viernes, 26 de abril de 2024 00:01h.

‘Veinte mil leguas de viaje submarino’ y Julio Verne: mucho más que una obra de ciencia ficción

Julio Verne (1828-1905) fue mucho más que un escritor de ciencia ficción capaz de anticipar muchos de los inventos del siglo XX. Su obra, ubicada a menudo en la literatura juvenil, es también la crónica de su tiempo y un certero reflejo de las contradicciones existentes en torno a la ciencia, el progreso, la civilización, la naturaleza y la libertad. Y todo, a partir de una imaginación desbordante que todavía en la actualidad logra fascinarnos. 

Julio Verne
Julio Verne

Se le criticó por hacer una literatura destinada a un público juvenil. Se dijo que sus personajes no evolucionaban. Que sus obras no podían compararse con las de otros autores de su tiempo. Sí, al menos, se le reconocía su capacidad para prever el futuro. No en vano, el listado de sus inventos anticipados es extenso (antes de que se jugara a eso de “como predijeron los Simpsons”, ya se hacía lo mismo con sus obras), desde el submarino a los viajes a la luna, pasando por los helicópteros, los ascensores, las muñecas parlantes, la conquista de los Polos, la televisión, las videollamadas e incluso Internet.

Pero Verne fue mucho más que un autor de premoniciones: es también un narrador efectivo dotado de una capacidad para sumar romanticismo y realismo; además de alguien que logró retratar muchas de las circunstancias de la sociedad inmediatamente anterior al siglo XX. Y, de todos sus libros, quizá uno de los que mejor lo consigue –y también uno de los más brillantes-, es Veinte mil leguas de viaje submarino.  

Verne se había sentido fascinado por el mundo marino desde la infancia. Había nacido en Nantes, cuyo puerto le permitía ver los aperos y equipos de los pescadores. Su familia materna, además, estaba vinculada a esos trabajos, pues varios eran armadores, y él desde muy pronto había sentido la necesidad de navegar. Su padre, abogado, le encaminó, en cambio, al mundo del Derecho, pero cuando terminó la carrera, se negó a ejercer, para gran disgusto del progenitor, que se negó a enviarle más dinero. Luego trató de ser agente de cambio y bolsa, pero, siempre, con la esperanza de convertirse en escritor. Y así fue intentándolo hasta que llegó una fecha fundamental para él, 1863, cuando conoció a un editor que publicó Cinco semanas en globo, la obra que inicio su colección de “Viajes extraordinarios” y a la que dedicó más de sesenta novelas. Veinte mil leguas de viaje submarino, la sexta de ellas, aparecería en 1869 y ya la escribió tras gozar del éxito y de una economía mucho más desahogada.  

El libro se inicia con un descubrimiento alarmante: diversos barcos han encontrado en los mares del planeta un agresivo monstruo, así que, a objeto de de darle caza, los Estados Unidos envían una expedición en su búsqueda. Sin embargo, pasadas algunas páginas, el autor revela que ese “monstruo” es en realidad el fascinante “Nautilus”, una máquina capaz de navegar bajo las aguas. Y así, enseguida se conoce a quien está detrás de tal ingenio, el capitán Nemo, uno de los personajes que mejor encarna, por todos los enigmas que encierra, el carácter de las aventuras de Verne.

Fotograma de la adaptación cinematográfica realizada en 1954 por Richard Fleischer

A partir de ese momento el lector se sumerge en un viaje de terror y diversión en el cual descubre los maravillosos secretos del fondo del océano. Todo, al lado de otros personajes, muy distintos a Nemo, que ofrecen distintos puntos de vista: el arponero Ned Land, que es el implacable soldado capaz de actuar sin remordimientos; el naturalista Pierre Aronnax, que ejemplifica la razón y la defensa a ultranza del conocimiento, al punto de que es capaz de racionalizar todo tipo de actos; y el secretario Conseil, un hombre extraordinariamente leal a Pierre. Frente a ellos Nemo trae el cuestionamiento del pensamiento imperante y de la propia civilización, sobre todo, la británica, por la que siente especial odio. Tanto, que ataca sus barcos sin piedad. Ahora bien, los porqués no los quiso revelar Verne hasta un libro posterior,  La isla misteriosa (1874), otra de sus grandes obras maestras, en donde se descubre que Nemo desciende de un rajá indio y que los ingleses han sido los causantes de la muerte de su esposa e hijos.

Verne es, pues, mucho más que el gran inventor –junto a H.G. Wells- de la ciencia ficción. Es un cronista de su propio tiempo que desea poner sobre la palestra las contradicciones del positivismo y que defiende la naturaleza ante la inevitable civilización (no olvidemos que escribe en los años del imperialismo). Porque en el libro hay fascinación por la ciencia, sí, pero también temor por ella, pues, como se dice, esta es capaz tanto de liberar al hombre como de esclavizarlo. Sin olvidar que también esta puede servir para justificar los horrores.

Verne en sus últimos años se volvió un poco más sombrío, pero igual mantuvo intacta su capacidad para fascinar. Moriría el 24 de marzo de 1905 tras dejar un legado imposible de cuantificar, pues forma parte, no solo de la literatura, también de la ciencia, el arte, el pensamiento y la cultura popular. De hecho, tal es su imaginación que sus libros todavía en la actualidad, cuando estamos saturados de información, son capaces de trasladarnos a otros mundos y sorprendernos.