martes, 05 de noviembre de 2024 00:01h.

‘Luz de agosto’, obra maestra de William Faulkner: un viaje al sur más crudo y racista de los Estados Unidos

Luz de agosto es otra de las grandes novelas de William Faulkner (1897-1962), un título en donde su autor vuelve a las cuestiones raciales, la esclavitud y la segregación, narrándolo todo con un lenguaje a veces confuso, a veces espectral, pero siempre bello. Una creación, en definitiva, tan brillante como cruda y estremecedora.
William Faulkner (Wikipedia) / Portada original de "Luz de agosto"
William Faulkner (Wikipedia) / Portada original de "Luz de agosto"

No descubrimos nada nuevo si decimos que para muchas personas Faulkner resulta difícil de leer. De hecho, no creo que haya otro autor capaz de hacer sufrir tanto a sus traductores, con esas frases largas y encadenadas, esos cambios en el tiempo y el espacio, o esa traslación directa del habla de los hombres y mujeres del sur de los Estados Unidos. Y sin embargo, pocos escritores son capaces de transmitir tanta belleza en sus imágenes, impresionándote en cada párrafo. Seguramente porque, como explicó el crítico literario Rafael Narbona, Faulkner “escribe como el que se desangra, abriéndose las venas en cada frase”. Por eso es, posiblemente, el autor de mayor influencia en los grandes escritores del siglo XX, muy por encima de otros a quienes el mismo Faulkner, siempre seguro de sí mismo, consideró sus iguales o incluso sus superiores (el caso del gran Thomas Wolfe, por ejemplo, sería el más paradigmático).

Luz de agosto (1932) apareció después de la publicación de Mientras agonizo (1930) y Santuario (1931), dos obras monumentales en donde Faulkner mostró al mundo su visión violenta de la vida. Con Luz de agosto quiso volver a los escenarios de su tierra, a los conflictos entre blancos y negros, a su concepción desesperanzada del ser humano y la idea de que el sur conservador y agrícola de los Estados Unidos era el gran perdedor frente a los territorios libres del norte. Todo, con un lenguaje lleno de fuerza y belleza que hace más impactantes sus escenas de horror. Faulkner, por tanto, ofrece retratos implacables para defender la idea de que el fracaso, la degradación y el castigo son una constante; aunque nos de en esta obra momentos más luminosos que en las anteriores, además de una mayor compasión hacia los personajes. Por eso es imposible no estremecerse ante, por ejemplo, el sufrimiento de Joe Christmas y Lena Grove, pese a las contradicciones que sus acciones nos presenten.

Portada de la primera edición de Luz de agosto (1932)

Faulkner, en conclusión, dio cuenta en Luz de agosto de los distintos “monstruos” que convivían con él en la sociedad, a los cuáles su autor tampoco era inmune. Porque durante su educación él también sintió esas contradicciones, que empezaron por el hecho de ser un blanco nacido para formar parte de las elites que percibió durante la infancia más apoyo y calor en su niñera negra, Caroline Barr, que en sus propios padres. Alguien a quien le enseñaron que el racismo ofrecía un orden natural, pese a sus brutalidades e injusticias. Por eso a lo largo da su vida dio testimonios contrapuestos en sus entrevistas, desde esa bravata, tantas veces citada –y de la que trató de justificarse asegurando haberla dicho en estado de embriaguez-, en donde afirmó ser capaz de salir a las calles y matar a cuántos negros fuera necesario para defender el estado de Mississippi; a sus declaraciones en contra de la segregación o a favor de la integración escolar de los niños negros.

Es, sin embargo, en los libros, donde queda más patente su mensaje. No en vano, publicaciones como Luz de agosto le llevaron a ser rechazado por los grupos racistas del sur y a recibir ataques constantes por haberse atrevido a denunciar la situación de maltrato de la población de color, aunque fuera, como escribió Edouard Glissant, con una “despiadada imparcialidad” que le permitió subrayar lo más crudo del ser humano. Porque esa era la visión que Faulkner tenía de la existencia.

Se trata, pues, de contextos. Por eso hoy día este libro podría chocar con estos tiempos actuales en donde tanta importancia tiene la búsqueda de lo políticamente correcto. Pero, tras ese lenguaje, los prejuicios inherentes a su momento y la visión de alguien que no dejaba de venir del ámbito tradicional, hay una de las denuncias no explícitas más crudas de los males del racismo. La lección tras su lectura será dura, sí, y puede ser malinterpretada, pero pocas obras permiten ofrecer un aprendizaje más profundo de lo que fueron el pensamiento y circunstancias de su época.