viernes, 29 de marzo de 2024 00:02h.

Liliana Segre, superviviente del Holocausto. La mariposa y el alambre de espino

Tal día como hoy, un 1 de mayo de 1945, la niña Liliana Segre, de 15 años, logró salir del campo de concentración de Malchow. Había vivido algunos de los horrores más duros que puede experimentar un ser humano. Durante sesenta años calló su experiencia hasta que, en 1990, consideró que debía hablar por todos los que no podían ya hacerlo. Esta es parte de su historia. 
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Liliana Segre y su padre Alberto

"Este es el mensaje de abuela que me gustaría dejar a mis futuros nietos. Que con su responsabilidad y conciencia se conviertan en esa mariposa amarilla que vuela por encima del alambre de espino" (Liliana Segre).

Cuando el 1 de mayo de 1945 los soldados del ejército ruso llegaron al campo de concentración de Malchow y pudieron sus supervivientes salir en libertad se encontraron con una imagen terrible: un montón de cuerpos enflaquecidos y casi fantasmales, que desfilaban lastimosamente, y entre los que casi desapercibida pasaba una niña de 15 años llamada Liliana Segre con un número tatuado: el 75190. Frágil, muy delgada, con un aspecto, demasiado infantil, que no concordaba con el de una adolescente de su edad.

Salía sin más familiares que sus abuelos maternos. Su madre había muerto cuando ella era un bebé y se había criado, dentro de la religión judía, con su padre, aunque no se sintió nunca distinta hasta el día en que, con ocho años, fue expulsada del colegio por las Leyes Raciales italianas. De hecho, fue el creciente entorno hostil que se vivía en el país el que llevó al padre a tratar de huir a Suiza en 1943, pero la intentona le salió mal y fueron capturados y confinados en prisión. Poco después se les envió al campo de concentración de Auschwitz, del que él ya no saldría vivo. Al igual que sus abuelos paternos, que fueron trasladados poco después.

Liliana, sin embargo, logró sobrevivir realizando trabajos forzados en una fábrica de munición. “Sobreviví por casualidad” –diría, al respecto, muchos años después.  Así, mientras estuvo allí, hubo tres selecciones para ir a las cámaras de gas, y Liliana tuvo la fortuna de que no se fijaran en ella. Una excepción, desde luego, porque, hay que recordar, de las 776 menores de 14 años que fueron a parar a Auschwitz solo 35, incluida Liliana, lograron salir de allí con vida.

Tras volver a casa no quiso hablar de lo que le había pasado. En parte porque sentía que nadie quería que hablara sobre algo tan doloroso. A fin de cuentas, su país, Italia, había sido cómplice de aquella barbarie y a nadie le gustaba que se lo recordaran.

Así hasta que, en 1990, cumplidos ya los 60 años, decidió que tenía que contar todos los horrores que había vivido. Y pasó a ser la voz de los que no habían podido hablar. Y habló de cómo había sufrido en aquel campo de concentración. Y de cómo la habían explotado, día tras día. Y dio a conocer las llamadas “marchas de la muerte”, en las que se trasladaba a los prisioneros a otros campos para que no quedara evidencia de los crímenes que se cometían allí. Y cómo caminaban, con los pies ulcerados, ingiriendo estiércol y la nieve que no estaba manchada de sangre. Y cómo los guardas asesinaban a quienes no podían caminar. Y recordó cómo nadie fue solidario con ellas y cómo muchos, por miedo o por convicción, apoyaron a los nazis. Y dio a conocer la miseria que habían sufrido esas niñas, que aún llegadas a la adolescencia, ni habían desarrollado su pecho y ni les había llegado el periodo. Y dio decenas de ejemplos de esos momentos terribles que había vivido. Y, así fue haciendo, año tras año, de colegio en colegio, en distintas instituciones, en la radio y en la televisión, hasta acumular miles de conferencias.

Hace tan solo unos meses, en octubre de 2020, que Liliana Segre, con 90 años, dio su última conferencia, por razones de edad y de salud. Lo hizo en Rondine, como senadora vitalicia (fue nombrada así en 2018), ante numerosos jóvenes y con la presencia de algunos miembros del gobierno. Y allí volvió a recordar lo mismo que había expresado, pocos meses antes, en el Parlamento europeo durante una desgarradora intervención que provocó que a varios diputados se les saltaran las lágrimas. Quiso también que todos supieran valorar la fortuna que tenían por el hecho de haber nacido en tiempos de paz. Como, igual, pidió que empatizaran con quienes habían sufrido en el pasado, por muy alejados que estuvieran en el tiempo, y, que, sobre todo, se luchase ante los reveses. 

Liliana Segre terminó su intervención ante el Parlamento europeo con una frase que había nacido de uno de los pocos recuerdos positivos que guardaba de esa terrible experiencia: el dibujo que una niña del campo había pintado de una mariposa amarilla sobrevolando el alambre de espino. Esto es: la frase con la que hemos iniciado ese texto. Un ejemplo de que, pese a la adversidad, esos prisioneros habían hecho lo posible por seguir adelante. Soñando con la libertad para seguir cantando a la vida.