viernes, 29 de marzo de 2024 13:00h.

Cuando Nietzsche se enamoró (y cómo esto influyó en su ‘Así habló Zaratustra’)

En 1882 el solitario Nietzsche (1844-1900) se enamoró perdidamente de la rusa Lou Andreas-Salomé (1861-1937), una joven a la que llegó a considerar, intelectualmente, como su igual. Le pidió matrimonio varias veces, pero lo único que logró fue un rechazo tras otro. Al año siguiente publicó la primera parte de su clásico Así hablo Zaratustra, obra sin duda influida por este episodio de su vida. Esta es su historia.

Nietzsche y Lou
Friedrich Nietzsche y Lou Andreas-Salomé

Está loco de atar por ella”, dijo la hermana de Nietzsche cuando vio la efusiva forma con que este saludaba a la rusa Lou Andreas-Salomé mientras bajaba del tren. Era agosto de 1882 y ambos se habían conocido cuatro meses atrás en un lugar ciertamente atípico: una capilla de la basílica de San Pedro, en el Vaticano, en donde su común amigo Paul Rée se retiraba habitualmente para escribir. Nietzsche tenía entonces 40 años y ya era un pensador reconocido que había publicado obras como Humano, demasiado humano. Años atrás había abandonado la enseñanza en la Universidad por sus problemas de salud y por el hastío que sentía por la vida social y académica; pero aunque era un hombre que se creía superior a los demás, se sentía en ese momento necesitado de compañía e incluso se planteaba signar un matrimonio de conveniencia. Lou, por su parte, tenía 20 años y acababa de entrar en la Universidad de Zurich para estudiar Historia del pensamiento y las religiones. Acababa de perder a su padre y se hacía cuestiones sobre sí misma, sobre el porqué de los comportamientos humanos y, por supuesto, sobre el amor. Y, aunque había oído hablar de Nietzsche mucho, no pudo evitar sentirse un tanto impresionada en ese primer encuentro con el gran filósofo. Y más aún cuando, como saludo, este le estrechó la mano y le dijo: “¿desde qué estrellas hemos venido a encontrarnos aquí?”.  

Aquello fue el inicio de una relación intelectual que Nietzsche siempre deseó hacer carnal. A diferencia de Lou, que nunca pudo convertir en amor la admiración que sentía por el filósofo. Y no porque este no insistiera. Ya a los pocos días de conocerla pidió a Rée, consciente de que no se le daba bien hablar con mujeres, que le pidiera matrimonio en su nombre, dándole para ello una serie de porqués de contenido práctico. Pero como ella rechazó la propuesta –con mucha diplomacia- consideró Nietzsche que debía vencer sus reticencias y expresarle directamente sus ideas. Y así hizo, el 5 de mayo, durante una excursión a Montesacro en donde le confesó su amor. “A usted le debo el sueño más maravilloso de mi vida”, le dijo. Y aunque una vez más no obtuvo el esperado “sí”, igual creyó que podría hacerle cambiar de idea. Por eso algunos días después habló reiteradamente de ella a unos amigos de Basilea, confesándoles incluso, su deseo de ser padre.  

La última oportunidad, tras nuevos intentos que llevaron a Nietzsche incluso a proponer a Lou la escritura de un libro conjunto, se dio en ese viaje que hemos aludido en que la hermana del filósofo soltó ese comentario y que les llevó a pasar casi tres semanas en Tautenburg. Allí Nietzsche pasó largas horas con Lou, empeñado en conquistarla (y de ponerla en contra de Rée, al que veía como un peligroso rival), mientras ella le insistía en su idea de mantener esa relación como algo estrictamente intelectual. Sin que Nietzsche la escuchara, como demuestran las cartas que redactó esos días y en donde se refiere a ella como “la más inteligente de las mujeres” y dice que “la única diferencia que hay entre nosotros es la edad”. De hecho, hasta se atrevió a escribir a la madre de Lou diciéndole que se consideraba prometido a ella, aunque fuera en secreto.    

La famosa fotografía que se tomaron Lou, Paul Rée y Nietzsche en 1882

Pero, al final, Nietzsche no logró rendir a Lou. Como tampoco consiguió comprenderla. De hecho, lo único que logró fue ser el frustrado vértice de un triángulo de amigos en el que también estaba Paul Rée, el cual, como Nietzsche, también pediría matrimonio varias veces a Lou para llevarse la misma respuesta. Por eso, al final, en noviembre de 1882, Nietzsche decidió romper, no solo toda relación con ella, también con Rée. Y comenzó a arrepentirse de la fotografía que los tres se habían tomado juntos para hacer una alegoría que expresaba su amistad y su deseo de mover, en común, el carro del conocimiento. Porque a partir de entonces la imagen fue para él un símbolo de la dominación que había ejercido en su pensamiento esa mujer egoísta. Así, de hecho, pasaría a definirla en sus cartas, comparándola con un gato, símil que también emplearía en algunos de los textos misóginos que escribió desde entonces. Incluidos su Así habló Zaratustra, el libro que apareció inmediatamente después de la ruptura y en donde dijo eso de “si vas con mujeres, no olvides el látigo”, y su Más allá del bien y del mal, en el que consideraría el feminismo como una degeneración de la historia.

Fueron algunos de los últimos textos que Nietzsche escribió. Poco después, su mente se desviaría para siempre del mundo y tendría que depender de sus doctores, cuidadores y su hermana para seguir adelante. En 1900 falleció, tras unos años tan grises como terribles, pero dejando tras de sí un pensamiento que se dejaría sentir en todo el siglo XX. Para lo bueno y para lo malo. Y sin haber logrado resolver en ningún momento las cuestiones que se había hecho sobre el amor. Salvo por una idea que tuvo muy clara: la de que para él era algo imposible.

* Para conocer un poco más en torno a esta historia recomendamos la lectura del ensayo de Manuel Cruz, Amo luego existo.