jueves, 25 de abril de 2024 11:37h.

«Caballeros, acabamos de elegir a una 'Papisa'»: la historia de Olimpia Maidalchini, la poderosa mujer que logró que su cuñado fuera nombrado Papa

Es, para muchos, una total desconocida, pero sin embargo Olimpia Maidalchini fue una de las mujeres más poderosas del siglo XVII. Una mujer que, con sus influencias, posibilitó que su cuñado fuera nombrado papa (Inocencio X) y que gozó de una influencia llamativa para alguien de su tiempo. Distintas circunstancias hicieron que, poco a poco, su recuerdo se olvidara hasta que, en los últimos años, distintos historiadores han logrado recuperarla. Esta es su historia. 
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Inocencio X y Olimpia pintados por Velázquez

Resulta, desde luego llamativo: la mujer que alcanzó un poder en la iglesia como ninguna otra del siglo XVII pudo cumplir tal objetivo porque de adolescente se negó, de forma empecinada, a convertirse en monja. Fue un acto de rebeldía directo contra su padre, un recaudador de impuestos cuya economía no era especialmente boyante y que pensaba que si su hija se metía en un convento se ahorraría la dote de un posible casamiento. Y es que Olimpia Maidalchini (Viterbo, 26 de mayo de 1591), pronto demostró que estaba dispuesta a todo para defenderse, al punto de que, al saber de los planes del padre, decidió escribir al obispo diciéndole que se le pensaba hacer monja contra su voluntad, que eso contravenía las bases del Concilio de Trento y que, encima, el sacerdote que le habían enviado para convencerle de entrar en el combate había tratado de abusar de ella (aunque, esto último, lo dijo sin aportar pruebas). Dos argumentos que bastaron para que el padre se echara atrás y pudiera ella seguir en libertad.  

Pasados unos pocos años, y siendo todavía adolescente, Olimpia se casó con Paolo Nini, el hombre más rico de Viterbo. La unión, sin embargo, no duró mucho, pues él falleció tres años después, cosa que convirtió a la joven en una rica viuda que tenía toda la vida por delante. Así que, siempre con el deseo de crecer latente, marchó a Roma, en donde entablaría un nuevo matrimonio, esta vez con Pamphilio Pamphili, un hombre que aunque procedía de una de las familias de mayor prestigio de Italia, andaba en aquellos momentos casi arruinado y sin otro aval que el de su digno su apellido. De modo que, con aquella unión, él logró recuperar su posición económica y ella abrirse las puertas de las oligarquías romanas.

No fue, sin embargo, el marido quien permitió que Olimpia alcanzara la cúspide de su poder, sino su cuñado, Giovanni Battista Pamphili, un hombre del ámbito eclesiástico al que ella animó una y otra vez para que aspirara a más y que, al final, tras las gestiones de ella, inició una extraordinaria carrera que le llevaría a la cúspide de la iglesia. Primero, fue nombrado nuncio, después, en 1629, cardenal, y cuando en 1644 falleció el papa Urbano VIII, Olimpia movió todos sus hilos para que este pudiera sucederlo. Poco después, y tras muchas conversaciones y contactos, Giovanni era elegido papa en cónclave y pasaba este a tomar el nombre de Inocencio X. Y, de hecho, había sido tan notorio el papel de Olimpia en ello que se dice que, al recibir, la noticia del nombramiento, el cardenal Alessandro Bichi exclamó, enfadado: «Caballeros, acabamos de elegir a una ‘Papisa’».

La relación de Olimpia e Inocencio X despertó, como era de esperar, numerosos rumores por toda Europa, desde los que aseguraban que ambos eran amantes (cosa que hoy día los historiadores rechazan), o los que decían que estaban creciendo a base de robar a la Iglesia. Y es que Olimpia, en aquel tiempo, acumuló tantas riquezas que llegó a considerarse su fortuna como la mayor de la Italia de la época, y esto, sin contar el poder que obtuvo dentro de los pasillos de la Iglesia y que permitió que su hijo fuera elegido cardenal nepote y legado apostólico de Aviñón (por cierto, cuando pasado un tiempo este renunció, a objeto de contraer matrimonio, Olimpia utilizaría de nuevo sus contactos para que el sucesor fuera su sobrino).

Todo cambió a la muerte de Inocencio X, en 1655, pues el nuevo papa, Alejandro VII, decidió investigar a Olimpia por corrupción y haberse valido de las circunstancias para sustraer dinero a la Iglesia. Sin embargo, esto nunca llegó a puerto, pues en 1657, a los 66 años, Olimpia murió, por peste bubónica. Y su fortuna, de unos dos millones de escudos, pasó a sus herederos. Lo que sí se logró fue silenciar su memoria y su trayectoria, por resultar incómoda a muchos grandes hombres, al punto de que solo en tiempos recientes ha sido posible conocer un poco más en torno a esta mujer (gracias, en parte, a biografías como la de Eleanor Herman) que gozó de una de las mayores fortunas de la época y que tuvo un poder sobre el Vaticano mayor al que cualquier otra persona de su tiempo hubiera soñado.