jueves, 25 de abril de 2024 00:01h.

Los otros “Carlos” de Inglaterra

El nuevo rey de Inglaterra pasará a llamarse, desde ahora, Carlos III, decisión que ha sorprendido a algunos sectores. ¿La causa? La impopular visión que se tiene de los monarcas que le precedieron con tal nombre. 

Carlos I (izquierda) y Carlos II (derecha)
Carlos I (izquierda) y Carlos II (derecha)

Con la muerte de la reina Isabel II de Inglaterra, a los 96 años, se iniciaron los protocolos necesarios para que su hijo, el príncipe Carlos, heredase el trono. Uno de ellos fue el anuncio del nombre bajo el cual asumiría el reinado, pues, como suele ser habitual en la realeza, este depende de las circunstancias, y Carlos, bautizado como “Carlos Felipe Arturo Jorge”, tenía varias posibilidades ante sí. De hecho, según varios medios británicos, el monarca planteó llamarse Jorge VII, consciente del afecto que guardan sus conciudadanos a su abuelo (incrementado por la película El discurso del rey), pero al final su despacho oficial anunció que el sucesor de Isabel II sería designado en adelante como Carlos III.

La elección ha causado alguna sorpresa, pues, como señala The Times, los ingleses no tienen un buen recuerdo de quienes le precedieron bajo tal nombre. Así, Carlos I es conocido, sobre todo, por pasar a la historia como el único monarca inglés en morir ejecutado por los suyos. ¿La causa? Haberse enfrentado con el Parlamento hasta provocar una sangrienta guerra civil entre sus partidarios y los de Oliver Cromwell. Por ello, tras perder la contienda, en 1649 fue decapitado. Desde entonces fue considerado como el monarca que estuvo a punto de echar abajo los logros conseguidos durante los últimos cien años.   

Oliver Cromwell, por Samuel Cooper

Tampoco es afortunado el caso de Carlos II, el hijo del anterior, quien tras estar veinte años en el exilio recuperó el trono a la muerte de Cromwell. A su llegada, ávido de venganza, decidió castigar a los causantes de la caída en desgracia de su padre. Es más, llegó a desenterrar los cadáveres de varios de sus opositores para propinarles un castigo simbólico. Incluido Cromwell, a quien ordenó decapitar y exponer su cabeza a la entrada de la abadía de Westminster, en donde estuvo hasta la muerte de Carlos II en 1685. Además, su conversión al catolicismo no le ayudó a sumar adeptos, ni tampoco su vida disoluta, que llevó a su pueblo a calificarle, irónicamente, como “el alegre monarca”. Es más, tuvo tantas amantes que resulta difícil establecer cuántos hijos tuvo fuera del matrimonio. Aunque con su esposa, Catalina de Braganza, no llegó a tener descendencia.

Dados, por tanto, estos episodios polémicos, resulta llamativa la elección de Carlos III, aunque no hay duda de que ha sido largamente pensada por sus asesores. Máxime cuando vemos que en sus primeros pasos Carlos III busca ganarse el favor del pueblo, al ofrecerse como continuador del modelo de Isabel II (“Me esforzaré en seguir el ejemplo inspirador de mi madre”, ha dicho) y acercarse mucho más directamente a sus ahora súbditos. El tiempo dirá si su reinado es exitoso o si logrará convencer a quienes preferían como sucesor a su hijo Guillermo.