Quino, te extrañamos. Un año sin el inigualable creador de Mafalda.
Hoy, 30 de septiembre, hace un año que Joaquín Salvador, “Quino”, nos dejó. Pero su gran creación, Mafalda, se quedó con nosotros. La niña filósofa, trasgresora e inconformista que supo poner de manifiesto todo lo que no funciona en el mundo y que se ganó los elogios de hombres como Umberto Eco, Gabriel García Márquez o Julio Cortázar. Hoy recordamos a ambos.
Resulta imposible no esbozar una sonrisa cuando recordamos a Quino. A la memoria llegan muchas de sus viñetas y frases, casi todas, de su personaje más emblemático, Mafalda. Así, nos vienen frases como ese “¿y no será que en este mundo hay cada vez más gente y menos personas?”, o el divertido “me duele el orgullo” o, también, ese colofón en que Mafalda le dice a un señor que le pregunta si va a la escuela “¿y ud. paga todos sus impuestos?” (esto, junto a consignas apócrifas que nunca salieron de la mente de Quino, como ese “paren el mundo que me bajo” que tanto circula por Internet). Los más fieles, además, conocerán sus otras obras, como su Sí… cariño o el magnífico y nunca suficientemente publicitado Humano se nace.
Hoy, 30 de septiembre, hace un año que Joaquín Salvador, “Quino”, nos dejó. Y el mundo sigue pareciendo un lugar más vacío. Había nacido en 1932 en Mendoza, después de que sus padres, andaluces, emigraran a Argentina en busca de una vida mejor. En su infancia fue un niño solitario, de esos que piensan y repiensan el mundo, que no entendía bien para qué servía el colegio (de allí la afinidad que sintió siempre por el personaje de Felipe, con quien compartía fobia) y que prefería andar con sus lápices y pinturas para plasmar lo que veía o imaginaba. Por eso, con 13 años, se puso a estudiar Bellas Artes. Algo que vivió entre dos tragedias: las muertes de su madre, poco antes de comenzar esta carrera, y de su padre, cuando apenas tenía 17 años. Dos hechos terribles, en el crucial momento de la adolescencia, terminaron de construirle el carácter.
Mafalda llegó, como casi todo, por una casualidad. Un día, cuando ya se dedicaba enteramente al mundo del dibujo, le pidieron que diseñara un personaje publicitario, así que se imaginó a esa niña de populosos y negros cabellos y lazo rojo. Pero como el proyecto no salió adelante, Quino, enamorado de su creación, decidió convertir a la niña en la protagonista de una tira cómica que apareció por primera vez en el semanario argentino Primera línea el 29 de septiembre de 1964. Y, desde entonces, todo cambió para él. Y todo, pese a que en 1973, para sorpresa de muchos, anunció que dejaba de dibujarla porque, según aseguraba, ya las ideas se le habían secado. Y es que Mafalda logró ir mucho más allá de su creador hasta formar parte de las vidas de los hombres y mujeres de muy distintos países y generaciones. Algo que no suele ser habitual para las creaciones vinculadas al ámbito del humor, que es un género que suele encasillarse y que no siempre resiste las modas ni los cambios de mentalidades. Y es que igual se puede leer a Mafalda en el clima en que nació –el de la Guerra Fría y el miedo a la bomba atómica-, que en los años en que se habló del “fin del siglo XX” tras la caída del muro de Berlín y la disolución de la URRS, que en el mundo que siguió a los atentados del 11S, o que en estos mismos tiempos de pandemia.
Y todo, porque el mensaje de Mafalda resulta tan universal como atemporal; por esa denuncia que hace de las guerras; de las normas y convenciones que no llevan a nada; de la ausencia de ideales en la cada vez más fría sociedad de consumo… De la maldad, en suma, de esos seres humanos a los que no les importa hacer daño con tal de enriquecerse. Para, a cambio, ofrecer desde sus ideas trasgresoras otro mundo; uno alejado de los totalitarismos y en donde se defendía la igualdad de los seres humanos (superando, además, las distinciones de género entre hombre y mujer). En donde la filosofía y la poesía sabían mezclarse con la ternura. Y en donde la ecología y la búsqueda de la paz importaban. Porque, pese a todo, aún había esperanza de rescatar al ser humano. Y más, desde la inocencia infantil.
Es difícil, al final, no conmoverse con Mafalda. La niña que no soportaba la sopa (una metáfora, por cierto, de la imposición política y el militarismo, como confesaría años más tarde el propio Quino). Sí. Ella a veces se desanimaba, y sufría, como su autor, al ver que el mundo seguía cayendo en los mismos errores, tanto, que parecía abocado al desastre. Pero, aún así, no hay duda de que Quino y ella ayudaron a que muchos comprendieran lo necesario que era evitar ese fin. Del mismo modo que posibilitaron que muchos lectores aprendiéramos a ponernos, como se dice en una de sus viñetas, algunas tiritas en el alma. Así que, gracias Quino. Te recordamos.