jueves, 18 de abril de 2024 14:29h.

Siete poemas de Joan Margarit

(Sanahuja, España, 11 de mayo de 1938 – San Justo Desvern, 16 de febrero de 2021)

Era hijo de Joan Margarit i Serradell, arquitecto, y Trinitat Consarnau, maestra. Pasó la infancia en distintas poblaciones, hasta recabar en Barcelona, cursando el bachillerato en el Instituto Ausiàs March. Luego, entró en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura, graduándose como arquitecto en 1964 y logrando el grado de Doctor Arquitecto en 1968.

Fue en esos años cuando descubrió también su faceta de poeta. Ya en 1963 publicó Cantos para la coral de un hombre solo, prologado por el escritor Camilo José Cela. Luego se apartó un tanto de este medio para centrarse en su carrera y su familia, de modo que no publicó un nuevo título hasta 1975, cuando apareció Crónica, al que seguirían Predicación para un bárbaro (1979) y L’ombra de l’altre mar (1981), obra con la que iniciaría sus publicaciones de poesía en catalán. Desde entonces alternó entre los dos idiomas, demostrando ser uno de los poetas más fecundos de su generación, pues desde esa fecha y hasta su muerte publicó cerca de treinta poemarios, además de una autobiografía, el libro de ensayo Nueve cartas a un joven poeta (2009) y varios libros vinculados a su profesión de arquitecto.

De toda su producción destacan títulos como Aguafuertes (1995), Estación de Francia (1999), Cálculo de estructuras (2005), Misteriosamente feliz (2008) o El asombroso invierno (2018). Además de, por supuesto, Joana (2002), en donde recogió los poemas dedicados a su hija, fallecida a los 30 años tras una dura enfermedad. El resultado fue una de las obras más desgarradas de la poesía española.

A lo largo de su carrera recibió numerosos premios, entre ellos, el Carles Riba (1985), el Premio Nacional de Poesía (2008), el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2019) y, como colofón a toda su carrera, el Premio Cervantes (2019).

Falleció en febrero de 2021, a los 82 años,

En su poesía domina el verso libre, la pasión y, como sello de identidad, una constante búsqueda de la verdad. Eso le lleva a tratar a veces temas especialmente duros. No en vano, él mismo decía que de todos los seres humanos el poeta resultaba ser el “más realista, más pragmático, porque bebe de la realidad”. Ahora bien, eso no quita que, en ese deseo de describir las luces y sombras del mundo, Margarit busque, además del rigor de la palabra, la belleza de la lírica.

CALIGRAFÍA

Ha apoyado la frente en el cristal
frío, empañado, con trasluz de invierno.
Escribe el nombre de ella y, a través
de las líneas que traza con el dedo,
la ha visto en un paraje solitario
con el mar y las rocas en la noche.
Al fondo, las estrellas: de pronto, las gaviotas
alzan el vuelo como un resplandor
al paso de un falucho. Se ha engañado:
detrás de la ventana hay una calle
que el alba hace más triste, sin un alma,
con coches aparcados.
Tras las líneas comienza a amanecer:
el sol naciente borrará ese nombre
en la escarcha rosada del cristal.

EN TORNO A LA PROTAGONISTA DE UN POEMA

Conocía muy bien tu piel dorada,
la señal de peligro de tus ojos azules.
Sueños de profesor que comenzaba
a perder su futuro. Hace mucho surgiste
entre aquellos muchachos y muchachas
del bar acristalado de nuestra Escuela blanca,
desde donde veíamos el mar.
Me preguntan quién eres. Quizás, un día, expertos
en soledad y en crímenes pasados
buscarán, amparada en las palabras,
la sombra de tu nombre y no hallarán
sino cartas violeta de la noche
y el rastro, entre papeles, de unos ojos azules.

FAROS EN LA NOCHE

Intento seducirte en el pasado.
Las manos al volante y esta luz
de club nocturno del tablier me dejan
-fantasía invernal- bailar contigo.
Detrás de mí, igual que un gran camión,
el mañana hace ráfagas de luces.
No lo conduce nadie y me adelanta,
pero ahora tú y yo viajamos juntos
y el coche puede ser el dos caballos
de los años sesenta hacia París.
"Je ne regrette rien" canta Edith Piaf.
Bajo la ventanilla, entra la noche
fria de la autopista, y el pasado
se aproxima de cara, velozmente:
cruza y me ciega sin bajar las luces.

FLORES BLANCAS EN LA NIEBLA

Sábanas grises de la escarcha
cubrían el bancal de los almendros;
pero llegaron lluvias como máscaras
y la hierba borró los espejos del frío.
En la invernal mirada un aire cálido
comenzaba a mentir
a aquellas alas grises
de pájaros erráticos en árboles desnudos.
En una sola noche de tibieza
con reflejos de sombra en el espejo,
los almendros se abrieron en sus flores.
Tú llegaste también
en un tiempo de frío y soledad:
El amor fue la brisa
sobre la escarcha gris. Las flores olvidadas
extendían olor a primavera
en el ámbito helado, nieve cálida
de breves flores blancas. Con tristeza
las recuerdo durante aquel invierno
que en una sola noche las heló.

NO TIRES LAS CARTAS DE AMOR

Ellas no te abandonarán.
El tiempo pasará, se borrará el deseo
-esta flecha de sombra-
y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,
se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.
Caerán los años. Te cansarán los libros.
Descenderás aún más
e, incluso, perderás la poesía.
El ruido de ciudad en los cristales
acabará por ser tu única música,
y las cartas de amor que habrás guardado
serán tu última literatura.

LAS MIL Y UNA NOCHES

Me miras: el presente son tus ojos,
unos instantes que se desvanecen
y no puedo cambiar: Pero también
son un mañana que ya estaba escrito
en el fugaz espejo de la infancia.
Y se convertirán en el ayer,
la suma indiferencia de los años.
Después serán recuerdo, un mundo gris
donde te mire aunque no pueda verte.
Tras el recuerdo habrán de ser olvido:
nadie sabrá por qué estabas mirándome
ni  por qué hay este pozo en tu lugar.
Cada instante una historia diferente
de las mil y una noches en tus ojos.

UN CUENTO

No digas nada, Joana,
tan sólo escúchalo y no digas nada.
Íbamos caminando en la lluviosa
mañana por el pueblo adormecido,
entrábamos despacio
por una larga calle de adoquines
que no llevaba hacia ninguna parte.
Los niños nos llamaban con canciones
para acercamos al canal, que viésemos
su casa reflejándose en el agua.
Te gustaba, ¿recuerdas?,
ver a los niños. Al marcharnos
quedaban sus caritas pegadas al cristal,
sus voces apagándose en el agua.
Llegamos tarde. Demasiado. Tanto
que siempre volveremos separados:
ese es el precio por haber podido
entrar dentro de un cuento.
Y qué suerte encontrarte ahora aquí,
de madrugada, convertida en patio:
esto quiere decir que todo el tiempo
estabas junto a mí en la oscuridad.