,
que son fruto, sonido, creación, universo.
No este desalentado y lento desganarse
que convierte en preguntas todo cuanto es herida.
Y rondo por las sordas paredes de mí misma
esperando el momento de descubrir mi sombra.

TODOS LOS DÍAS

Todos los días
llama a mi puerta el desconsuelo
Estoy vacía y su eco resuena
por todos los rincones de mi vida.
Se estremece mi sangre
que es un hilo de hielo
al faltarme el calor de tu presencia.
No comprendo el idioma del paisaje;
qué quiere decir sol,
cielo azul
aire.
No comprendo mi ritmo,
ni mi esencia,
ni por qué sigo andando,
respirando,
contemplando a la gente,
a los perros que pasan,
a los pájaros
que mi balcón visitan diariamente.
Ni por qué la mirada,
mis ojos,
abarcan el entorno que me envuelve.
Ya no comprendo nada.
El mundo se me ha vuelto
un compañero extraño
que camina a mi lado
y no conozco.
¿Qué quiere decir vida?
Ya no encuentro
aquel sabor que un tiempo me dejara.
Las palmas de mis manos
se cierran sin calor,
desconsoladas.
Que eran tuyos tu casa y tu paisaje;
que está en ellos la huella de tus pasos,
el hueco de tu cuerpo.
Y está la casa llena
de tu recuerdo.

DESTINO

Destino,
¿qué nombre es el tuyo,
cruel y despiadado,
que te enfrentas, altivo,
a la humanidad?
Destino,
que nos niegas el pan y la sal,
que desafías a nuestras vidas,
a nuestros horizontes,
al latido de nuestras venas.
Destino implacable,
inconmovible,
dura piedra
contra la que nos estrellamos,
pobres seres indefensos,
con las ilusiones
colgando de nuestras heridas…
Destino inhumano
que nos marcas ferozmente.
Toro asesino
que nos ensartas en tus astas
como peleles, indefensos.
¿Qué nombre es el tuyo,
granítico,
cimiento indestructible
que barres nuestros latidos,
nuestras arterias?
Ignoto destino;
a ti te son adjudicadas
todas las culpas,
todos los latigazos que recibimos
los esclavos de este mundo.
¡Ah, Destino enemigo,
rival indefendible,
adversario tenaz!
Te quisiera de frente,
cara a cara,
mis puños en tu pecho
de atleta presuntuoso
y golpearte
con mi eterna pregunta:
¿por qué?
¿Por qué esta herida
sangrante y desvelada,
vacía de respuesta?
¡Oh, Destino!
Y una y otra vez
lanzar mis puños
contra tu inexpugnable fortaleza,
hasta sentir tu sangre, ¡sangre mía!,
caliente fuego
de mi mortal miseria.

MIS AMIGOS DE ENTONCES

Mis amigos de entonces,
aquellos que leíais mis versos
y escuchabais mi música:
Luis, Jorge, Rafael,
Manuel, Gustavo...
¡y tantos otros ya perdidos!
Enrique, Pedro, Juan,
Emilio, Federico...,
¿por qué este hueco entre las dos mitades?
Vosotros ayudasteis
a la blandura del que fue mi nido.
Yo me formé al calor
que con vuestras palabras me envolvía.
Me hicisteis importante.
Con vuestro ejemplo,
me inventé una ambición
y tuve
vuelos insospechados de gaviota.
Gaviota, sí,
porque fue el mar mi espejo
y reflejó mi infancia, mis setiembres.
¡Amigos que de mí hicisteis nombre!
A la mitad vertiente de mi vida
hoy os llamo.
¡Tendedme vuestras manos!
Yo me sentí nacer,
para luego rozar de los cimientos
la certera caricia.
Pero de pronto,
un día me cubrió lo indefendible,
algo sin cuerpo, sin olor, sin música...,
y me sentí empujada,
cubierta de ceniza,
borrada con olvido. 
¿Dónde estabais vosotros, compañeros,
vuestras letras de molde, vuestro ingenio,
vuestra defensa
contra el desconocido ataque?
¡Oh, amigos!
Enrique, Pedro, Juan,
Emilio, Federico...,
nombres
que no responderán mi voz.
Manuel, Gustavo,
lejos...
Luis, Jorge, Rafael...
Que aunque el afán
vientos nos dé para encontrarnos,
ignoro en qué ciudad
y si llegará el día
en que vuelva a sentirme descubierta.