miércoles, 24 de abril de 2024 00:01h.

Shoichi Yokoi: el soldado que durante 28 años creyó que no había terminado la Segunda Guerra Mundial

En 1972 unos cazadores descubrieron en la selva de Guam a un hombre en estado semisalvaje que, al verles, trató de agarrar sus rifles, sin éxito. Tras reducirlo y llevarlo a la policía, se descubrió, con sorpresa, su identidad: Shoichi Yokoi, un soldado japonés que había desaparecido en 1943. En su día, se había dado por muerto, pero, en realidad, se había escondido para no ser capturado por los estadounidenses. Desde entonces había estado aislado del mundo, tanto, que ni siquiera sabía que había terminado la guerra.

24 de enero de 1972. Selva de Guam. Dos hombres que revisan las trampas para  camarones que han dejado en un afluente del río Talofofo se encuentran con un hombre escasamente vestido y con el cabello desordenado que parece rondar los 60 años. Cuando les ve reacciona y se lanza sobre ellos tratando de agarrar uno de los rifles que portan, pero logran reducirle sin problemas. Luego, tratan de hablar con él, pero este no atiende a razones, así que deciden llevarlo a la policía mientras él les grita pidiendo de forma insistente que le maten allí mismo. Que acaben ya con su vida, pues, como dice, ya no merece la pena esperar. Luego, lo dejan ante las autoridades, visiblemente nervioso. Y cuando luego la policía le preguntan su nombre, este responde dando su grado y el nombre de su unidad. Poco después, descubrirán, sorprendidos,  que el sujeto que tienen ante sus ojos les está dando su identificación de combatiente de la Segunda Guerra Mundial.

Yokoi se había internado en la jungla siguiendo una máxima: no dejarse atrapar jamás.

Aquel hombre, como enseguida descubriría el mundo, era Shoichi Yokoi. Y en ese instante no sabía que la guerra había terminado hacía ya casi treinta años. Había llegado a Guam en febrero de 1943, y desde entonces, había librado distintos combates, hasta que en junio del año siguiente, tras un largo enfrentamiento con los estadounidenses, había recibido la noticia de que el enemigo había vencido y se había apoderado de la isla. Fue entonces cuando, junto a diez compañeros, Yokoi se internó en la jungla  prometiéndose que no se dejaría atrapar jamás. No en vano, sabía que algunas patrullas norteamericanas mataban a los soldados que deponían las armas; y, además, le habían educado bajo la idea de que una de las peores infamias que podía deshonrar a un hombre era la de caer prisionero ante sus enemigos.

Aquel grupo de japoneses se dispersó poco después. Algunos decidieron regresar pasado un tiempo, pero tres de ellos, incluido Yokoi, prefirieron quedarse en el lugar, dispuestos a no rendir jamás sus armas. Cada uno en un lugar distinto. Él optó por instalarse en una cueva que había cerca de las cascadas de Talofofo, en donde pasó los años siguientes cazando y pescando para sobrevivir. Además, se valió de las plantas y los recursos de la naturaleza para confeccionar su ropa y los utensilios que le permitieron protegerse de los elementos. A veces, incluso se desplazaba hacia los lugares donde se habían ubicado los otros dos compañeros. Hasta que un día de 1964 Yokoi fue en su búsqueda y los halló muertos: las inundaciones que se habían sucedido aquel año, junto a las carestías, habían acabado con ellos. Y aunque le invadió la tristeza y el desespero, igual quiso recordarse que no había que perder jamás la esperanza.

Aquel hombre que había vivido en soledad durante años, anónimo, sin que nadie lo reclamase, se había convertido de la noche a la mañana en una celebridad.

Así, hasta ese 24 de enero de 1972. Al principio, Yokoi pensó que iban a fusilarle, pero luego descubrió que aquellos desconocidos no parecían ser hostiles. Fueron ellos quienes le explicaron que hacía mucho que había terminado la guerra, que Japón la había perdido y que había sufrido la caída de dos bombas atómicas. También, que el país se estaba recuperando, que todo había cambiado y que incluso el ser humano había llegado a esa luna que día tras día había contemplado. Su gobierno le ayudó entonces a regresar a Japón, y cuando al poner el pie en su país, se encontró con una multitud que le recibía con honores, dijo: “regreso con mucha vergüenza”. Y es que, aquel hombre que había vivido en soledad durante años, anónimo, sin que nadie lo reclamase, se había convertido de la noche a la mañana en una celebridad. Desde entonces, empezó a intervenir en las radios y en la televisión, e incluso acudió a universidades y escuelas para contar su historia: la de un hombre que se había negado a rendirse. Y hasta participó en un documental que se estrenó en 1977, “Yokoi y sus veintiocho años de vida secreta en Guam”.

Pero, pese a todo eso, y que incluso inició una nueva vida casándose con una mujer, no le fue fácil adaptarse. De hecho, como señalaron quienes vivieron con él esos años, siempre se sintió un extraño en ese mundo nuevo, tecnológico y moderno. Por eso regresó en varias ocasiones a Guam, en donde, pese a todo, se sentía cómodo. Además, allí también gozaba de una cierta fama, como demuestra que le dedicaran una sección de un pequeño museo local en la que se exponían algunos de los enseres que había utilizado. Falleció el 22 de septiembre de 1997, dejando un lugar para la historia, convertido en un símbolo nacional, y dando un ejemplo de los límites a los que puede llegar el ser humano.