Un torbellino llamado Nina Simone
Se llamaba Eunice Kathleen Waymon y fue una niña prodigio. A los dos años tocaba ya el piano; a los seis interpretaba piezas en la iglesia evangélica de su pueblo; y tanto talento demostraba que muchos creían que algún día se convertiría en la primera concertista afroamericana de piano de los Estados Unidos. No fue así, pero en el camino se convirtió en Nina Simone. Una mujer que denunció cuanto le disgustaba del mundo. Alguien capaz de responder a los rechazos que había sufrido por, simplemente, ser una mujer negra.
Y es que, como comprobó siempre, el color de su piel era, para algunos, un problema. También, para su carrera. Una de las primeras veces, con 12 años, cuando en un recital público vio cómo apartaban a sus padres de la primera fila para ubicar allí a dos asistentes blancos (en esta ocasión, sin embargo, lo solucionó: se negó a seguir tocando y solo continuó cuando logró que sus progenitores regresaran a sus asientos). Pero, sin duda, la más amarga fue cuando, al tratar de conseguir una beca en el Instituto de Música Curtis, se vio relegada frente a los candidatos blancos y tuvo que decir adiós a su carrera en la música clásica. Fue entonces cuando se acercó al blues y el jazz.
En 1954 tomó el nombre de Nina Simone y empezó a sorprender con su voz y sus canciones, si bien, la fama de autora comprometida que siempre le acompañó no le llegó hasta que publicó en 1964 su “Mississipi Goddam”, una canción inspirada en dos hechos que le marcaron: el asesinato del activista negro Medgar Evers a manos del supremacista blanco Byron De La Beckwith (considerado “no culpable” por dos jurados pese a haber evidencias de lo contrario) y la muerte de cuatro niñas negras tras un ataque del Ku Klux Klan a una iglesia bautista de Alabama. La hizo Simone aún a sabiendas de que, por su letra, iba a recibir un gran rechazo en los estados del sur. Y no se equivocó: pronto numerosas emisoras del país devolvieron a la discográfica las copias de vinilo con la canción que habían recibido. Muchas de ellas, por cierto, rayadas o directamente rotas.
Nina Simone fotografiada por Alfred Wertheimer en el Carnegie Hall (Londres) en 1965
El hecho hubiera sido terrible para cualquier artista y, por un momento, estuvo a punto de dejar a Nina Simone condenada al ostracismo. Pero no fue así. El movimiento en pro de los derechos civiles, con líderes como Martin Luther King o Malcolm X, lo cambió todo. De hecho, estos dos hombres –sobre todo el segundo- se convirtieron en sus referentes ideológicos más directos en las letras que desde entonces escribiría para responder a ese mundo de odios y desigualdades sociales.
Pero Nina también tuvo que lidiar consigo misma, como retrató en su libro de memorias Víctima de mi hechizo. Porque detrás de aquella creatividad había una mujer de personalidad tormentosa y apasionada que, para infortunio de ella y de quienes le rodeaban, tardó demasiado tiempo en descubrir que padecía un trastorno bipolar. Y esa es la otra vertiente de las letras de Simone: su deseo de entenderse y encontrar su lugar como mujer y ser humano (“me tengo a mí misma”, cantaba en la fantástica “Ain’t Got No, I Got Life”; aunque su testimonio más desgarrador sea, posiblemente, la letra que escribió para su versión del “Alone Again Naturally”). El entorno, sin embargo, no le ayudó. Sufrió problemas con sus parejas, el fisco le persiguió y en 1970 tomó la decisión de exiliarse de los Estados Unidos mientras la depresión y sus muchas penurias económicas le acompañaban.
Los últimos años los pasó en Europa, interpretando sus canciones y recibiendo parte del reconocimiento negado gracias a premios y homenajes. Y, siembre, manteniendo su rebeldía y energía. Y es que, como dijo Rhiannon Giddens: “si quieres decir que el rock and roll es música rabiosa, entonces Nina Simone es rock and roll”. Como fue también jazz, al igual que soul, blues y gospel o las composiciones de música clásica que había interpretado desde niña. Por eso sonó siempre distinta y original, por esa suma de muchos talentos y arte. Además de alguien que demostró que la belleza estaba también en los mundos que una parte de su sociedad había atacado siempre.