viernes, 26 de abril de 2024 06:11h.

Cartas a "Chepita": el amor según Jaime Sabines

Durante toda su vida Josefa Rodríguez, “Chepita”, se negó a revelar las cartas románticas que le había escrito su marido, el poeta Jaime Sabines. Solo a la muerte de este, y en recuerdo de su amor, decidió publicar las que le escribió entre 1947 y 1951, cuando él era un joven estudiante que todavía no había publicado su primer libro de poesía. Leyéndolas, se vislumbra, sin duda, el genio y el talento de quien sería uno de los grandes poetas del siglo XX. No en vano, están entre las más bellas e intensas que, dentro del género epistolar, hemos tenido la oportunidad de leer.

Jaime Sabines conoció a Josefa Rodríguez, “Chepita” cuando los dos eran todavía niños. Entonces él pensaba que ella era –en palabras de la propia Chepita- “una güereja entrometida”; mientras que ella lo veía como “un niño grosero y orgulloso”. Sin embargo, los años pasaron, los sentimientos cambiaron y se hicieron novios. Luego, muy pronto, se abandonaron, pero volvieron a juntarse de nuevo, esta vez, para siempre. Y aunque tuvieron que pasar largas temporadas separados, igual lograron estar uno al lado del otro gracias a las cartas que se dirigieron. Siempre, como algo personal e íntimo, tanto que cuando ya casados Sabines se planteó publicar dos o tres de ellas, Chepita se negó rotundamente a ello. Solo la muerte de su esposo, en 1999, le hizo cambiar de parecer y pudieron salir a la luz en un título llamado Los amorosos. Cartas a Chepita. De este modo, el mundo descubrió al joven estudiante que fue Sabines entre los 21 y los 26 años. Y reconoció al poeta, comprobando, además, que sus versos de amor habían sido reales.  

Las cartas que se publicaron las escribió Sabines entre 1947 y 1952; en distintos periodos de tiempo en los cuales la pareja tiene que vivir separada –principalmente, él está en la ciudad de México y ella en Chiapas-. Y, como sucede con todas las cartas, permiten que su autor sienta que está al lado de su pareja. Como también le sirven para ordenarse, reflexionar y preguntarse sobre sus sentimientos mutuos. A veces, con humor, otras con angustia, otras con seguridad, otras con un poco de drama. Como dicen en una de las más destacadas:

Pórtate bien; cuídate; no te enfermes (es de muy mal gusto eso); guarda tus ojos; ámame; guarda tu corazón; entiérrame en él; déjame que investigue -mi nombre, mi presencia, mi imagen- déjame que investigue las últimas células de tu cuerpo, los últimos rincones de tu alma; déjame que viole tus secretos, que aclare tus misterios, que realice tus milagros; consérvate, presérvate, angústiate; sufre el amor; espérame te besa (pero te besa de verdad, medio minuto, un minuto, cuatro litros de sangre, a 5 atmósferas), te besa (25 de julio de 1948).

De hecho, son las imágenes relacionadas con su amor las que mejor consiguen llegar al lector. Permiten, incluso, disfrutar de la lectura como si de una novela se tratase, con su propio universo de personajes y situaciones. Porque allí ya está esa forma de Sabines de expresar el amor desde la cotidianeidad, escapando de los tópicos y creando metáforas e imágenes que ya parecen preludiar las de sus dos primeros libros de poesía, Horal y La señal publicados en 1950. Así, en julio de 1947 dice:

¿Quieres que te lo diga?: hay un montón de brasas en mí sangre; estoy ardiendo, ardiendo! -Me está quemando el tiempo; me tiene encendido la vida. Tú -yo- nosotros... Nosotros no importamos nada. Somos un accidente en el amor; nomás un accidente -una caída de piedra, el vuelo de una hoja, un lamento.

Allí, pues, está ya el Sabines poeta, con su personalidad y ese estado vital y optimista que le caracterizó: “Algo muy hondo, en algún sitio de mí mismo, se complace viviendo. Yo, como tú, desespero, me angustio, callo, me siento desolado. Pero más allá de todo esto hay una verdad secreta que sabe el corazón: vivir”. Al igual que su sentido del humor, como podemos comprobar en esa carta en donde, al ver que Chepita no cumple con su petición de escribirle una carta diaria, le dice: “Si crees que lo que tú quieres contarme me aburre, en vez de carta mándame el periódico”.

Pero no todo es amor. También en esa correspondencia nos encontramos con el joven que vive la bohemia de la ciudad de México, que estudia en la Facultad de Filosofía y Letras y convive con jóvenes artistas, escritores y poetas con quienes discute sobre las preguntas fundamentales de la vida y declama versos. Aunque, siempre, al final, regrese a sus ilusiones con Chepita:

“¿quieres casarte con Jaime? ¿qué le vas a dar? ¿puro toloache? ¿con eso de necesitar tanto el dulce te vas a volver diabética? ¿qué es lo que te gusta más: el dulce o el toloache? ¿los dos al mismo tiempo, o primero uno? ¿si uno primero, cuál? Ahora que yo llegue ¿vas a estar bonita? ¿qué me vas a dar? ¿sabías que el pobre de Jaime está reenamorado? ¿hecho un idiota? ¿pensando sólo en su Chepita linda, queriendo darle un besito en sus labios bien abiertos y húmedos? ¿tú sabes con qué vas amarrarme para que no te deshaga? ¿sabes dónde vas a poner mis manos, mi cabeza, mi boca? (1 de diciembre de 1951).

Hay, además, una inocencia y una honestidad que, sin duda, sorprenden al lector. Como cuando cuenta a Chepita un sueño en donde baila con otra joven; o cuando reconoce que olvidó felicitarle en su cumpleaños. Aunque la más llamativa es aquella en donde justifica ciertas atracciones hacia otras mujeres: “¿Estoy enamorado en verdad? Yo sé que no es enamoramiento, es amor. Uno se enamora de cualquier mujer, a cualquier hora, en un encuentro fortuito, en una cita premeditada. Yo me enamoro a cada paso, de unos ojos, de una palabra, de un gesto oportuno, de una sugerencia, y no obstante sólo quiero a Chepita. En las demás es pura función estética; en Chepita es dación, entrega indefectible, transferencia” (7 de noviembre de 1948).

Allí ya podemos entrever al autor de poemas como “Espero curarme de ti en unos días” o “Te quiero a las diez de la mañana”. Porque en sus textos se juntan por igual la poesía y el amor, lo íntimo y lo universal, lo cotidiano y lo sublime, todo, desde una mente joven que, con todo el tiempo por delante, tiene las cosas muy claras respecto a su pareja. Como corrobora la última carta que se incluye en el libro, fechada en 1963 –y por tanto fuera del hilo cronológico de las demás- en donde dice: “Amor mío quiero amanecer contigo este veintiuno de mayo y también el mismo día dentro de diez y veinte años quiero amanecer contigo todos los días de mi vida”. Imposible que su ternura no nos alcance.