jueves, 28 de marzo de 2024 00:01h.

Séneca, el maestro y filósofo a quien su propio alumno ordenó asesinar

En el año 65 Séneca decidió poner fin a su vida para evitar ser torturado y ejecutado por los hombres de Nerón. Terminaba así la excelente carrera política de uno de los pensadores más importantes del mundo romano: alguien cuyos textos tuvieron gran influencia en épocas posteriores y que todavía resultan inspiradores en la actualidad. Hoy recordamos su biografía y algunas máximas motivacionales de su obra.
Séneca
Séneca

Aunque Séneca es uno de los pensadores más célebres e influyentes del mundo romano, poco sabemos de sus primeros años, salvo que su familia procedía de Córdoba, en Hispania, y que muy probablemente él también nació allí. Se educó en Roma, tras ser enviado con su tía Marcia, y desde muy pronto sorprendió por sus dotes de orador. Con el emperador Claudio logró formar parte del Senado, y a la muerte de este pasó a ser el tutor de su sucesor, Nerón. Así fue cómo llegó a la cúspide del poder. A tal punto que, por unos años, fue junto a Sexto Afranio Burro –el otro asesor del emperador- el verdadero gobernador del Imperio.

Sin embargo, esa posición le ubicó en el punto de mira de los intrigantes de palacio, y, también, de su propio alumno, Nerón, que pronto demostró hasta donde estaba dispuesto a llegar para concentrar el poder. Ya en el 59 el joven ordenó asesinar a su propia madre, Agripina, para evitar las injerencias de ella en el gobierno; y aunque Séneca se mantuvo entonces del lado del gobernante, cuando en el 62 supo de la muerte de Burro por envenenamiento, decidió cambiar totalmente de vida. Por eso, pensando que podría ser el siguiente en ser asesinado, se apartó totalmente de la vida pública, legó sus bienes a Nerón y se retiró a una villa del sur de Italia.


Nerón y Séneca (1904), de Eduardo Barrón González

Creyó que, con eso, lograría salvar la vida. Pero no fue así. El emperador siguió considerándole un enemigo peligroso, así que, cuando en el año 65 tuvo lugar la famosa conspiración de Pisón y sonó el nombre de Séneca como uno de sus integrantes –algo imposible de demostrar-, el emperador encontró una excusa para acabar con él. Enseguida ordenó la sentencia de muerte de su viejo mentor y pidió a sus emisarios que le llevasen la noticia. Fue entonces cuando Séneca decidió, a fin de evitar las torturas de los pretorianos y una muerte indigna y dolorosa, quitarse la vida.  

Sus escritos, por fortuna, sobrevivieron. De tal modo que hoy se le conoce más por su vertiente de escritor y pensador que por su labor política. Sus obras las han citado durante siglos filósofos, historiadores, psicólogos e intelectuales de muy distinto credo; sin olvidar que durante el Renacimiento fue considerado como el gran maestro de la moralidad y de las artes literarias y dramáticas. De hecho, leer sus obras demuestra que pese los dos mil años que nos separan de él, el ser humano y sus sentimientos son universales. Muchas de ellas, además, han llegado a formar parte de nuestra mentalidad, aunque sea con ligeras variaciones de forma. Por eso, porque las reconocemos, nos resultan tan aleccionadoras; al igual que nos es más fácil identificarnos cuando nos pide honestidad y valentía (es famosa esa cita de “prefiero molestar con la verdad que complacer con adulaciones”), o cuando defiende que el aprendizaje y el estudio son sinónimos de vida, o en las ocasiones en donde nos da consejos sobre cómo podemos afrontar nuestras preocupaciones y problemas. Así podemos ver, entre otros muchos ejemplos, cuando señala que “las dificultades fortalecen la mente, como el trabajo lo hace con el cuerpo” o afirma que “la tristeza, aunque esté siempre justificada, muchas veces sólo es pereza”, pues “nada necesita menos esfuerzo que estar triste”.

El suicidio de Séneca (1871), de Manuel Domínguez Sánchez

Sí, es cierto que si recorremos la biografía de Séneca encontraremos unas cuantas contradicciones con tales máximas. Pero él ofrece esas ideas porque, precisamente, era consciente de las dificultades a las que a lo largo de su vida debe enfrentarse todo ser humano, más aún, en el contexto en que vivía, en donde tantos estaban dispuestos a hacer lo posible para mejorar su posición.

Séneca, pues, dejó una obra que todavía merece la pena leer. Porque nos ayuda a aprender, a disfrutar más de las cosas que tenemos y a no sufrir tanto por los escollos que aparecen en nuestro camino. Como él dijo: “No es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho. Asaz larga es la vida y más que suficiente para consumar las más grandes empresas si se hiciera de ella buen uso. La vida más breve y más llena de inquietudes es la de aquellos que olvidan el pasado, miran con indiferencia el presente, temen el futuro”. Una existencia a la que, también, pidió que aplicáramos la siguiente máxima: “Decir lo que sentimos. Sentir lo que decimos. Concordar las palabras con la vida”. O esta, que deberíamos aplicar siempre: “Lo que aconsejo es que no seas infeliz antes de la crisis; ya que puede ser que los peligros ante los que palideces (…) nunca te alcanzarán. Ciertamente aún no han llegado”.