martes, 23 de abril de 2024 00:56h.

Veinte años (ya) sin Joey Ramone

El 15 de abril de 2001, hace ya veinte años, fallecía el cantante de los Ramones. Con su banda había cambiado el rumbo del rock. Pero muy pocos sabían entonces todo lo que se ocultaba tras su biografía. Sus problemas físicos, sus dificultades emocionales y su lucha contra su enfermedad mental. Porque Joey Ramone siempre había sido un individuo distinto a la mayoría.

8748969-min
Joey Ramone

Nadie confiaba realmente en ese adolescente de Queens, alto, miope y desgarbado, al que todos consideraban “raro”. Hablaba poco y siempre se ocultaba bajo sus gafas y su melena negra. Y andaba siempre solo. Como si tuviera miedo de comunicarse. Como si tuviera miedo de que alguien se acercara a él.

Muchos habían conocido a sus padres. Sabían que se habían divorciado y que él se había quedado con su madre y con su hermano. Y algunos, incluso, sabían que había estado ingresado en un hospital mental. Por su propia decisión. Porque oía voces y no las entendía. Porque se sentía triste y todos le aseguraban que su comportamiento era demasiado extravagante. Porque los profesores le habían considerado un caso perdido. El diagnóstico, que afirmaba sufrir un trastorno emocional, le desanimó, pero al menos aquel joven anónimo, Jeffrey Hyman, pudo entender la causa de algunas de sus manías: era un individuo TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo).

Había algo, sin embargo, que siempre le hacía sentir bien y alejar todos esos demonios interiores que le perseguían: la música. Lo único que, realmente, le hacía sentir encajar con algo. Por eso, pese a su timidez, pese a su dificultad para expresarse, decidió formar parte de una banda. Y ser otro. Ser una estrella del rock. Ser como John Lennon. Como Pete Townshend. Como Robert Plant. Como Mick Jagger. Y primero lo intentó como batería, antes de que se atreviera a cantar y todos descubrieran que, en eso, tenía un gran talento. Cuenta su hermano que cuando lo vio por primera vez sobre un escenario se encontró con alguien que actuaba de un modo totalmente distinto. Alguien furioso, valiente,  aguerrido… Ya no era Jeffrey Hyman. Se había transformado en Joey Ramone.

Cuenta su hermano que cuando lo vio por primera vez sobre un escenario se encontró con alguien que actuaba de un modo totalmente distinto. Alguien furioso, valiente, aguerrido… Ya no era Jeffrey Hyman. Se había transformado en Joey Ramone.

Sus compañeros de banda, sin embargo, temían sus reacciones. Tanto, que al principio le negaron su libertad. Le aleccionaron sobre lo que debía decir, y algunas veces, incluso, hacían lo posible para que no hablara en las entrevistas. Por eso en los primeros años Joey Ramone estuvo siempre en segundo plano. Pensando. Apartado. Consciente de que, pese a eso, él era uno de los motores creativos de la banda.

Y es que Joey Ramone estaba creciendo. Y todavía estaba evolucionando a su condición de estrella del rock. Hasta que, un día, se negó a mantener el silencio. Y empezó a rebelarse. Y sorprendió a todos al mostrarse como un hombre afable y carismático, cercano y con un gran sentido del humor, por el que se sentía fácilmente simpatía. Tanto, que en el mundo de las envidias del rock, resultaba difícil encontrar a alguien que aunara palabras contrarias a él. Todo lo contrario. Son conocidos los halagos de personas como Bruce Springsteen (“Hungry Heart” la escribió para los Ramones, a petición del mismísimo Joey), Joe Strummer, Kirk Hammet, John Frusciante, Thurston Moore, Eddie Vedder o Phil SpectorDebbie Harry, de hecho, decía que quería siempre abrazarlo porque veía en él a un ser romántico, indefenso y dulce.

Basta con leer sus letras para entender un poco mejor el porqué de todo ello. Y es que, pese a ser cortas y directas, son una muestra de esa mezcla de rabia, frustración, romanticismo y deseo de trascender que le caracterizó. Y aunque, en el fondo, las utilizaba como catarsis para solventar todo lo que no le hacía sentir bien, igual lograban transmitir su deseo de vivir y disfrutar el momento. Canciones como “Sheena is a Punk Rocker” o “Rock and Roll radio” ejemplifican, por ejemplo, su amor nostálgico e idealizado por la música. “Judy is a Punk” o “I Wanna be Sedated” ofrecen unas letras que solo podían salir de una mente como la suya; y canciones románticas, como “My-my Kind of a Girl”, “She’s a Sensation”, “7-11” o “She Talks To Rainbows” muestran su sensibilidad frente al amor y a la pérdida. Aunque algunas veces lo disfrazara con humor, como pasó con ese “The KKK Took My Baby Away", que escribió después de que su novia Linda le abandonara para iniciar un noviazgo (que acabó en matrimonio) con Johnny, el guitarrista de la banda. Sí, Dee Dee Ramone escribió más canciones, sobre todo, después de que los Ramones iniciaran una etapa más hardcore con su fantástico álbum “Too Tough to Die”; pero no por eso Joey dejo de dar temas, más sensibles, como “A Real Cool Time”, “Bye Bye Baby” (tema que grabaría también con Ronnie Spector), “Daytime Dilemma” o “Merry Christmas”.

Su muerte, un 15 de abril de 2001, fue muy dolorosa para quienes, como yo, habíamos sido seguidores de la banda y habíamos paseado por el instituto y la  universidad con camisetas de los Ramones. De hecho, fue un golpe inesperado, porque lo único que esperábamos en ese entonces era que la banda se volviera a reunir.

Había sido siempre un joven delicado, con problemas físicos, y, desafortunadamente, al llegar a la madurez su cuerpo no se comportó de un modo distinto. Y enfermó joven. Demasiado joven. Aunque se enfrentó a ello convencido de que, como en el pasado, iba a poder superarlo todo. Por eso grabó esa versión de “What a wonderful World” de Louis Armstrong que para él era, más que nunca, una declaración de vida. Una canción que abriría el que sería su primer disco en solitario; un álbum póstumo que, pese a todo a lo que estaba viviendo en el momento de grabarlo, seguía teniendo ese optimismo contagioso que le caracterizaba. Y que se cerraba con una canción, “Don’t worry about me”, con la que acabó dando un  inconsciente mensaje a sus seguidores: no os preocupéis por mí.

Su muerte, un 15 de abril de 2001, fue muy dolorosa para quienes, como yo, habíamos sido seguidores de la banda y habíamos paseado por el instituto y la  universidad con camisetas de los Ramones. De hecho, fue un golpe inesperado, porque lo único que esperábamos en ese entonces era que la banda se volviera a reunir. El éxito de su álbum recopilatorio “Anthology” parecía invitar al optimismo. Y soñábamos con ver algún día a Joey cantando todas esas canciones que nos habían acompañado durante la adolescencia, a Johnny dar giros mientras golpeaba su guitarra Mosrite, a Marky imprimiendo a la banda el ritmo rápido de su batería, y a CJ (o Dee Dee, incluso) dando saltos con su bajo y gritando, entre canción y canción, su “one, two, three, four!”). No fue posible. Como tampoco era posible el regreso a nuestra adolescencia. Aunque, al menos, nos quedara ese mensaje, esa energía y el eterno deseo de mover el mundo.