jueves, 28 de marzo de 2024 00:03h.

‘Hergé’ y Georges Remi: los mundos de Tintín y la difícil historia que había detrás de su creador

Georges Remi, 'Hergé' (1907-1983), creador de las aventuras de Tintín, sigue siendo un enigma para sus biógrafos. Ocultó todo lo que pudo su vida privada, sobre todo, su infancia, quizá, por ciertos episodios tristes que vivió. Por eso seguramente el personaje de Tintín no tiene familiares, ni apellidos, ni menciona jamás a sus padres. Aún así, es posible rastrear algunos aspectos de su biografía en sus álbumes, que son un testimonio brillante de su forma de transmitir desde el cómic, no solo su pasión por la aventura, también los acontecimientos del siglo XX.

Georges Remi siempre fue hermético en lo referente a su vida privada, que ocultó bajó un nombre artístico: Hergé. Detrás, estaba la difícil relación con su hermano; los problemas mentales de su madre, quien nunca le dio el amor que él esperaba; e incluso, según algunos biógrafos, un oscuro trauma relacionado con el abuso sexual que sufrió a manos de un familiar. Sí, Hergé no permitió indagar en su infancia y juventud, y por eso su figura genera tanto debate entre los estudiosos, pero de lo que no hay duda es de su falta de afectos .Tanto, que en su obra pareció buscar la orfandad y los personajes solitarios. Tintín carece de apellidos; no se menciona a ninguno de sus familiares –ni siquiera a sus padres- y solo tiene unos pocos amigos que, además, aparecen mucho después del primer álbum (el carismático Haddock, por ejemplo, no aparece hasta El cangrejo de las pinzas de oro, el número nueve). Tampoco hay mujeres, salvo la exageradísima Castafiore (basada, parece ser, en una de sus abuelas); y el único compañero fijo es su inseparable perrito Milú (cuyo nombre, por cierto, lo tomó de la chica que fue su primer amor).

Tales detalles, por supuesto, no son determinantes para entender a Tintín, pero si permiten conocer mejor algunas de sus circunstancias. También, algunos de los prejuicios de Hergé, sobre todo, los de algunos títulos que varios biógrafos han explicado por la necesidad de afecto de Hergé y su dependencia hacia ciertas amistades que le contagiaron ideas hoy mayoritariamente rechazadas. La matanza de animales de Tintín en el Congo (1930-1931), por ejemplo, causa repulsa hoy, pero no tanto como ese colonialismo racista que envuelve todo el álbum (más aún, en las primeras versiones del texto), si bien, no debe olvidarse, formaba parte del pensamiento de su tiempo.

Lo importante, sin embargo, es que con los años Hergé supo adoptar posturas más abiertas y sensibles con las minorías. Se nota ya en El Loto azul (1932-1934) –la primera de sus grandes obras-, en donde repudia los tópicos orientales y se atreve a introducir una denuncia directa contra el colonialismo y el racismo, criticando, además, la reciente intervención japonesa en China. A este siguieron grandes títulos como La oreja rota (1935-1937, en donde demuestra su fascinación por Latinoamérica), La isla negra (1937-1938) y el muy interesante El cetro de Ottokar (1938-1939), en donde incluye una crítica directa al fascismo (con un dictador llamado Müsstler, cuyo nombre referencia, obviamente, a Mussolini y Hitler). Fue un texto audaz, considerando la proximidad de la Segunda Guerra Mundial, la cual Hergé vivió en Bélgica mientras preparaba En el país del oro negro. Aún así, durante los años bélicos siguió dibujando, dando lugar a una serie de álbumes maduros que siguen estando entre lo mejor de sus creaciones, como El secreto del Unicornio (1942-1943), El tesoro de Rackham el Rojo (1943) o Las siete bolas de cristal (1943-1944), en donde se nota el influjo directo de las obras de Robert Louis Stevenson.

Tintín rodeado de algunos de los principales personajes de los cómics

Luego, llegaron títulos en donde valiéndose del personaje de Tornasol manifestó su interés por la ciencia y por Julio Verne, además de algún álbum controvertido como Stock de coque (1958), en donde pese a incluir un alegato contra el esclavismo, recibió algunas críticas por su modo simplista y tópico de representar a los africanos (luego, reconoció su error, y reescribió los diálogos para las siguientes ediciones). Pero su favorito fue siempre Tintín en el Tibet (1959), que escribió después de enamorarse de su colaboradora Fanny Valaminck y poner fin a su matrimonio de veinticinco años con Germaine Kieckens, entrando con ello en una crisis religiosa y personal que le hizo buscar respuestas y valores a su propia existencia. Así, a partir de una trama basada en buscar a un amigo de Tintín llamado Tchang –quien existía en la vida real, pues Hergé lo había conocido cuando preparaba El loto azul-, realizó un título en donde hablaba de budismo, percepción extrasensorial, espiritualidad y, sobre todo, amistad, con que se llevó los elogios del propio Dalai Lama.

La obra de Georges Remi, pues, está llena de contrastes, y más si la observamos desde una perspectiva actual. Por eso, quizá a la hora de leerla debemos hacer igual que con las obras que no escapan a los prejuicios de su tiempo: rescatando lo positivo que tienen. Y participar, de este modo, de la ilusión que Hergé sintió creando a Tintín. Junto a su personaje conoció las culturas precolombinas, descubrió tesoros, criticó el cambiante mundo bélico del siglo XX, la corrupción y los dictadores y hasta viajó a la luna en dos álbumes que están entre los más icónicos e influyentes de la cultura pop (Objetivo: la luna y Aterrizaje en la luna). Él siempre prefirió compartir ese lado de su vida, el creativo, el soñador, el infantil, que le permitía olvidar los momentos más negativos de su pasado y refugiarse en los amigos y lo que amaba. Y, con él, millones de lectores que, desde niños, sintieron fascinación por esos mundos, a veces imperfectos, que pintaba.