viernes, 26 de abril de 2024 18:52h.

El reinado de Fernando VII (visto desde los Episodios Nacionales de Pérez Galdós)

El pasado 10 de mayo se cumplió el  aniversario del nacimiento de Pérez Galdós. Y hoy, 14 de mayo, es el aniversario de la llegada, en 1814, de Fernando VII a España tras su cautiverio en Francia. Una excusa perfecta para que hablemos de la segunda serie de los 'Episodios Nacionales', que recorren el reinado de Fernando.

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Benito Pérez Galdós y Fernando VII

En el año en que Benito Pérez Galdós comenzó a escribir la segunda serie de sus “Episodios nacionales”, Alfonso XII asumió la Corona y volvieron al país, tras una efímera República, los vivas al rey. Los Borbones habían triunfado y, tras el fracaso de Amadeo de Saboya, no parecía que pudiera haber en Europa otra dinastía que pudiera sustituirles. Algo que, sin embargo, no impidió al escritor incluir en su nueva serie de libros, a través del personaje de Patricio Sarmiento, párrafos tan expresivos como el que sigue:   

“Qué poco aprenden los reyes. Como los chicos, no entienden sino a palos. Yo digo que la Constitución con sangre entra. En Octubre del año pasado (…) el pueblo amenazó con una revolución y Fernando no tuvo otro remedio que sancionar. (…) El pueblo no se duerme. Cuando Fernando entró en Madrid… ¡qué día, qué solemne día! ¡Qué 21 de Noviembre! En vez de vítores y palmadas, galardón propio de los sabios monarcas, Fernando oyó gritos rencorosos, mueras furibundos, amenazas, dicterios, oyó ternos como puños y vio puños como ternos. No ha presenciado Madrid una escena tan imponente. (…) Los que llevábamos en la mano el libro de la Constitución, lo besábamos en presencia del Rey”.

Aquel personaje aludía, por supuesto, a lo que había sucedido en 1820 cuando Fernando VII se había visto obligado a seguir los principios liberales. Y sí, por supuesto, Pérez Galdós se excusaba al poner esas palabras en la boca de un hombre fantasioso y quijotesco, pero que le ayuda a expresar su propio pensamiento, que era, también, el de gran parte de los españoles de la década de 1870. Y eso que cuando Fernando VII había llegado a España, al terminar la guerra contra los franceses, un 14 de mayo de 1814, lo había hecho entre vítores; tras muchos meses en que las coplas, los romances y los artículos de la prensa lo habían presentado como el símbolo de ese país que se desangraba por la libertad. Hasta convertirse en la misma personificación de la Constitución de Cádiz, en el bien absoluto frente al mal que encarnaban los Bonaparte.

A responder los porqués de aquel cambio, en que pasó de ser “El deseado” a “El rey felón”, dedica Pérez Galdós la segunda serie al completo de los Episodios Nacionales. Así, Fernando VII es el eje de todo, entre las tramas folletinescas, tan típicas del escritor y tan del gusto de la época, y esos personajes profundos, vivos y reales (y que, por cierto,  tantas similitudes guardan con los de las novelas de Tolstoi). Como ese magnífico Salvador Monsalud, que tanto fascinó a Octavio Paz (lo calificó como su héroe y su prototipo); su hermano tradicionalista Carlos Garrote; o Juan Bragas de Pipaón, el cortesano oportunista, que es un alter ego del propio Fernando VII y que va cambiando de ideología según las circunstancias por las que pasa el país. Que agradece –en los primeros libros de la serie- cómo el rey deroga la Constitución y restaura la Inquisición, para luego, en 1820 hacerse liberal, repitiendo –lo hace en “La segunda casaca”- las palabras que suscribe el mismo Fernando VII tras el pronunciamiento de Riego: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. Pasando, después, a aplaudir de nuevo la llegada del absolutismo tras los movimientos de Fernando VII para traer los “Cien Mil Hijos de San Luis” e iniciar el la conocida como la “Década ominosa”. Periodo durante el que Galdós da detalles de la represión que realizó el rey VII sobre los liberales –en El terror de 1824 se narra la ejecución del propio Rafael de Riego- y de los primeros compases del conflicto que se iba a vivir por la sucesión del monarca. Así, en Los apostólicos y Un faccioso más y algunos frailes menos, en donde cuenta cómo prepara Fernando VII la sucesión para su hija Isabel y cómo Carlos María Isidro, el hermano del rey, confabula para conseguir el trono. Un total de diez libros que explican dieciséis años de historia de España de forma sobresaliente, y en que, sin perder las distintas perspectivas, se demuestra que, para el escritor, Fernando VII era ya un monarca insalvable para la Historia. Algo que el paso de los años no ha logrado cambiar.

Un detalle, por cierto: con esta segunda serie Pérez Galdós pensaba terminar sus episodios nacionales. Pero los problemas económicos que vivió, tras algunas empresas sin éxito, le motivaron para continuarlos, casi veinte años después, con una mayor  madurez estilística y personal y llevándolos hasta los primeros años del reinado de Alfonso XII. Un conjunto de libros que, ya por sí solos, y sin necesidad de contar con obras tan monumentales como Fortunata y Jacinta, podrían haber llevado a Galdós al Parnaso Literario, y que suponen un tesoro, no solo para los filólogos, también para los historiadores. Por esa capacidad que tenía Galdós de explicar con naturalidad procesos tan complejos y construir personajes perfectos que sintetizaban una época; por la minuciosidad de sus investigaciones; por todo lo que ofrece, tanto a pequeños como grandes niveles, por el contacto directo, o casi directo, con la época que narra. De hecho, pocas lecturas hay que resulten tan amplias en contenido como la que él ofrece. Tanto, que podríamos suscribir esas palabras que dijo Max Aub de esta obra, asegurando que, si se perdiera todo el material histórico del siglo XIX y se salvara la obra de Pérez Galdós, ya se tendría suficiente para conocer el siglo. Porque allí estaba “completa, viva, real la vida de la nación”. Es más, Max Aub llegaba a decir que “Galdós ha hecho más por el conocimiento de España por los españoles –por el pueblo español– que todos los historiadores juntos”. Una afirmación que, a fecha de hoy, todavía es difícil de rebatir.