Elvis Presley: morir para mantener vivo el mito y los sueños
El 16 de agosto de 1977 es una de esas fechas inolvidables de la historia de la música: la muerte de Elvis Presley. El padre (blanco) del rock and roll. Una figura que, con su excepcional talento, acabó convirtiéndose en un icono artístico y social del siglo XX. Alguien que cambió la música y el modo de entenderla y que logró llenar de sueños y emociones a varias generaciones de muy distintos países.
Esa noche había ingerido, como siempre, tres combinados distintos de medicamentos para lograr dormir. Pero, a diferencia de otras veces, estos no le estaban haciendo ningún efecto. Daba vueltas, una y otra vez, sin lograr conciliar el sueño. Así que, se alejó de la cama, que compartía con su última novia, Ginger Alden, y se fue al baño para continuar el libro que estaba leyendo, La búsqueda científica de la cara de Jesucristo.
Horas después Alden se despertó y se levantó al ver que no tenía a nadie a su lado. Fue entonces cuando encontró su cuerpo en el baño, con ese libro en las manos. Y aunque rápidamente pidió ayuda, ya era demasiado tarde. Pronto los periódicos, las televisiones y las radios informaron de la noticia: Elvis Presley, de 42 años, había sido hallado, muerto, en su casa de Graceland. Y el mundo quedó conmocionado. Nadie podía creer que el joven que había encarnado los sueños de una generación, aquel torrente de energía y fuerza que se había convertido en un mito y un icono de la cultura del siglo XX, hubiera acabado así.
Ese 16 de agosto de 1977 se apagó así una voz inigualable que numerosos cantantes habían tratado de imitar desde que en 1956, a los 21 años, había publicado su primer álbum y se había convertido en la gran figura del rock and roll. O lo que era lo mismo: en el símbolo de una juventud que necesitaba gritar, moverse y reivindicarse mientras vivía los miedos de la Guerra Fría y la constante amenaza de la URRS. Jóvenes que se identificaron con aquel joven de orígenes humildes, que había cumplido el sueño americano: lograr el éxito y la fama pese a venir de los escalafones sociales más bajos.
Elvis, además, apareció en el momento en que la televisión comenzaba a entrar masivamente en los hogares norteamericanos. Y eso, cuando se tenía un físico como el suyo, era una ventaja. Sus actuaciones en los programas de Steve Allen y de Ed Sullivan (algunas de ellas con censuras) se convirtieron inmediatamente en historia de la televisión y terminaron por convertirle en una estrella. Por todo el carisma y calidad que desprendió, por el escándalo que originaron y por todo lo que significó ver a un joven moviéndose así mientras cantaba temas como “Hound Dog”, “Don’t be Cruel” o “Love Me Tender”.
A Elvis, pues, le llegó el éxito de forma masiva. Pero, aún así, continuó transitando por las calles de Memphis, con sus amigos de toda la vida, fiel a sus viejos principios e ideas, que, pese a todo lo que había hecho, no dejaban de ser conservadores. Y entretanto vivió su momento más dulce, el de finales de los cincuenta, con éxitos constantes y grabaciones inspiradas. Y es que, pasado aquel tiempo, no se sintió atraído por la experimentación musical que caracterizó a la siguiente década. Cosa que propició que sus discos dejaran de tener el éxito de antaño y que fuera más recordado por sus actuaciones en las películas que grabó (la mayoría, con muy malas críticas) que por sus nuevas canciones. Y aunque llegó a contactar con los mismísimos Beatles y hasta cantó en sus conciertos “covers" de la banda, nunca llegó a sentir una gran atracción por su estilo. De hecho, creía que los de Liverpool eran una mala influencia para los jóvenes, por su defensa de las drogas y por introducir ideas dañinas con los principios culturales de los Estados Unidos, al punto que llegó a reunirse con Richard Nixon para pedirle que le convirtiera en un agente secreto que combatiera contra la subversión lisérgica y política que tanto ellos, como otras bandas, representaban.
Por entonces Elvis trataba también de recuperar esa estrella que había perdido. No hacía mucho que había vuelto a los escenarios, con grandes resultados, y aunque es cierto que su voz ya se había desgastado un poco, igual seguía mostrando un talento al que todavía muy pocos podían llegar. Basta con escuchar (y ver) su histórico concierto en Honolulu en 1973, “Aloha from Hawaii”, con momentos tan energéticos como el de su interpretación de “Suspicious Minds”, para comprobar que en ese momento, a cuatro años de su muerte, todavía estaba en buena forma.
El problema vino poco después de, precisamente, esa actuación. Cuando se divorció de Priscilla Presley y empezó a depender, cada vez más, de los tranquilizantes y de las drogas. Fue entonces cuando engordó hasta alcanzar los cien kilos y su cuerpo comenzó a fallar mientras le empezaban a aquejar enfermedades propias de personas mucho mayores que él. Y, también, cuando empezó a tener problemas en sus conciertos, a veces por problemas de concentración, a veces porque no lograba terminarlos o a veces, incluso, cuando no los llegaba a iniciar.
Su muerte, ese 16 de agosto de 1977, fue, pues, el corolario de esos años de excesos que fueron posibles gracias a las recetas que reiteradamente le daba su doctor, George Nichopoulos. Y aunque no fue el primer ídolo de la música en caer –antes murieron, por ejemplo, Billie Hollyday, Jim Morrison, Janis Joplin o Jimi Hendrix-, la reacción de duelo que el mundo tuvo con él, sobrepasó todo lo que se había visto con anterioridad. Luego, llegaría toda esa mercadotecnia que giraría en torno a su figura, a veces paródica, las reediciones de discos o las biografías que contaban los detalles más inesperados de su vida (recomendamos, por cierto, la de Peter Guralnick, que se ofrece en dos tomos, Último tren a Memphis y Amores que matan).
Y es que era imposible matar al mito. Elvis, en esos momentos, se había convertido en historia de la música popular, no solo de los Estados Unidos, también de todo el mundo. El representante blanco del rock and roll que había logrado cambiar numerosos comportamientos sociales. Alguien con el que habían quedado conectadas varias generaciones que sintieron que tenían una deuda con un hombre que les había hecho bailar, emocionarse y sentir con mayor intensidad todo lo que guardaba dentro. Alguien que, sí, había caído, pero que igual representaba sus sueños de su juventud. Por eso muchos necesitaron sentir que seguía vivo y se sumaron a esas muchas teorías que afirmaban que en realidad había fingido su muerte para vivir en libertad. Alguien que, durante unos años, tocó el cielo, para luego bajar a los infiernos y finalmente renacer para convertirse en un mito. Y lograr así formar parte de la Historia.