lunes, 14 de octubre de 2024 00:02h.

Siete poemas de… Alejandra Pizarnik

Alejandra Pizarnik
Alejandra Pizarnik

(Avellaneda, 29 de abril de 1936 - Buenos Aires, 25 de septiembre de 1972)

Nació en el seno de una familia de inmigrantes de Europa Oriental. Su infancia fue difícil, pues se sintió siempre distinta a todos los demás, algo que potenció la actitud de su madre, que la comparó muchas veces con su hermana, cuya actitud y físico representaron siempre la perfección. Durante su adolescencia esas sensaciones se recrudecieron más por sus graves problemas de acné y su tendencia a subir de peso (ello le llevó a experimentar con las anfetaminas y otros fármacos, lo que le inició en el mundo de las drogas), además de por el asma que sufría y la tartamudez. Todo ello potenció su personalidad introspectiva y su rechazo hacia el mundo.

Ante esas circunstancias difíciles, se refugió en los libros. Durante la secundaria se sintió fascinada por novelistas como Faulkner o Sartre, además por poetas como Artaud, Rimbaud, Baudelaire o Rilke. En 1954 ingresó en la Universidad de Buenos Aires para estudiar Filosofía, pero la dejó para cursar periodismo, que también abandonó para aprender pintura con el surrealista Juan Batlle Planas como profesor. Entretanto, publicó sus primeros libros de poesía: La tierra más ajena (1955), Un signo en tu sombra (1955), La última inocencia (1956) y Las aventuras perdidas (1958). Todo, a la par que conocía el psicoanálisis, gracias a las sesiones de terapia que inició con León Ostrov, a quien dedicaría su poema “El despertar”. Estas circunstancias propiciaron mucho que en su obra se mostrara un cada vez mayor interés por la mente y sus circunstancias.

En 1960, con 24 años, se desplazó a París, en donde trabajó para la revista Cuadernos, realizando, además, traducciones y críticas literarias para distintos medios. Igualmente, estudió historia de la religión y literatura francesa en La Sorbona. También trabó amistad en esos años con Julio Cortázar, Rosa Chacel y Octavio Paz, que fue quien le prologó su libro de poemas Arbol de Diana, de 1962, la primera de sus grandes obras, donde demuestra su original estilo, surrealista y racional a la vez.

La estancia en Europa influyó decisivamente en la escritura de Pizarnik, y cuando en 1964 regresó a Buenos Aires ya era una poeta con un estilo propio. De hecho, en 1965 publicó la que sería su segunda gran obra, Los trabajos y las noches, a la que siguió la excelente Extracción de la piedra de la locura (1968), Nombres y figuras (1969) y El infierno musical (1971). Entretanto, en 1965 obtuvo el Premio Municipal de Poesía, en 1969 la Beca Guggenheim en Artes América Latina y en 1971 una Beca Fulbright. Desafortunadamente, esto no cambió su percepción y sus obsesiones. De hecho, después de que en enero de 1967 falleciera su padre, se empezó a mostrar más sombría que nunca. Cuando en 1968 se mudó para vivir junto a su pareja –una fotógrafa- era ya una adicta a las pastillas. En 1970 se produjo su primer intento de suicidio, al que seguiría otro, fallido, poco después. Por este fue enviada a un hospital psiquiátrico, con la esperanza de que pudieran tratarle de la depresión que sufría, pero, al final, nada pudo solucionar sus estados. El 25 de septiembre de 1972, mientras pasaba un fin de semana fuera de la clínica, ingirió varias pastillas de Seconal y puso fin a su vida. Sus últimos versos fueron “no quiero ir/nada más/que hasta el fondo”.

Para entender la poesía de Pizarnik lo mejor es conocer sus circunstancias biográficas, pues para ella escribir no solo era un desahogo, también una búsqueda desesperada: de su identidad, de su propio subconsciente, de respuestas ante todo lo que padecía, de todo lo que sentía que no tenía. Entre sus temas principales están la enajenación, su sensación de sentirse extranjera en todas partes, el desamor, la muerte y la infancia perdida. De hecho, se  puede afirmar que la escritura poética la vivió como una enfermedad. En palabras de Aleix Martínez Comorera: “La de Pizarnik es, entonces, una enfermedad melancólico-destructiva, pues no le basta –como a Baudelaire– sublimar sus tristezas y motivos de melancolía mediante un ‘yo lírico’, sino que, necesariamente, necesita extirparlos. Y extirparlos no es posible salvo con la muerte”. Un conjunto de circunstancias que hicieron de Alejandra una de las más originales e impactantes poetisas del siglo XX.

CAMINOS DEL ESPEJO

I
Y sobre todo mirar con inocencia. Como si no pasara nada, lo cual es cierto.

II
Pero a ti quiero mirarte hasta que tu rostro se aleje de mi miedo como un pájaro del borde
filoso de la noche.

III
Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia.

IV
Como cuando se abre una flor y revela el corazón que no tiene.

V
Todos los gestos de mi cuerpo y de mi voz para hacer de mí la ofrenda, el ramo que abandona
el viento en el umbral.

VI
Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste.

VII
La noche de los dos se dispersó con la niebla. Es la estación de los alimentos fríos.

VIII
Y la sed, mi memoria es de la sed, yo abajo, en el fondo, en el pozo, yo bebía, recuerdo.

IX
Caer como un animal herido en el lugar que iba a ser de revelaciones.

X
Como quien no quiere la cosa. Ninguna cosa. Boca cosida. Párpados cosidos. Me olvidé.
Adentro el viento. Todo cerrado y el viento adentro.

XI
Al negro sol del silencio las palabras se doraban.

XII
Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola.
Hay alguien aquí que tiembla.

XIII
Aun si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas que me suceden. ¿Y qué deseaba yo?
Deseaba un silencio perfecto.
Por eso hablo.

XIV
La noche tiene la forma de un grito de lobo.

XV
Delicia de perderse en la imagen presentida. Yo me levanté de mi cadáver, yo fui en busca de quien soy.
Peregrina de mí, he ido hacia la que duerme en un país al viento.

XVI
Mi caída sin fin a mi caída sin fin en donde nadie me aguardó pues al mirar quién me aguardaba
no vi otra cosa que a mí misma.

XVII
Algo caía en el silencio. Mi última palabra fue yo pero me refería al alba luminosa.

XVIII
Flores amarillas constelan un círculo de tierra azul. El agua tiembla llena de viento.

XIX
Deslumbramiento del día, pájaros amarillos en la mañana. Una mano desata tinieblas, una mano arrastra
la cabellera de una ahogada que no cesa de pasar por el espejo. Volver a la memoria del cuerpo,
he de volver a mis huesos en duelo, he de comprender lo que dice mi voz.

EXILIO

                                                    A Raúl Gustavo Aguirre

Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.

¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas,
aunque fuere con sonrisas?

Siniestro delirio amar a una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.

LA ENAMORADA

ante la lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra Alejandra no lo niegues.

hoy te miraste en el espejo
y te fuiste triste estabas sola
y la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió

enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado

oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú

te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!

MUCHO MÁS ALLÁ

¿ Y si nos vamos anticipando
de sonrisa en sonrisa
hasta la última esperanza?

¿Y qué?
¿Y qué me das a mí,
a mí que he perdido mi nombre,
el nombre que me era dulce sustancia
en épocas remotas, cuando yo no era yo
sino una niña engañada por su sangre?

¿A qué , a qué
este deshacerme, este desangrarme,
este desplumarme, este desequilibrarme
si mi realidad retrocede
como empujada por una ametralladora
y de pronto se lanza a correr,
aunque igual la alcanzan,
hasta que cae a mis pies como un ave muerta?
Quisiera hablar de la vida .
Pues esto es la vida,
este aullido, este clavarse las uñas
en el pecho, este arrancarse
la cabellera a puñados , este escupirse
a los propios ojos, sólo por decir,
sólo por ver si se puede decir:
"¿es que yo soy? ¿ verdad que sí ?
¿no es verdad que yo existo
y no soy la pesadilla de una bestia?".

Y con las manos embarradas
golpeamos a las puertas del amor.
Y con la conciencia cubierta
de sucios y hermosos velos,
pedimos por Dios.
Y con las sienes restallantes
de imbécil soberbia
tomamos de la cintura a la vida
y pateamos de soslayo a la muerte.

Pues esto es lo que hacemos.
Nos anticipamos de sonrisa en sonrisa
hasta la última esperanza.

LA CARENCIA

Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.

TIEMPO

                                              A Olga Orozco

Yo no sé de la infancia
más que un miedo luminoso
y una mano que me arrastra
a mi otra orilla.

Mi infancia y su perfume
a pájaro acariciado.

HIJA DEL VIENTO

Han venido.
Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencias,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.

Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.

Tú lloras debajo del llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.

Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.