domingo, 06 de octubre de 2024 06:58h.

Marcelino, “el mejor payaso del mundo”: el olvidado español que admiraron Charles Chaplin y Buster Keaton

Marcelino Orbés Casanova
Marcelino Orbés Casanova

 "El número de Marcelino era divertido, encantador. (...) Londres estaba loco con él" (Charles Chaplin)

"Marcelino es el payaso más grande que nunca vi" (Buster Keaton)

Un día de noviembre de 1927, Marcelino Orbés Casanova, al que artísticamente todos conocían como “el payaso Marcelino”, decidió ir a un establecimiento de la ciudad de Nueva York para vender lo último de valor que le quedaba: el alfiler con diamantes de su corbata. Luego, con el dinero que había obtenido, se compró un revólver y se encaminó al Hotel Mansfield. Luego, subió a su habitación, dirigió el arma contra sí mismo… y se disparó.

Al poco, llegó la policía y vio el cuerpo de aquel español, de 54 años (había nacido el 15 de mayo de 1873), que tenía también la nacionalidad estadounidense. A su alrededor podían verse algunos viejos recortes de prensa y fotografías en donde aparecía él y que ponían de manifiesto la exitosa carrera que, antaño, había tenido. Cuando llenaba teatros de distintos puntos del mundo, con sus actuaciones acrobáticas y su espectáculo. Cuando la gente hacía lo posible por verlo y la fama le acariciaba. Antes de que se arruinara, llegara a su vida la depresión, dejaran de contratarle y le llegaran los primeros problemas de salud.

Había dedicado toda su vida al mundo del espectáculo. Desde que, siendo niño, había salido de su población natal, Jaca (Huesca), y se había dirigido a Barcelona. Luego, había viajado por Europa y había desatado las risas del público con sus actuaciones. Sobre todo, en Londres, trabajando en el Circo Hippodrome en compañía de los hermanos Fratellini y el mismísimo Harry Houdini. Aunque había sido en Estados Unidos, en donde le había llegado el éxito masivo. De hecho, su espectáculo en el Hippodrome de Nueva York, en Broadway, había tenido tanta fama que durante largo tiempo se vio obligado a realizar dos funciones diarias. E incluso, por nueve temporadas seguidas, el New York Times le había calificado como “el hombre más divertido de la Tierra”. A la par, había empezado a probar suerte en el mundo del cine con varias películas; había compartido escenario con “Slivers”, otro de los grandes de su tiempo (por cierto, algo de tristeza debía haber el oficio de hacer reír, porque este también se suicidaría, en 1916); había prestado su imagen para que se comercializasen juguetes con su nombre; e, incluso, había inspirado una tira cómica en el periódico New York World llamada “The Ferry Marceline”.  

Con todo esto, no es de extrañar que la noticia de su muerte apareciera en la portada de The New York Times y The Washington Post. Y que en el funeral los miembros de su oficio le dedicaran varias coronas, incluida una, que destacó por encima de los demás, y que le envió el mismísimo Charles Chaplin, que había trabajado con él en el pasado y que siempre había tenido gran admiración por el payaso español.  

La Historia, sin embargo, es caprichosa. Porque a veces reivindica a hombres y mujeres que en vida pasaron desapercibidos (“malditos” como Kafka, Emily Dickinson o Stieg Larsson), y otras,  simplemente, parece borrar a quienes sí contaron con el éxito. Sobre todo cuando estos vienen de los cambiantes mundos del espectáculo. Y así pasó con Marcelino. Y, seguramente, de no haber sido por Charlie Chaplin, nadie hubiera sabido de su pasado. Porque el inglés  decidió mencionarlo en su autobiografía tras recordar los tiempos en que habían trabajado juntos en Londres. Algo fundamental para que, en los últimos años, varios investigadores hayan recuperado la memoria de Marcelino y hayan narrado el sentido trágico que muchas veces tienen los payasos. Esos hombres y mujeres obligados a hacer reír mientras ocultan las sensaciones de sus habitaciones interiores (la literatura, la música o el cine se han inspirado, por cierto, en esta idea: el Pagliacci de Ruggero Leoncavallo o el más modernizado y violento Joker de Todd Phillips, por ejemplo). Aunque la vida se desarrolle dentro de un teatro al que el público acude para intentar curarse.  

Marcelino, el “hombre más divertido sobre la tierra”. Es hora de recordarlo.