martes, 08 de octubre de 2024 00:00h.

Del todo a la nada: la caída en desgracia de Oscar Wilde

Oscar Wilde (1854-1900) lo tenía todo a la altura del año 1890. Era respetado, tenía dinero, esposa e hijos y se había convertido en un autor de éxito. Hasta que revelaron que tenía una relación amorosa con otro hombre y fue enviado en la cárcel por sus inclinaciones homosexuales. A partir de entonces, cayó en desgracia y ya no pudo recuperarse. Hoy, en el aniversario de su nacimiento, recordamos esta historia.

Oscar Wilde
Oscar Wilde

A finales del año 1890 Oscar Wilde podía presumir de estar en uno de los momentos más dulces de su carrera. Tenía 36 años, había conocido el éxito dentro y fuera de sus fronteras y se movía con gusto en las reuniones de la alta sociedad. De hecho, las casas ricas inglesas solían acoger su presencia con un deleite y orgullo poco disimulados. Como si aquel escritor, que ya desde su etapa de estudiante del Magdalen College de Oxford había demostrado su brillantez, diera el punto de distinción perfecto a sus encuentros. Había, incluso, viajado a los Estados Unidos en 1882 tras publicar su primer libro de poesía, en donde había conocido al mismísimo Walt Whitman, de quien siempre había sido un devoto admirador.    

En 1890 había publicado, además, la que iba a ser su obra más famosa, El Retrato de Dorian Gray, en donde narraba la historia de un joven que, merced a un extraño hecho, mantenía intacta su belleza y juventud pese al paso de los años. Un texto faustiano, que se ubica entre los últimos del género gótico y que se ofrece como la única novela que escribió Wilde; quizá, porque comprendió lo difícil que resultaba volver a crear algo de tanta riqueza y profundidad. Porque en ella no solo hacía un retrato de la vanidad y la superficialidad de su tiempo, o reflexionaba sobre lo efímero del tiempo, también ofrecía un personal tratado teórico sobre el arte, la belleza, la estética y la literatura. Del mismo modo que contestaba a esa idea clásica que afirmaba que el bien y la belleza debían ir parejos (algo que, por cierto, ya había expuesto Poe unas décadas antes, demasiado pronto para que el mundo se lo aceptara).

Luego de ello Wilde escribió obras de teatro como El abanico de Lady Windermere o su clásico La importancia de llamarse Ernesto, con las que volvió a demostrar que tenía un don especial para construir personajes que atraparan al público. Tanto, que por un momento pareció que no habría nada que pudiera apagar su buena estrella. Hasta que en 1891 inició una relación amorosa con un hombre: Lord Alfred ‘Bosie’ Douglas, el tercer hijo del Marqués de Queensberry, que fue secreta hasta que un día el padre de este último los vio juntos en un club privado y empezó a decir este entre sus allegados que aquel escritor famoso que tanta admiración despertaba “practicaba la homosexualidad”. Algo que en aquel tiempo se consideraba un delito y conllevaba pena de cárcel.

Wilde no supo reaccionar bien ante los rumores. Y en lugar de dejar que estos se esfumaran, decidió llevar a juicio al marqués para que se retractara. Lo hizo, en parte, porque creía que eso le evitaría problemas con su esposa Constance Lloyd, con la que había tenido dos hijos, Cyril y Vyvyan, pero también porque, seguramente, quería librar su obra de los prejuicios de su tiempo. Sin embargo, todos los cálculos le salieron mal: al final todo aquello le supuso tantos gastos que terminó arruinándose. A tal punto que se vio en la necesidad de abandonar el proceso, aconsejado por sus abogados, y declararse en bancarrota.

Oscar Wilde, su esposa Constance y uno de sus dos hijos

Pero fue poco después cuando comenzó su auténtica desgracia. Y es que un periodista, motivado por lo sucedido, aseguró, con nuevas pruebas, que tenía relaciones sexuales con hombres. Y Wilde tuvo que ir nuevamente a juicio. De hecho, hasta tuvo que escuchar cómo se leían durante el proceso algunos pasajes de su Dorian Gray en donde, según la acusación, quedaba de manifiesto la relación homosexual de los dos protagonistas. Y aunque Oscar se defendió con inteligencia, no le sirvió de nada: el 25 de mayo de 1895 fue condenado a dos años de trabajos forzados en la cárcel de Reading.

Cumplida esa pena, Wilde se refugió en Normandía en donde escribió La balada de la cárcel de Reading, una obra que, como dijo en su día Francisco Umbral, constituye “la consagración de un gran poeta que nunca lo hubiera sido sin esta prueba de la vida o de la muerte”. No se olvidó, sin embargo, de Douglas, con quien se reencontró poco después, provocando el enfado de Constanza, que había abandonado Londres junto a sus hijos para evitar el escarnio público. Pero los dos hombres no estuvieron juntos mucho tiempo, pues sus familias les amenazaron con dejar de enviarles dinero si persistían en su relación. Algo, sin duda, de gran carga patética, pues demostró que el hombre que antaño había alcanzado la gloria se encontraba en ese momento en tal grado de dependencia que se veía en la necesidad de actuar en contra de sus deseos. Luego de eso, y coincidiendo con la muerte de su esposa, se refugiaría en París bajo el falso nombre de Sebastián Melmoth. Allí moriría poco después, el 30 de noviembre de 1900, apartado de su gloria pasada, casi como un total desconocido.

El tiempo, sin embargo, repararía el error cometido con Wilde. Aunque a veces le costara. Su hijo Vyvyan, por ejemplo, no pudo entrar en la universidad de Oxford por la inquina que se tenía a Oscar (por cierto Vyvyan peleó para recuperar la memoria de su padre, editando sus libros y dando versiones íntegras de sus textos, incluido ese De Profundis que escribió para Douglas cuando estaba en prisión). De tal modo que hoy su figura es tan famosa que su tumba está entre las más visitadas de París. Como homenaje a una genialidad que nunca, por ningún motivo, debió ponerse en duda.