miércoles, 24 de abril de 2024 00:06h.

Heinrich Schliemann: el incorregible optimista que descubrió Troya

Este 6 de enero se conmemora el 200 aniversario del nacimiento en Neubokow (Alemania) de Heinrich Schliemann (1822-1890), el hombre que en el siglo XIX descubrió Troya cuando muchos tildaban aquella empresa de imposible. Su búsqueda es una historia de esperanza, optimismo y lucha de una persona que nunca quiso aceptar las derrotas. Aunque aquello le llevara también a creerse algunas fantasías, entre ellas, la de haber hallado el Tesoro de Príamo y la tumba de Agamenón.

Heinrich Schliemann (1878)
Heinrich Schliemann (1878)

Tenía siete años cuando su padre le regaló un libro de historia universal y quedó enamorado de la historia de Troya. Imaginaba el asedio a la ciudad a manos de los aqueos, a Helena tras ser capturada por Paris, a Menelao, Aquiles y Agamenón, y la estrategia que había permitido entrar a los griegos en su caballo de madera. Y, desde muy pronto, quedó convencido de que los restos de la mítica ciudad debían estar, ocultos, en alguna parte.

Los años pasaron, llegó a la adolescencia y su padre empezó a sufrir una serie de reveses económicos que obligaron a Heinrich a dejar los estudios. Fue entonces cuando descubrió su habilidad en el ámbito de los negocios, que le hizo prosperar y viajar por distintas partes del mundo, aprendiendo en poco tiempo holandés, inglés, francés, italiano, portugués, español y ruso, que habló con fluidez junto a su alemán nativo. Y antes de cumplir los 30 años ya había logrado amasar una gran fortuna, que siguió incrementando en las décadas siguientes, sobre todo, tras hacerse banquero en California.

Schliemann en Micenas (a la izquierda) junto a algunos visitantes

Aún así, Schliemann nunca olvidó su vieja pasión. Por eso en 1866, fecha en que residía en París, decidió iniciar Ciencias de la Antigüedad y Lenguas Orientales en la Universidad de la Sorbona. Dos años después viajó a Grecia por primera vez para poner en marcha su gran proyecto: utilizar los textos de Homero como fuente histórica. Por eso comenzó a excavar emplazamientos históricos como Micenas, Orcómeno y Tirinto, en donde halló descubrimientos que le ayudaron a ponerse en contacto con Frank Calvert, cónsul británico en los Dardanelos y propietario de la colina en donde algunos ubicaban Troya. De hecho, este había realizado allí algunas excavaciones, sin éxito, así que decidió contarle a Schliemann sus pesquisas y teorías.

Entonces, el germano había conocido a quien sería su segunda esposa, Sophia Engastromenos, una joven de 17 años con la que se casó en 1869, justo un año antes de iniciar, obtenido ya el doctorado en Arqueología, la excavación del lugar señalado por Calvert. No fue, desde luego, fácil, por los guardianes que vigilaban sus labores, las muchas frustraciones de la búsqueda y los distintos accidentes que fue sufriendo (un incendio, por ejemplo, casi arrasó con sus documentos de estudio y cálculo). Pero él se mantuvo inasequible al desaliento, convencido de que ese era el lugar correcto. Gracias a ello, en 1873 logró su primera gran recompensa: un enorme tesoro –considerado, posteriormente, el más importante del siglo XIX- repleto de objetos de cobre, plata y oro al cual Schliemann, siempre grandilocuente, bautizó como el “Tesoro de Príamo”, el último rey de Troya. De hecho, él aseguró que una de las diademas de oro aparecidas pertenecía la mismísima Helena de Troya y hasta quiso que su esposa Sofía se fotografiara portándola junto a otras piezas del tesoro.  

Fotografía de Sophia Engastromenos, de 1873, con algunas joyas del Tesoro de Príamo 

No fue su único gran descubrimiento. Poco después excavó Micenas, en donde halló una serie de tumbas pertenecientes a la realeza local que él, en su imaginación, vinculó a los tiempos de Agamenón. De hecho, tras hallar una valiosa máscara funeraria de oro aseguró que, por su calidad, su belleza y su riqueza, debía pertenecer al mismísimo rey griego. Y así tuvo claro que no solo había descubierto Troya, también otro de los grandes lugares relacionados con las obras de Homero.

Schliemann murió en 1890, convencido de todas esas teorías. El tiempo, sin embargo, matizó sus magníficos hallazgos. Así, hoy se sabe que tanto la máscara como el tesoro de Príamo pertenecen a tiempos anteriores a los expuestos en la Iliada y la Odisea. Este último, por cierto, después de que se lograra recuperar en 1993, pues durante la Segunda Guerra Mundial los soldados soviéticos lo tomaron como botín de guerra tras entrar en el museo berlinés que lo guardaba.

La "máscara de Agamenón" descubierta por Schliemann en Micenas en 1876

Hay una novela de Irving Stone, El tesoro griego, en donde se narran las peripecias de Schliemann, pintándolo como un Quijote a la búsqueda de un sueño. Un genio que navegaba a contracorriente y a quien no todos creían. Y Stone, aunque utilice distintos recursos literarios para hacer de él un personaje atractivo y carismático, no falla en su apreciación. Porque, efectivamente, así fue Schliemann. Aunque, igual, haya algunas cuestiones que empañan un poco su figura. Así, aunque hoy día aún se utilizan algunos de sus métodos, por lo general su sistema de excavación fue demasiado lesivo y provocó la destrucción de estratos de gran importancia. Sin olvidar que trasladó ilegalmente las piezas descubiertas a Grecia, sin notificarlo al gobierno turco. O, también el que es quizá el asunto más grave de todos: el hecho de que nunca citara el papel desempeñado por Calvert en sus descubrimientos. Pero pese a todo es difícil no sentirse atrapado por su entusiasmo, personalidad y convicción. A fin de cuentas, estamos hablando del hombre que, gracias a su perseverancia, logró formar parte de la historia de Troya.