jueves, 28 de marzo de 2024 00:01h.

Robert Graves. La poesía, los tormentosos amores y las musas del autor de ‘Yo Claudio’

Orson Welles dijo de él que era su escritor favorito. Y aunque él se consideró siempre un poeta, hoy día se le conoce principalmente por sus novelas históricas, sobre todo, por Yo, Claudio. Sin embargo, Robert Graves (1895-1985) cuenta con una interesante bibliografía que suma, además de novelas, varios ensayos sobre historia y poesía, cuentos y, sobre todo, poemas. Por otra parte, su turbulenta vida sentimental, que está conectada con su poesía, daría para varias adaptaciones cinematográficas.

Lo cierto es que Robert Graves nunca tuvo en gran valor su obra más famosa, Yo, Claudio. A ella se acercó con precisión de artesano para recrear los convulsos años de la Roma gobernada por la dinastía Julio-Claudia, y luchó para que tuviera una calidad digna de su nombre, pero igual consideró siempre aquel trabajo como un modo de pagar sus facturas y resarcirse del escaso éxito de sus libros de poesía, su verdadera gran pasión. Como él mismo dijo en alguna ocasión, si se dedicaba a criar perros era, simplemente, porque deseaba tener un gato. Esto es, si hacia prosa era para poder escribir poesía.

Había escrito Yo, Claudio, al igual que su continuación, Claudio, el dios, y su esposa Mesalina, en Mallorca, adonde había llegado en 1929 tras publicar Adiós a todo eso, un libro de memorias escrito con menos de 34 años que le permitió alcanzar cierta fama por el modo en que había retratado sus experiencias como combatiente durante la Primera Guerra Mundial (recordemos, y quizá de allí algo de su éxito, que ese fue el año de Sin novedad en el frente). De donde, además, se llevó en 1916 la experiencia de haber nacido por segunda vez, pues la metralla de una granada alemana le atravesó el pulmón de tal modo que se le dio por muerto. Sus padres, de hecho, llegaron a recibir la noticia de su fallecimiento para, un tiempo después, descubrir sorprendidos que el hijo por quien habían iniciado el duelo se ponía en contacto con ellos. De sus experiencias, además, surgió un primer libro de poemas en donde cantó sus ardores patrióticos y guerreros que años después trató de hacer desaparecer al considerar inútiles ese tipo de luchas.

Cuando llegó a España lo hizo con el principal deseo de escribir poesía y en compañía de la escritora Laura Riding, por quien había abandonado a su esposa Nancy Nicholson y a sus hijos en Inglaterra. De hecho, la historia de Robert con su esposa y su amante ejemplifica bien la relación que el escritor estableció entre la poesía, el amor y sus “musas”, que siempre contempló como la fuerza motriz de sus versos. Y todo pese a que, al principio, Laura y él se habían acercado sin otro objetivo que el de escribir obras juntos, hasta que, tras surgir el romance entre los dos y vivir un asunto tan turbio como un posible intento de suicido, decidieron abandonar Inglaterra y hacer de España su hogar.  

Robert Graves y su "musa" Aemilia Laracuen

Laura, sin embargo, se apartó de él algunos años después. Después de que los dos abandonaran el país, por la guerra civil, en 1936, Robert se casó con una nueva mujer, Beryl, con quien se instalaría, en 1946, de nuevo en España, en la misma casa de Deià que había abandonado. A la par que publicaba su novela histórica Rey Jesús y terminaba de escribir otra de sus grandes obras, La diosa blanca (1948), en donde disertaría sobre la creación de los mitos poéticos, buscando sus orígenes históricos y místicos y reflexionando, además, sobre lo que el mundo contemporáneo había arrebatado al sentido original de la poesía.

Luego llegaron Los mitos griegos (1955), Dioses y héroes de la antigua Grecia (1960) y Los mitos hebreos (1963), además de traducciones de textos clásicos, que hicieron de él uno de los principales divulgadores contemporáneos del mundo antiguo. Claro, que eso no le apartó de su “gato”, la poesía, pues siguió cultivándola con intensidad mientras hacía de su reducto en Mallorca un lugar bohemio y representativo del creciente movimiento “hippie”. Más, aún, porque Graves se fue relacionando con una serie de jóvenes “musas” a quienes consideró siempre imprescindibles para inspirar sus poemas de amor, como Margot Callas, Juli Simmons o Aemilia Laracuen. Por la última, de hecho, estuvo a punto de sacrificarlo todo y marcharse a otro país, pero solo se llevó el rechazo de ella, que lo vio siempre como un hombre interesante pero demasiado mayor.

Aquel plan de vida, sin embargo, era demasiado elevado para un hombre que vivía para la poesía y todas sus manifestaciones. Por eso trató durante años de llevar sus libros a la gran pantalla –en el camino, hizo una buena amistad, platónica, con Ava Gardner-, si bien, no fue hasta 1976 cuando, con la adaptación de la BBC de su Yo, Claudio, pudo cumplir este deseo.

Graves, tras ello, alcanzó una fama tan inesperada como masiva y vio cómo sus libros comenzaban a reeditarse una y otra vez. No tuvo, sin embargo, demasiado tiempo para disfrutarlo, pues pronto enfermó y se vio en la obligación de quedar bajo los cuidados de su esposa Beryl, que había estado a su lado, pese a todo, aquellos años. Moriría el 7 de diciembre de 1985. En su tumba, ubicada en la población de Deià, Mallorca, quedó como epitafio una sola palabra: “Poeta”.