martes, 05 de noviembre de 2024 00:01h.

Mario Camus, el cineasta que animó a leer a millones de españoles

Este 18 de septiembre ha fallecido en Santander, su ciudad natal, el director Mario Camus, autor de las versiones cinematográficas y televisivas de La colmena, Los santos inocentes o Fortunata y Jacinta, entre otros. Alguien que amó los libros y que tuvo la virtud de adaptar grandes textos y mantener sus esencias, respetando a los autores originales y logrando, además, que el protagonismo recayera sobre ellos. 

Cuando, hace ya unos cuantos años, leí Fortunata y Jacinta me maravilló la maestría que Benito Pérez Galdós imprimía en cada una de sus páginas. Había tenido ese libro en mi biblioteca durante algún tiempo, pero, por su extensión, no me había atrevido a comenzarlo. Y sin embargo, cuando me puse con él recuerdo leer cada capítulo velozmente, sin ser consciente del paso del tiempo, totalmente enfrascado en cada uno de sus maravillosos personajes y en el estilo narrativo de Galdós. Luego, tras terminarlo, me hice con la adaptación a la televisión que de la obra había hecho Mario Camus. Y lo hice –he de reconocerlo- con un cierto escepticismo (en parte, porque venía de ver la mediocre versión cinematográfica que se había hecho del Ultimas tardes con Teresa de Juan Marsé). Y, sorprendentemente para mí, tuve las mismas sensaciones que me habían recorrido al leer el libro. Me fascinó que en unos pocos episodios de una hora hubiera logrado Camus captar las esencias de esa monumental obra. Además, había cortado las partes que menos podían funcionar en la pantalla, había sabido montar las escenas y narrar el paso del tiempo con inteligencia, y, sobre todo, había sabido adaptar los diálogos a la España de los años ochenta sin traicionar el estilo de Galdós. Había conseguido, en resumen, construir una obra maestra a partir de otra obra maestra.

Mario Camus murió ayer a los 86 Años. Era un hombre sensible, a veces, tímido, que huía de las de las entrevistas y que en los últimos, años, tras la muerte de su mujer, se había refugiado en su hogar, la literatura y los recuerdos. Había estudiado Derecho, pero, tras comprender que aquello de las leyes no iba con él, decidió diplomarse en dirección en la Escuela Oficial de Cinematografía. Y ya en esos años del tardofranquismo demostró, con adaptaciones como el Young Sánchez de su admirado Ignacio Aldecoa, que quería hermanar literatura y cine, aunque igual compaginara esas inquietudes con un cine más comercial y rendido a las circunstancias del momento (allí están las películas que, por ejemplo, rodó con Raphael). Luego, sin embargo, ya pudo dar rienda a sus grandes proyectos. Aquellos en que demostró que, con su cine, no buscaba que brillara su nombre, sino el de los autores que adaptaba. Y por eso la adaptación tan respetuosa de la obra de Pérez Galdós, como hizo La colmena (1982), de Camilo José Cela, por la que recibió el Oso de Oro en Berlín, o La casa de Bernarda Alba (1987) de Lorca o la compleja La forja de un rebelde (1990) de Arturo Barea. Además de, por supuesto, Los santos inocentes (1984), esa impresionante versión que hizo de la obra de Miguel Delibes y que se ubica entre lo mejor que ha dado el cine español. Pocos, desde luego, como él para emprender un texto tan difícil y conseguir retratar las circunstancias más oscuras de esa España arcaica que aparecía en la obra y que, sin embargo, no estaba lejos del tiempo en que se rodó. Sí, es verdad que los actores de la película, sobre todo Paco Rabal y Alfredo Landa, estaban increíbles, pero es que el guion de Camus no se quedaba atrás. Porque, como con Fortunata y Jacinta, había logrado transmitir, desde su gusto de lector, la belleza de la obra original.  

José Luis López Vázquez y Mario Camus en el rodaje de La Colmena (1982)

Además, Camus demostró tener talento como escritor. De él son, por ejemplo, los guiones de El pájaro de la felicidad, la conocida película de Pilar Miró, o también el de Los golfos, que rodó su compañero de generación Carlos Saura (y que ahora ha quedado totalmente solo); o el de Sombras en una batalla que él mismo dirigió y en donde se atrevió –en el año 1993- a narrar los dramas causados por la organización terrorista ETA.

Decimos, por tanto, hoy adiós al hombre que enseñó a acercarse a la literatura a varias generaciones de españoles gracias a, precisamente, su amor por los libros (algo que, considerando la época que estamos hablando, constituyó algo fundamental para mejorar la cultura general del país). Alguien que hizo cine sin sucumbir a las modas y que carecía del endiosamiento de esos directores que desean ver su nombre en letras grandes al iniciar su película. Alguien que era, sobre todo, lector, y que nunca olvidó esa circunstancia. Porque, para él, lo primero eran los autores. Sus obras, atemporales, se seguirán viendo y seguirán animando a muchos espíritus sensibles a profundizar (o incluso introducirse) en los libros en que se basan. Porque siguen siendo ágiles, porque siguen emocionando, porque hay pocos personajes tan humanos (y a veces tan terribles) como los que aparecen en ellas. Así que, Mario, gracias por todo.