viernes, 29 de marzo de 2024 11:20h.

¿Vida inteligente en Marte? El estudio que casi acabó con la carrera del matemático y astrónomo Percival Lowell

A mediados de la década de 1890 el matemático Percival Lowell (1855-1916) decidió construir un observatorio con el que esperaba corroborar una teoría de Giovanni Schiaparelli: la existencia de construcciones en Marte. Y todo, con un objeto: demostrar que estas se habían hecho artificialmente y, por tanto, que había vida inteligente en ese planeta. Fue un proyecto al que dedicó buena parte de su vida y que al final casi acabó con su prestigio científico. Por suerte, la vida le dio otra oportunidad: poco después ponía en marcha una investigación que permitiría que sus seguidores descubrieran Plutón. 

Percival Lowell
Percival Lowell

A mediados de la década de 1890 Percival Lowell tenía cuarenta años y estaba a punto de iniciar el que esperaba que iba a ser su gran proyecto: la puesta en marcha de un observatorio en Flagstaff (Arizona) destinado a estudiar la superficie de Marte. Lo hacía inspirado por una obra que poco atrás había publicado el italiano Giovanni Schiaparelli en donde hablaba de unas llamativas construcciones llamadas “los canales de Marte”. Así que, tras reunir el dinero necesario, se dedicó a desarrollar su proyecto sin imaginar que con este estaba a punto de hundir el prestigio que había conseguido tras tantos años dedicados a la ciencia (había estudiado matemáticas en la Universidad de Harvard). Algo que, quizá, no habría sucedido de haber podido leer Percival la obra original en italiano de Schiaparelli, Y es que el encargado de pasar la obra al inglés tradujo “canales” (“canali”) como “canals” en lugar de “channels”, q ue hubiera sido más correcto. ¿La diferencia? Que mientras que la palabra en italiano aludía a una construcción natural, la que se utilizó en inglés se refería a las construcciones hechas por los seres vivos. Matiz este que provocó que muchos lectores anglosajones creyeran que en la obra del  italiano se estaba afirmando la existencia de vida inteligente en Marte

Así que Percival Lowell pasó horas y horas observando Marte con su telescopio y dibujando todo lo que veía. Y, con ello, llegó a una conclusión que le pareció indiscutible: esos canales solo podían ser producto de una civilización marciana que los había construido para transportar el agua de los casquetes polares hasta las regiones desérticas del planeta. Por eso dedicó desde entonces todos sus esfuerzos a demostrar la existencia de vida en el planeta rojo, como testimonian los tres libros que publicó al respecto, Mars (1895), Mars and Its Canals (1906) y Mars As the Abode Of Life (1908). Así en el último de ellos (cuya traducción sería: “Marte como la morada de la vida”) llegó a afirmar que hasta ese momento había encontrado 264 canales artificiales y que en breve habría otras investigaciones que refrendarían sus descubrimientos.

Percival Lowell desde su observatorio en Flagstaff

Las teorías de Lowell entusiasmaron a sus contemporáneos. No en vano, eran los años en que la ciencia sorprendía cada poco con nuevos avances y en los que se estaban descubriendo civilizaciones del pasado tan fascinantes como las de Troya y Micenas. Así que la revelación de Percival se entendió como un paso más –quizá el más importante- hacia la resolución de otra de las preguntas que se había hecho la humanidad: si existía vida extraterrestre. No es casualidad que fuera en 1897, tras la aparición del primer libro de Lowell, cuando H.G. Wells publicara su aterradora La guerra de los mundos; o que inmediatamente después de la edición de los dos títulos siguientes del matemático creara Edgar Rice Burroughs su “serie marciana” de novelas.

Además, los libros de Percival resultaban convincentes porque se ofrecían desde una postura científica. Y, por eso, la gente acudía masivamente a sus conferencias y aplaudía sorprendida las historias que él les contaba. Algo que, sin embargo, no compartía la comunidad científica, que decía que no se podía afirmar, al menos de momento, que esas construcciones fueran artificiales, ni mucho menos que hubiera agua en Marte. Pero este no les hizo caso. Y siguió lidiando por sus teorías hasta que se demostró que quienes estaban en su contra habían tenido siempre razón.  

Fue cuando Percival renunció a su sueño y vio la herida que este había dejado en su prestigio y en sus trabajos académicos. Pero, lejos, de abandonar, decidió continuar mirando las estrellas desde su observatorio. Y gracias a esa constancia pudo salvar su nombre para la historia. Y es que, tras el desastre de Marte, decidió iniciar una investigación destinada a encontrar el llamado “Planeta X”, esto es, el que dentro del sistema solar debía seguir a Neptuno. A ello se entregó con el mismo esfuerzo y aunque, desafortunadamente, no pudo ver culminado su trabajo, pues falleció en 1916, sí dejó una base que permitió que en 1930, en el mismo observatorio de Percival, uno de sus seguidores, Clyde William Tombaugh, encontrara el ansiado “Planeta X”, que pronto sería bautizado como “Plutón”. De hecho, una de las razones de que le pusieran ese nombre fue que sus dos primeras letras correspondían con las iniciales del nombre y apellido de Percival.

Con este descubrimiento muchos le perdonaron su error, también cuando más adelante volvió a salir su nombre al descubrirse que los “canales de Marte” no existían: no eran más que un efecto óptico causado por un defecto visual que había en las lentes que había en los telescopios. Y es que pocos científicos como Percival ejemplifican tan bien la siguiente idea: que la ciencia avanza a base de errores. Y que, si se tiene un poco de suerte y constancia, se puede seguir adelante pese a todo. Hoy día, por cierto,  su observatorio sigue funcionando y recibiendo a nuevos investigadores.