viernes, 26 de abril de 2024 00:02h.

La melancolía, desaparecida a los treinta años de edad: el día en que las aguas del Mississippi se llevaron la vida de Jeff Buckley

Hoy, 29 de mayo, se cumplen 24 años de la extraña desaparición del músico Jeff Buckley en el río Wolf, en Tennessee. Un joven dotado de un talento extraordinario que sorprendió a músicos veteranos con su fantástico álbum Grace en 1994. Es un momento para recordarlo a la par que escuchamos de nuevo sus canciones. 
Jeff Buckley
Jeff Buckley

Al empezar el año 1997 todo parecía sonreír a Jeff Buckley. Había logrado el reconocimiento musical; su primer disco había atraído por igual a críticos y a público; empezaba a salir en los medios (aunque no le gustara eso de haber perdido el anonimato) y, pese a su juventud, había recibido la atención y el aprecio de figuras tan reconocidas como Paul McCartney, Jimmy Page, Robert Plant o Bob Dylan. Era, además, atractivo, y eso era algo que la discográfica tenía también en cuenta, aunque él siempre se negó a entrar en ese tipo de juegos, convencido de que solo importaba la mirada artística. Parecía, por tanto, tener su vida bajo control. Y su situación podía despertar la envidia de cualquier músico que iniciase una carrera. Pero todo terminó, súbitamente, un 29 de mayo cuando las aguas del río Wolf, en Tennessee, se tragaron su cuerpo. Sin que nadie supiese el cómo o el porqué.

Había nacido el 17 de noviembre de 1966 en Anaheim (California). El mismo año en que su padre, el también músico Tim Buckley, publicaba su primer álbum, e iniciaba una carrera musical recorrida por una espiral de autodestrucción que le llevaría a morir, en 1975, a consecuencia de una sobredosis. Tiempo en el que, además, no estuvo junto a su hijo, pues pronto se separó de su esposa y siguió, solo, su vida. De modo que quienes cuidaron a Jeff fueron su madre y Ron Moorhead, su pareja, que acabaría siendo el padrastro del niño y una de las influencias más importantes de su vida.

Los genes, sin embargo, se notaron pronto. No solo por el parecido físico que guardaba con el padre, también por el talento que ya de adolescente mostró como guitarrista. Tardó, sin embargo, un tiempo en cantar, y de hecho, la primera vez que lo hizo en público fue en 1991, durante un homenaje que se tributó a su progenitor y en el que quiso interpretar cuatro de sus canciones. ¿El resultado? El público enmudeció al escucharle, sobre todo, cuando cantó a capella “Once I was”. Porque su voz resultaba desgarradora, y a la vez sensible. Porque era capaz de ofrecer los temas con muy distintos registros, como si supiese tomar, sin problema, técnicas y formas de artistas tan grandes como Nina Simone, Robert Plant o Billie Holliday.

Luego llegaron los conciertos, su primer contrato discográfico y la oportunidad de demostrar que podía poner en práctica con sus propias canciones todo lo que había aprendido. Y el resultado fue un extraordinario álbum llamado Grace que se publicó en el año 1994. Un trabajo en que, a ratos, parecía unirse el caos y el equilibrio; una forma de belleza ignota, distinta, que encajaba perfectamente en ese mundo de la  música “indie” de mediados de los 90 sin que al final llegara a adscribirse a corriente alguna. A fin de cuentas, Buckley era un compositor imposible de etiquetar. Alguien que, en esos años en que los jóvenes miraban a otros músicos más ruidosos, se atrevía a hacer versiones de temas como el “Hallelujah” de Leonard Cohen.

Después del éxito del primer álbum decidió (para desesperación de la discográfica) tomarse un tiempo para preparar el que debía ser el siguiente. Y solo al iniciarse 1997 creyó que era el momento de hacerlo. Y, dispuesto a encontrar la inspiración, viajó hasta Memphis. Hasta que en la noche del 29 de mayo –la fecha en que debía llegar su banda para empezar las grabaciones- decidió ir junto a uno de los miembros de su equipo, Keith Foti, a la sala de ensayo. No lograron, sin embargo, llegar a su destino: no conocían bien la ciudad y en el camino se perdieron. De modo que Buckley decidió cambiar de planes e ir a las orillas del río Wolf para escuchar música y tocar la guitarra, grabando allí todo lo que surgiera de esa sesión. Y así estuvieron, un tiempo, hasta que Jeff, de repente, se metió en el río, completamente vestido, sin quitarse siquiera las botas. Foti entonces se lo quedó mirando, sin dar demasiada importancia a lo que hacía su compañero, que, a la par que se adentraba en las aguas, comenzó a cantar el “Whole Lotta Love” de Led Zeppelin. Entonces, pasó un barco que levantó unas pequeñas olas, y Foti se levantó para apartar la grabadora y evitar que se mojara. Y cuando volvió de nuevo la vista al río, comprobó que Buckley había desaparecido.

A partir de ese momento ya nada se pudo hacer para salvarle. Ni, tampoco, para averiguar si aquello lo había hecho él por su expreso deseo o todo había sido producto de un triste accidente (cuando cinco días después apareció su cuerpo, se comprobó que no había en él restos de drogas o de alcohol). La melancolía, hecha voz, desaparecida trágicamente a los treinta años de edad. Dos más de los que había vivido su padre.