martes, 08 de octubre de 2024 00:00h.

La historia de Alice Guy, la injustamente olvidada directora de la primera película de ficción de la historia

La francesa Alice Guy (1873-1968) fue la autora de la primera película de ficción de la historia y, por tanto, la primera narradora visual. También fue pionera a la hora de colorear las imágenes de las películas, en la utilización de grabaciones con gramófono para acompañar las imágenes y, sobre todo, en el uso efectos especiales. Se le considera, además, la única mujer que llegó a tener un estudio cinematográfico propio. Tal fue su importancia que en su día llegó a competir con Hollywood. Y sin embargo su nombre hasta hace muy poco ni siquiera aparecía en los libros de historia.
Diseño sin título (12)
Alice Guy

Todo el mundo conoce, con más o menos detalle, a los hermanos Lumière. E igual, el nombre de algunos de los directores y actores que, con su esfuerzo y creatividad, pusieron las bases del cine. Pero hasta hacía muy poco ni siquiera los especialistas en el séptimo arte sabían quien era Alice Guy, y todo, pese a que fue ella la primera en rodar una película de ficción de la historia. Esto es, ella sería la creadora del cine narrativo, y no, a diferencia de lo que siempre se ha creído, Georges Méliès.

Alice había nacido en Saint-Mandé  (Francia) el 1 de julio de 1873 y había estudiado para ser secretaria. Una formación que, inesperadamente, iba a conducirla al mundo del cine, pues la empresa en la que trabajaba adquirió los derechos del cinematógrafo. Un invento por el que esta enseguida mostró su fascinación, a tal punto, que decidió preguntar a su jefe si podría utilizarlo. Tuvo suerte y este le dijo que sí. Y a partir de entonces, le preguntaron qué pensaba hacer con ello. A lo que Alice contestaba que lo que pretendía era rodar una historia.

Alice Guy en 1906 durante el rodaje de La vida de Cristo

Seguramente quienes le escucharon no dieron gran importancia a sus palabras. A fin de cuentas, el cine no rodaba entonces historias. Solo, escenas tomadas de la realidad. Pero ella pensó que podía rodar algo que tuviera un guion. Como si fuera un cuento brevísimo. Por eso su primera película, fechada en 1896, era una fantasía, corta, titulada “El hada de las coles”. Un experimento que le fascinó y que le llevó a seguir rodando y a experimentar con el lenguaje cinematográfico y con las imágenes. Por eso, en los años siguientes coloreó imágenes (por ejemplo, “La malagueña y el torero”); comenzó a realizar trucos y juegos visuales, en parte, aprovechando los errores técnicos que le surgían; e incluso realizó la primera superproducción de la historia (“La vida de Cristo”, de 1906). Así, hasta que, ya muy popular se trasladó en 1907 a los Estados Unidos junto a su marido (Herbert Blaché, con quien ese mismo año se había casado), con la intención de abrirse paso en el país que estaba poniendo en marcha la maquinaria cinematográfica de Hollywood. Así, decidió fundar su propia compañía, la “Solax” y comenzó a rodar películas en que trató de dejar su sello. De hecho, allí jugó con los roles establecidos entre hombre y mujer, ofreciéndoles de un modo mucho más igualitario; realizó comedias románticas; “westerns” en que las mujeres realizaban acciones poco habituales; e incluso rodó la primera película del género policíaco.

Fotograma de El hada de las coles (1896)

Sin embargo, a la larga, Alice Guy acabó siendo una víctima del creciente poder de la industria norteamericana. Porque Hollywood logró abarcarlo todo y la “Solax” de Alice, la compañía de sus sueños, se quedó sin fuerzas para hacerle frente. Al final, quebró y en 1922 retornó a Francia con la idea de que allí podría continuar con su labor como directora, pero desafortunadamente, no encontró ya patrocinadores para sus películas. Viéndose así, por tanto, a abandonar la profesión por la que había dado todo. 

Las años pasaron y comprobó que nunca se le mencionaba en ningún libro. Es más: pudo ver que algunas de sus obras, o bien se adscribían a otros autores, o bien se vinculaban a su (ya entonces) ex marido. Dicho de otro modo: vio que le habían borrado de la historia. Y por eso se impuso una misión: encontrar todas las copias posibles de esas películas que había rodado y recuperar su nombre. Y a eso se dedicó, incansablemente, hasta que, en 1968, con 95 años de edad, falleció. Y aunque es verdad que nunca llegó a ver el reconocimiento que había esperado, si recibió algunas distinciones, entre ellas, la Legión de Honor que le dio en 1953 el gobierno francés.

Su lucha no fue, sin embargo, en vano. La labor realizada hizo que algunos se fijaran en su obra y empezaran a mencionarla, corrigiendo así, lentamente, la gran injusticia que se había cometido con ella. Sí, se avanza lentamente, y todavía falta mucho para que tenga el mismo reconocimiento que muchos de sus compañeros varones, pero al menos se está en el camino.