viernes, 29 de marzo de 2024 00:02h.

Cuando ‘Los viajes de Gulliver’ no era un libro para niños

Todos conocemos Los Viajes de Gulliver. Sin embargo, lo que hoy día es un clásico para niños, en su momento se reveló como una de las obras satíricas más incisivas escritas en lengua inglesa, además de un alegato contra las guerras, el colonialismo y el egoísmo humano. Algo que si atendemos a la biografía de su autor, Jonathan Swift (1667-1745), comprenderemos mejor. Hoy, en su aniversario, lo recordamos.

Jonathan Swift
Jonathan Swift

Seguramente lo último que esperaba Jonathan Swift cuando en 1726 publicó, con seudónimo, su clásico Los viajes de Gulliver es que esta obra se convirtiera en una de las favoritas de los niños de los siglos siguientes. Sí, sabía que había elementos que podían gustarles, sobre todo, por la fantasía que había impreso en sus páginas, pero en ella no tenía otro objetivo que el de, como expuso Jorge Luis Borges, “desacreditar al género humano”. O dicho de otro modo: hacer una de las sátiras más duras de su época en la que quedaran dibujadas la hipocresía de sus coetáneos, sus malas creencias y las formas egoístas con que manipulaban las instituciones, aunque eso supusiera el mantenimiento de las desigualdades sociales y la pobreza del mundo.

Esta posición tiene mucho que ver la biografía de Swift. Había nacido en una familia de pocos recursos y no había llegado a conocer a su padre, pues había muerto poco antes de que naciera. Luego, la madre se había apartado de él y lo había dejado al cuidado de otros familiares, que al ver las capacidades del niño hicieron lo posible para darle una buena educación. De este modo pudo entrar en el Trinity College de Dublín, aunque tuviera siempre la idea de que, por su pobreza y su aspecto (llevaba siempre el mismo traje y los mismos zapatos rotos) los demás alumnos le rechazaban. Aún así, persistió y logró ser sacerdote de la iglesia anglicana. E incluso aspiró a ocupar grandes cargos en esta institución hasta que sus incursiones en la política le arrebataron sus ilusiones. Y es que aunque sus textos de propaganda en contra de los “whigs” (y también de la reina Ana), le hicieron crecer cuando en 1710 los “tories” formaron parte del gobierno, luego, cuando estos salieron del mismo cuatro años después, se vio apartado de todo y comprobó lo volátil que era la política y cómo, más que los méritos, importaban la suerte y los contactos.

Este fue el contexto en el que nació Gulliver, que mezcla las ideas religiosas de Swift con su indomable carácter de polemista misántropo para dar lugar a un texto que fue muy bien acogido por sus coetáneos. Y es que gustó, y mucho, esa especie de parodia de los libros de viajes en donde aparecían gigantes, caballos que podían hablar, seres de pequeño tamaño, una isla voladora y magos que eran capaces de comunicarse con hombres del pasado tan notorios como Julio César, Alejandro Magno o Aristóteles. Como gustó mucho la crítica que realizaba a personajes y situaciones de su tiempo, que aparecían a través de esos liliputienses malvados y crueles que estaban al mando de un rey que se rodeaba de hombres vanidosos e ignorantes que solo buscaban guerrear; o de esos gigantes de Brobdingnag, que pese a ser amistosos, no sabían hacer nada de provecho; además de, por supuesto, esos científicos y filósofos de la isla de Laputa, que pese a su sabiduría, eran tan pedantes y tan poco prácticos que no sabían aportar al mundo nada más que discusiones estériles.  

Primera edición de Los viajes de Gulliver (1726)

La felicidad que le dio esta obra, desafortunadamente, duró poco tiempo. En 1728 murió la mujer que entonces le acompañaba a todas partes, Esther Johnson (más conocida simplemente como Stella), a la que había conocido cuando era niño y con la que, según algunas fuentes, se había casado en secreto. Y, a partir de ese momento, todo cambió para él. Sí, logró escribir Una humilde propuesta, una obra polémica y políticamente incorrecta –planteaba que las familias pobres vendieran a sus niños para no legarles sus desgracias- con la que buscó denunciar la situación en que vivían los grupos irlandeses menos privilegiados, pero tras ello fue apartándose paulatinamente del mundo. Más aún porque en esas fechas empezó a observar que algo funcionaba mal en su mente, como advirtió tristemente en su correspondencia. Fallecería, totalmente apartado de la realidad, el 19 de octubre de 1745.   

Hoy, casi 300 años después de su publicación, siguen editándose Los viajes de Gulliver, y aunque es verdad que se ha perdido gran parte de su sentido original, pues ya no es tan fácil conocer a los personajes y modos que atacaba, igual mantiene intacta su crítica hacia el comportamiento brutal del ser humano, las guerras y el modo en que los fuertes se aprovechan de su poder para sojuzgar a los débiles (de hecho se puede considerar a Swift como uno de los primeros escritores que criticó el modo en que las naciones ricas se aprovechan de las pobres para enriquecerse). Y todo, pese a que muchas veces su libro llegue desde una versión infantilizada. Algo que, seguramente, hubiera aceptado Swift tras comprobar que gracias a su obra los niños entraban en contacto con la literatura por medio de una de una de las mejores vías: aprendiendo a ser más sensibles ante todo lo que no funciona bien en este mundo.