sábado, 27 de abril de 2024 00:02h.

'Rayuela', el gran libro de Julio Cortázar que reivindicó la libertad y la inocencia

Julio Cortázar publicó Rayuela en 1963 sin saber si aquel libro con el que habría tratado de romper la normalidad literaria y ofrecer nuevas formas de construir los relatos iba a interesar a alguien. Poco después, el libro agotaba la edición y Cortázar se convertía en uno de los más grandes autores de la literatura hispanoamericana. Hoy, aprovechando el aniversario del escritor argentino, queremos hablar un poco de su obra y de los cambios que vivió Cortázar tras su publicación. 

Julio Cortázar
Julio Cortázar

Cuando Julio Cortázar empezó a escribir Rayuela lo hizo dispuesto a romper las convenciones literarias que, a su parecer, venía arrastrando su oficio desde el siglo anterior. Estaba entonces a punto de cumplir cincuenta años y había publicado una novela, Los premios, y un buen número de cuentos con los que había demostrado que era un escritor excepcional dotado de una creatividad que muy pocos podían alcanzar. Pero, en lugar de seguir el camino trazado y manifestar sus artes regresando a lo ya experimentado, prefirió subvertir los cánones y lanzarse por caminos desconocidos. Y todo, como se dice, lanzándose al vacío sin red. Porque, en connivencia con su esposa, Aurora Bernárdez, había decidido rechazar las plazas de traductor para la UNESCO que los dos habían ganado por oposición. Esto es: con ello renunciaban a una vida fácil que les habría dado un trabajo y un salario fijos. Algo que, para cualquiera, hubiera sido una locura. Pero que con Cortázar iba a funcionar.

Al principio, tuvo algunas dudas de cómo debía desarrollar esa obra que, en sus inicios, dio el título de “Mandala”. Pero, tras  algunos intentos, y como si de un músico de jazz se tratase, fue creando base de certeras improvisaciones un texto que él mismo calificaría como “una crónica de la locura” y una “contranovela”. Y, al terminarla, empezó a moverla entre los editores, preguntándose si al final le publicarían algo tan experimental, hasta que los responsables de la “Sudamericana” se atrevieron con el proyecto. Algo que fue, sin duda, una de sus mejores decisiones: apareció en 1963 y pronto se agotó la primera edición. Acababa de nacer uno de los mayores éxitos literarios del siglo XX. Además de la consagración de Cortázar como uno de los autores más importantes de su tiempo.

Sí. Es cierto que no gustó a todo el mundo. Que algunos no entendieron el desorden con que se había construido y que lamentaron que se perdiera en aquel caos la buena trama que ofrecía, pero eso no impidió que alcanzara un extraordinario impacto. De hecho, Rayuela llegó incluso a personas que no tenían un gran interés por los libros y que se sintieron atrapadas por la ruptura de las convenciones que el título representaba. Entre ellas, la de su propia lectura, pues, como se decía al principio del libro, se podía emprender esta de distintas formas, siguiendo el orden normal, el que se establecía en el “tablero de dirección” que aparecía al inicio del libro, o, incluso, aquel que el lector deseara.

Aurora Bernárdez y Julio Cortázar

Pero Rayuela no solo tuvo éxito por esa experimentación (de la que, por cierto, ya había precedentes en diversos grupos literarios, como el de Oulipo); también por su contenido. Porque, pese a las tragedias y tristezas que vivían sus personajes, suponía una llamada a la inocencia, a la emoción de la niñez y a los mejores sentimientos del ser humano; con personajes generosos que, precisamente por eso, no encajan en el mundo convencional y que tratan de sumarse a otro distinto que es también el que el propio lector desea encontrar. Así sucedía, por ejemplo, con su protagonista, La Maga, que representaba la ternura y que tantas veces se ha vinculado con la propia Aurora, aunque ella negara siempre esto.

Rayuela cambió el mundo de Cortázar. En todo sentido. Poco después se separó de su esposa e inició un noviazgo con Ugné Kavelier, con la que siguió esa estela revolucionaria a la que se sumaron tantos intelectuales en los años sesenta. Fue, también, cuando cambió físicamente. Se dejó el cabello largo y sus conocidos comenzaron a vérsele con una poblada barba rojiza que, a quienes le habían conocido barbilampiño, sorprendió. Por ejemplo, al mismo Vargas Llosa, que tras encontrarse con él en 1969 apenas logró reconocerle. Solo tras hablar un tiempo con él pudo hallar, tras ese aspecto y tras sus conversaciones sobre la revolución, al escritor de siempre.

Luego llegaron para Cortázar los viajes a Cuba; su Libro de Manuel, que ponía de manifiesto su compromiso político con la izquierda; el adiós a Ugné tras once años de noviazgo; el apoyo a la Nicaragua sandinista; y su relación con la fotógrafa Carol Dunlop, una mujer 32 años más joven que él que conoció en París y con la que se casó de inmediato. Fue ella, de hecho, la principal causante de la que iba a ser la última gran metamorfosis del argentino, que le hizo rejuvenecer y reivindicar en sus relatos su deseo de vivir. Basta, para observarlo, con leer Los autonautas de la cosmopista (1983), el libro que escribió junto con ella y que es un reflejo de su amor y del anhelo que sentían por la belleza del mundo. Un título que, sin embargo, ella no llegó a ver publicado, pues, con tan solo 36 años de edad, en 1982, falleció. En las mismas fechas en que también Cortázar enfermó gravemente, ya sin posibilidad de cura.

Pero no estuvo solo en sus últimos meses de vida. En esos momentos reapareció Aurora, que lo cuidó pacientemente hasta su muerte, el 12 de febrero de 1984.  Del mismo modo que luego cuidaría de su obra, su memoria y su legado, por los años que habían vivido juntos, por el recuerdo de esa relación y por el amor que aún les quedaba. Algo que, sin duda, demuestra algo que muchos de los que le conocieron afirman: los sentimientos positivos que era capaz de generar Cortázar. Basta, de hecho, con leer Rayuela, y observar la ternura, la inocencia y la libertad que aparecen allí para comprobarlo. Aunque sea algo que no es por supuesto patrimonio de esta novela, sino de gran parte de su literatura.