jueves, 14 de noviembre de 2024 00:01h.

John Dillinger: el enemigo público número uno

A principios de los años treinta el gangster John Dillinger (1903-1934) era conocido en los Estados Unidos como el “enemigo público número uno”. Su corta vida, plena de excesos, atracos y crímenes, ha logrado formar parte de la cultura popular norteamericana, generando, incluso, varios libros y películas. 

John Dillinger
John Dillinger

Ese 22 de julio de 1934 John Dillinger había ido al Biograph Theatre Chicago con la intención de ver la película Manhattan Melodrama. Sin duda, un título con el que pudo identificarse, especialmente, con el personaje de Clark Gable, el cual, con un bigote muy similar al suyo, interpretaba a un gangster que competía con su propio hermano para conseguir el amor de una mujer.

Luego, terminada la emisión, salió a la calle, en mangas de camisa y con su sombrero de paja. Iba tranquilo y seguro de sí mismo, como siempre. Hasta que, de repente, sonaron varios disparos y cayó sobre el asfalto. Ni siquiera tuvo tiempo de llevarse la mano al bolsillo en donde guardaba el revólver. Murió inmediatamente y quedó sobre un charco de sangre. Luego, al inspeccionarle, descubrieron que una bala le había atravesado un ojo. A su lado estaba el hombre que acababa de ejecutarle, Melvin Purvis, enviado allí por orden del gobierno a objeto de acabar con quien hasta aquel momento se había considerado como el “enemigo público número uno” del país.


Una multitud congregada en el Biograph Theatre el 22 de julio de 1934, poco después de que Dillinger fuera disparado.

Aquel hombre que yacía allí, bajo la mirada de cada vez más público, tenía 31 años. Había nacido en 1903 y ya durante su juventud había demostrado que aquello de mantenerse dentro de los contornos de la ley no era lo suyo. De adolescente se había convertido en el líder de los Dirty Dozen, un grupo con el que sustraía carbón de los vagones del ferrocarril a su paso por Indianápolis. Y luego, muy poco después, se había dedicado al robo de coches, protagonizando por ello sonadas persecuciones policiales.

Cuando le llegó el turno de realizar el servicio militar sus padres sintieron un gran alivio. Pensaron que la disciplina y la vida del ejército devolverían a su hijo al redil, pero sucedió todo lo contrario: a los cinco meses desertó e inició una serie de robos violentos por los cuales fue condenado a más de diez años en el reformatorio de Pendleton. De allí se intentó fugar seis veces, sin éxito, hasta que en 1929 fue confinado en la cárcel de Michigan.


Un gesto sorprendente. Febrero de 1934. John Dillinger, con chaleco, a su entrada en la prisión de Crown Point, posando para los periodistas y apoyando su codo en el hombro del fiscal Robert Estill..

Una vez más, su familia creyó que allí el joven cambiaría. Pero, más bien, le sirvió para aprender aún más del mundo del hampa. Allí escuchó a numerosos prisioneros, aprendió sus prácticas delictivas y pensó en cómo ponerlas en práctica. Por eso, tan solo dos semanas después de salir en libertad condicional, decidió ponerlas en práctica y comenzar a atracar bancos, llevando a cabo “golpes” tan impresionantes como el del  Comercial Bank de Daleville, por el cual se llevó 300.500 dólares. De este modo, pronto su nombre logró ser famoso en todo el país.

Fue entonces cuando entró en escena J. Edgar Hoover, que se tomó la captura de Dillinger como algo personal. Y más, después de que las autoridades norteamericanas sufrieran dos graves humillaciones por su culpa. La primera cuando, apenas unos días después de que la policía lograra capturarle, este se fugó de la cárcel de Ohio junto a varios miembros de su banda que se habían presentado allí vistiendo uniforme policial y diciendo que debían trasladar al prisionero a Indiana. Gracias a ellos, muy poco tiempo después Dillinger ya estaba atracando bancos y su nombre volvía a ocupar los titulares de los periódicos, sobre todo, tras asaltar el American Bank and Trust Co de Rice (Wisconsin) y dejar a su paso varios agentes muertos.  

La segunda humillación fue similar a la primera, pues, después de que el 23 de enero de 1934 Dillinger fuera nuevamente capturado en el Hotel Congress de Tucson, apenas un mes más tarde se las arregló para volver a escapar de su prisión de Crown Point (Indiana). Esta vez, tras apuntar a un guardia con una falsa pistola de madera y apoderarse junto a otros reclusos del armamento de la prisión. Muy poco tiempo después ya estaba recorriendo de nuevo el país en busca de bancos que atracar.

Su último asalto fue el 30 de junio, al Merchants National de South Bend, antes de ocultarse en Chicago. Hasta que llegó el 22 del mes siguiente, cuando, tras descubrir que Dillinger pensaba ir al cine, J. Edgar Hoover, como hemos dicho, envió a los suyos hasta allí con la orden de ejecutarlo sin dilación. No quería que volviera a escapar y provocara una nueva humillación al gobierno.

Johnny Depp interpretando a Dillinger en Enemigos públicos (2009)

Y así sucedió. No tuvo ninguna oportunidad de responder a su ejecutor. Ahora bien, eso no impidió que permaneciera en la memoria de los estadounidenses. De hecho, en gran parte del país Dillinger generaba una cierta simpatía, pues representaba la rebeldía frente al sistema, sobre todo, los banqueros, a quienes se culpaba del crack del 29. De allí que ya en 1945 se le dedicara una primera película sobre su vida; a la que seguirían otras dos, Dillinger, en 1973, y Enemigos públicos, en 2009, con Johnny Depp. Y es que esta es una esas peculiares circunstancias que muchas veces nos encontramos: esa capacidad que tiene la sociedad de convertir a personajes oscuros en iconos, muchas veces admirados, de la cultura popular.