sábado, 20 de abril de 2024 00:00h.

Alejandro Dumas y la búsqueda de su padre en sus libros: una historia poco conocida

Retrato de Alejandro Dumas y de su padre Tomás Alejandro-min
Retrato de Alejandro Dumas y de su padre Tomás Alejandro

Tomó el apellido de “Dumas” de su abuela paterna: una esclava de raza negra de Haití que se había amancebado con un noble llamado Alexandre Antoine Davy de la Pailleterie y de cuya unión nació el futuro padre de Alejandro, Thomas Alexandre Dumas, futuro héroe de la Revolución Francesa y el primer militar mulato que logró el grado de general en Europa. Hasta que una desavenencia con Napoleón (se dice que se negó a sofocar una rebelión de esclavos en Haití) le condenó al ostracismo. Luego, fue capturado y pasó dos años en prisión en un triste estado. Murió poco después de lograr la libertad, en 1806, dejando numerosas deudas a su familia, cuando su hijo Alejandro apenas tenía cuatro años.

Pocos, pues, habrían vaticinado un buen futuro para aquel niño, que, sin embargo, logró salir adelante gracias a su gran talento para contar historias. Empezó publicando tímidamente, pero pronto su fama fue creciendo por toda Francia, primero, por sus obras de teatro, y luego por sus novelas y cuentos. Y esto, para gran disgusto de algunas personas (entre ellos, Honoré de Balzac o Paul Verlaine), que le trataron de vilipendiar con algo de lo que él estuvo siempre orgulloso: ser el hijo de un mulato.

Y es que Alejandro nunca ocultó de dónde venía. Todo lo contrario: cuando a los 45 años escribió sus memorias, dedicó las primeras 200 páginas a su padre. De hecho, tanta fue su influencia que acabó inspirándole la trama de muchas de sus novelas. Y siempre, desde la perspectiva con que le había contemplado desde niño: bueno, heroico, valiente y sometido al oprobio por las injusticias. Lo podemos ver, por ejemplo, en su obra Georges, en donde el protagonista es un mulato que busca venganza por las afrentas que ha sufrido por el color de su piel y que acaba convirtiéndose en el cabecilla de una rebelión de esclavos. Al igual que en Los Tres mosqueteros, donde su padre Thomas aparece veladamente en la figura de D’Artagnan (así, esa parte de la novela en la que su protagonista gana tres duelos en un día la tomó directamente de él) o, por supuesto, en El Conde de Montecristo, en donde la desgracia de su protagonista, Edmundo Dantés, y su entrada en prisión, son muy similares a las que vivió su padre.

Claro que las novelas de Dumas beben también de su propia biografía. De ese deseo de trascender y salir de la pobreza, y de que el bien, pese a todo, triunfara. Por eso en sus textos los malvados siempre encuentran un castigo, aunque este llegue, a veces, a través de venganzas personales y no desde los imperfectos órganos de justicia.

Esta es, de hecho, la base de unas obras que logran hechizar al lector; haciéndole viajar; con unas historias llenas de intrigas y aventuras y unos personajes inolvidables. Y, sobre todo, con una narrativa y unos diálogos vivaces, directos e imaginativos. Aunque, a veces, Alejandro hiciera trampas para construir todo ello. Y es que, cuando la fama le llegó, y vio que muchos periódicos, revistas y editoriales le pedían constantemente textos, decidió hacer algo que hoy día no es extraño: contratar un taller de escritores que hicieran el trabajo por él (entre ellos, por ejemplo, el poeta Gérard de Nerval). Solo de este modo pudo firmar el millar de libros que aseguraba haber escrito. Aunque sea difícil concretar qué partes corresponden a Dumas y cuáles a sus trabajadores.

Por otra parte, también esto explica que Alejandro pudiera tener la vida intensa y exagerada que tuvo. En París se conocían bien sus fiestas y se le conocían varias amantes e hijos ilegítimos. Además, le gustaban los lujos y era capaz de adquirir todo tipo de objetos. Hasta le interesó la política; y, de hecho, llegó a comprar armas para que el general Giuseppe Garibaldi avanzara en su revolución. Una vida que le llevó a dilapidar su impresionante fortuna. Tanto que, en los últimos años, tras quedar arruinado, tuvo que vivir en la casa de su hijo Alejandro (que entonces ya había alcanzado la fama, por cierto, con La dama de las camelias).

Y es que también esa exageración y ese deseo de cruzar los límites sin miedo al riesgo, forman parte de sus novelas. A fin de cuentas, así son los héroes de Dumas: hombres que representan lo ideal y lo mejor; y que, con sus acciones en busca de un bien mayor, dan un sentido armónico y perfecto a la vida. Porque, aunque Dumas sabía que muchas veces la vida no era justa, quería que, al menos, su literatura sí lo fuese. Que se convirtiera en refugio contra las maldades en el que el sufrimiento tuviera un sentido y el justo al final venciera. Y en donde su padre podía demostrar que el honor arrebatado podía recuperarse. Además de todo aquello que, por culpa de los infortunios, no había podido vivir junto a su hijo.