viernes, 29 de marzo de 2024 00:05h.

‘Alamut’ de Vladimir Bartol, mucho más que la novela histórica que inspiró Assassin’s Creed

La historia de Hassan-i Sabbah (1050-1124) y sus “hashshashín”(que dieron origen a la palabra “asesino”) sirvió de inspiración a Vladimir Bartol (1903-1967) para crear Alamut, una de las más interesantes novelas históricas del siglo XX. Ahora bien, la obra escapa de las circunstancias habituales al género, al ofrecer también un retrato enmascarado de la década de 1930 que servía al autor para criticar los fundamentalismos y totalitarismos.

La novela Alamut, del esloveno Vladimir Bartol, tardó más de 70 años en traducirse al inglés. Fue en 2004, en los tiempos posteriores a los atentados del 11S y, por supuesto, como resultado del interés que entonces despertaba conocer los orígenes del terrorismo islamista. De repente, el público se fijó en esa obra publicada en la década de 1930 que hablaba del fanatismo religioso de la Persia del siglo XI y de la secta “hashshashín”, y de este modo pudo tener más fama un libro que, hasta el momento, solo había aparecido en algunos países de Europa. En Francia, por ejemplo, se había publicado en 1988, en Italia y España en 1989 y en Alemania en 1992. Ahora bien, cuando realmente se dejó sentir su repercusión fue después de inspirar a una conocida saga de videojuegos llamada Assassin’s Creed. Una forma transversal de alcanzar el éxito, desde luego, tan curiosa como imposible de imaginar para su autor, que ha hecho que hoy día sea la novela más conocida de la literatura eslovena.  

Bartol no concibió  Alamut como una novela histórica al uso, sino más bien como un disfraz para los variados temas que deseaba tratar. La ideó a principios de la década de 1920, cuando residía en París, adonde había llegado para estudiar Psicología en la Sorbona tras graduarse en biología en Liubliana. Dos carreras, pues, muy distintas, que muestran sus inquietudes y su amplia educación. Había sido, además, traductor de Nietzsche y era un devoto seguidor de las teorías freudianas, circunstancias que son fundamentales para entender Alamut y su forma de enfocar la historia del reformador religioso Hassan-i Sabbah (1050-1124) y sus “hashshashín”(tan importantes históricamente que de ellos deriva la palabra “asesino”); esos guerreros que, unidos a él por el uso del hachis y las promesas de un paraíso repleto de doncellas hermosas, consagraban su existencia a “La Causa” del líder. Aunque ello implicara su muerte o la de quienes les rodeaban. Y todo, bajo un principio que Bartol aplicó como lema, hoy bien conocido: “Nada es una realidad absoluta, todo está permitido”.  

Portada de una de las ediciones del libro

Vladimir tenía sin embargo un objetivo oculto: utilizar el relato de lo sucedido a finales del siglo XI para hablar de todo aquello que no podía cuestionar en el XX. Y es que su obra no era solo una forma de condenar las formas violentas del fanatismo religioso, indagar en los misterios de la mente o reflexionar sobre el poder negativo de las drogas, también le servía para atacar la actitud tranquila que habían tomado sus contemporáneos ante el fascismo. O al menos, quienes no se habían visto relegados o perjudicados por él. Él veía muchos parecidos entre la pulsión suicida de los fanáticos de Hassan-i Sabbah y la defendida por los seguidores del “duce” italiano, que había logrado el poder absoluto gracias a sus squadristi. Por eso, con gran ironía, se atrevió a dedicar Alamut al mismo Mussolini: ese hombre de la modernidad que para él siempre simbolizó la esclavitud del pensamiento.

Al final, Alamut –que en 1940 ganó el Premio Nacional de Literatura de su país- daba una idea: los totalitarismos no solo nacen de esos líderes a quienes aúpan las elites y su maquinaria de terror y propaganda, también de la sociedad cobarde que mira para otro lado cuando sus actos no les afectan directamente. Y pedía un cambio de actitud. Él mismo quiso servir de ejemplo, formando parte de distintos grupos clandestinos antifascistas eslovenos y croatas, y cuando estalló la Segunda Guerra Mundial tomó las armas y se sumó a los partisanos de su país para combatir a su lado.

Tras la derrota del fascismo Bartol dejó, prácticamente, el mundo literario, limitándose desde entonces a publicar unos pocos cuentos, si bien, dejó tras de sí algunos textos inéditos que le rescataron los editores en los años ochenta. Moriría en 1967 en Liubliana, como un autor de cierto éxito en los países del este pero totalmente desconocido en el ámbito occidental. Hoy, 55 años después, tenemos sin embargo su Alamut traducido a nuestro idioma y podemos disfrutar de la que es, sin duda, una de las novelas históricas más interesantes del siglo, además de un alegato, todavía de actualidad, en contra de todo tipo de fanatismo.