viernes, 26 de abril de 2024 01:59h.

Colette y el "Efecto Matilda". Cuando las escritoras firmaban sus libros con nombres de varón

Sidonie-Gabrielle Colette (1873-1954) fue una de las mujeres más interesantes de las letras francesas. Sin embargo, sus primeros libros no llegó a firmarlos con su nombre, sino con el apodo con que se conocía a su esposo, Henry Gauthier-Villars, que se apropió del prestigio y honores que recibieron sus obras. No era, sin embargo, extraño que las mujeres se hicieran pasar por varones para que los editores accedieran a publicar sus textos. 

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Sidonie-Gabrielle Colette

Cuando en 1900 se puso a la venta Claudine en la playa Sidonie-Gabrielle Colette sintió esa satisfacción única que acompaña a los escritores cuando logran publicar su primera obra. Tenía veintisiete años y, con ello, iniciaba una carrera que le convertiría en una de las mujeres más interesantes de las letras francesas. Aunque, todo, bajo una peculiar circunstancia: nadie supo que aquel libro lo había escrito ella. Porque quien aparecía en la portada como autor era su esposo, Henry Gauthier-Villars, “Willy”. 

No era, sin embargo, extraño que las escritoras se ocultaran ante el público. Los editores sabían bien que si en un libro aparecía la firma de una mujer las ventas solían ser malas, así que la solución más común para evitarlo era hacer creer que el autor era varón. Por eso Charlotte Brönte publicó Jane Eyre como Currer Bell y sus hermanas Emily y Anne sacaron sus libros como Ellis y Acton Bell. Y por eso Cecilia Böhl de Faber y Larrea lo hizo como Fernán Caballero, Amandine Dupin como George Sand y Mary Ann Evans como George Eliot. Hasta J.K. Rowling, en tiempos mucho más recientes, prefirió emplear sus iniciales para sus libros de Harry Potter para ocultar que tras esas fantasías había una mujer. Es lo que Margaret W. Rossiter denominó como el “Efecto Matilda”: un rechazo que, durante siglos, ha habido hacia esas manifestaciones científicas y artísticas que han realizado las mujeres y que ha hecho que estas se pusieran siempre por debajo de las que habían hecho los hombres.

Claro, que el caso de Colette era peor, porque era su esposo el que se apropiaba de la obra, algo que ya había hecho muchas veces con otros autores que, a cambio de dinero, le entregaban los derechos de sus textos. De hecho, “Claudine” posibilitó que Henry lograse una importante influencia entre la sociedad parisina que él utilizó para vivir numerosas noches de fiesta, amantes y alcohol. Más aún, cuando el público exigió nuevos títulos dedicados a este personaje y Colette tuvo que escribirlos para que otra vez él se llevase los méritos. De hecho, su marido llegó a encerrarla con llave en su cuarto para que pudiera cumplir con los plazos que había establecido. 

Colette aguantó algunos años esta situación, en parte, porque le habían enseñado que las esposas debían ser sumisas. Además, canalizó parte de esas frustraciones integrándose en el mundo del teatro, en donde actuó, cantó y protagonizó espectáculos de music-hall. Con ello, pudo expresarse y explorar las cuestiones que le acuciaban. Desde su relación con Willy a la atracción que sentía por las mujeres (y que le llevó a iniciar un romance con Sophie de Morny, una mujer de la alta sociedad que se vestía como hombre y no ocultaba su homosexualidad).

Con todo ello no es de extrañar que en 1906 decidiera divorciarse de Willy e iniciara una carrera como escritora en la que ya no volvió a ocultar su nombre. En 1911 se casó con Henry de Jouvenel, el redactor jefe de Le Matin, pero la cosa no fructificó. Luego, tuvo varias relaciones fallidas (entre ellas, una con el hijastro de su segundo esposo, Bertrand, de 17 años) hasta que finalmente se casó con Maurice Goudeket, veintiséis años más joven que ella. Y, todo ello, sin dejar de trabajar. Así, escribió títulos como La vagabunda (1910) o Lo puro y lo impuro (1932), fue miembro y presidente de la Academia Goncourt, colaboró con Maurice Ravel para hacer la fantasía L’enfant et les Sortilièges y preparó distintas adaptaciones teatrales de sus libros. Todo, a la par que batallaba con Willy para que reconociera la auténtica autoría de los títulos de Claudine (lo lograría demostrar después de que recuperara los cuadernos en donde redactó la obra). Su último gran éxito literario fue Gigi (1944), que años después Vincente Minnelli llevaría al cine. Moriría el 3 de agosto de 1954 tras una vida en que había tratado de defenderse como artista y evitar todo partidismo o clasificación. Ese mismo año había recibido la Legión de Honor del gobierno francés

En otro tiempo Colette habría fallecido, seguramente, sin poder reivindicarse. Pero logró vivir en unos años en que, al menos, se comenzaron a dar a las mujeres las primeras herramientas para intentarlo. Otras, desafortunadamente, nunca tuvieron esa oportunidad. Y es que, ¿cuántas Colettes habrá habido en la historia? ¿Cuántas mujeres a las que se les habrán robado sus obras por el mero hecho de serlo? Desafortunadamente, es algo que nunca podremos averiguar.