lunes, 02 de diciembre de 2024 00:03h.

El poeta Francisco de Quevedo, ¿espía en Venecia y conspirador?

¿Formó parte Francisco de Quevedo de la famosa “conjura de Venecia” del año 1618? Esa es una de las preguntas que se han hecho los historiadores desde que en el siglo XVII Pablo Antonio de Tarsia, el primer biógrafo del poeta español, lo afirmara con rotundidad.
Francisco de Quevedo (retrato atribuido a Juan van der Hamen)
Francisco de Quevedo (retrato atribuido a Juan van der Hamen)

Es bien conocido su lado literario, así como su carácter irreverente y sus sonadas disputas con Góngora, que dieron algunos de los versos satíricos más famosos de la historia de la literatura. Sin embargo, de su posible faceta de espía se sabe menos, y seguramente, salvo algún descubrimiento inesperado, nunca podremos estar seguros cuánto hay de real en ella y cuánto de leyenda. De lo que no hay duda es de su conocimiento temprano de los ambientes políticos de la Corte, así como de su amistad con uno de los hombres con quienes estaría ligado gran parte de su vida, Pedro Téllez de Girón, el III duque de Osuna y, según se afirmó, uno de los principales urdidores de la conjura de Venecia.  

Esta relación hizo que el poeta, tras ser nombrado su amigo virrey de Sicilia, viajara en 1616 hasta este emplazamiento italiano para ocuparse de los asuntos de hacienda. E, igual, que se viera involucrado en los juegos por el poder del territorio, en donde competían también  Francia –deseosa de dominar el Milanesado-, el duque de Saboya y, por supuesto, Venecia. De hecho, Osuna, quien siempre aspiró a lo más alto, puso en marcha todos los mecanismos posibles para mantener el dominio español allí; llegando, incluso, a sufragar personalmente una flota con la que realizó acciones corsarias por las aguas del Mediterráneo.

Pedro Téllez-Girón y Velasco, III Duque de Osuna (1574-1624). Retrato de Bartolomé Gómez y Serrano (1615)

En todo ello participó Quevedo, quien no solo dio al duque el apoyo político, igual le dedicó textos y poesías propagandísticos (como ese soneto que dice: “Diez galeras tomó, treinta bajeles/ochenta bergantines, dos mahonas;/aprisiónole al turco deos coronas/y a los corsarios suyos más crueles”). Así, biógrafos como Pablo Jauralde han demostrado que en estas fechas el poeta se entrevistó con Felipe III, posiblemente, para convencerle de la necesidad de apoyar las acciones bélicas de su amigo. Ahora bien, de ser así, sus palabras no tuvieron eco alguno, pues poco después el rey y sus consejeros ordenaron al duque que retirara sus barcos y cesara los ataques para evitar una guerra con los italianos.

Osuna se negó a obedecer la orden, y, lejos de amilanarse, se integró, según parece, en la llamada “conjura de Venecia”, por la que se comprometía a apoyar militarmente a algunos opositores al gobierno italiano que se preparaban para realizar un golpe de Estado. Sin embargo, la red de espías de la república descubrió todo y el 19 de mayo de 1618 se comenzó a detener a los conspiradores, siendo castigados algunos de ellos sin juicio previo, pues fueron asesinados en sus casas o linchados en plena calle.


El Gran Canal y la Iglesia de Santa María de la Salud, en Venecia. Pintura de Canaletto (hacia 1730)

La gran pregunta que quedó para la historia es hasta qué punto participó Quevedo en tal conjura. El primer biógrafo de Quevedo, Pablo Antonio de Tarsia, afirmó que había formado parte de ella como un espía directo del duque; diciendo, además, que al ser descubierto el golpe de Estado el poeta se había disfrazado de mendigo para escapar de Venecia, logrando pasar desapercibido entre las gentes gracias a su perfecto dominio del dialecto italiano. Sin embargo, aunque esta anécdota ha sido muchas veces reproducida en los libros, dándola por verdadera, los historiadores actuales han demostrado que en realidad en esas fechas el poeta español no estaba en la ciudad. Lo cual, por otra parte, tampoco significa que no participara en la conspiración, máxime, si tenemos en cuenta su amistad con el duque. Eso sí, los italianos consideraron, sin duda alguna, que era uno de los conjurados y por eso llegaron a quemar en la plaza de San Marcos muñecos con su imagen.

Tras este hecho Osuna cayó en desgracia ante los ojos del rey y fue encarcelado tras un proceso en el que el propio Quevedo compareció en su defensa afirmando que aquella conjura era solo un invento de los venecianos. Tras ello, el poeta quedó escarmentado y decidió abandonar la política para centrarse en su carrera literaria, aunque antes tuvo que pasar también brevemente por la cárcel. Sea como sea, y aunque nunca sepamos toda la verdad, esta es una de las historias más sorprendentes y fascinantes de la biografía del gran poeta español, además de uno de los ejemplos que mejor traza ese mundo de conspiraciones y luchas por el poder al cual perteneció.